«Noches azules» de Joan Didion: cómo ver partir la luz

Esta novela no sólo habla sobre la vejez. También sobre estar solo. La manera en que lidiamos con la soledad, con esa soledad que es la ausencia de quien amamos.

Martin A. La Regina

Cuando quienes más queremos ya no están con nosotros y nunca más lo estarán, el mundo parece detenerse en pequeños instantes o recuerdos. Una y otra vez se repiten en nuestra cabeza. Llegamos a ellos para poder notar algo que antes no notamos, para escuchar esas voces nuevamente. De eso se trata Noches azules de la escritora estadounidense Joan Didion. Trata de cómo recordamos a quienes murieron.

Tras la muerte de su esposo y de su hija, Didion reflexiona sobre la muerte, sobre quienes se van y quienes se quedan, sobre la ausencia y el rol de ser padres. Quizás como una continuidad de “El Año del Pensamiento Mágico”,  libro que escribió a los pocos meses de ambas muertes —que transcurrieron en menos de dos años—, Noches azules es un cúmulo de pensamientos y la narración de recuerdos, sin caer en la autocompasión ni en la autoayuda. Da la impresión de que para la autora la manera de pensar y racionalizar el dolor pasa por escribir. Sus manos y las letras que salen de ellas son parte de su duelo.

El libro, sin embargo, tampoco gira todo el tiempo en torno a eso. De pronto, en medio de sus cerca de ciento cincuenta páginas, la autora nos dice que todas esas divagaciones, todas las reflexiones sobre la muerte, también son un fracaso. Que en realidad el tema del libro no es ese. No lo es el ser padres, no lo es superar el dolor, menos el duelo ni el amor. Se trata de envejecer. De cómo al envejecer la gente que queremos va desapareciendo. Y la forma en que ser viejos nos hace sentir vulnerables.

«Pero a medida que las páginas avanzaban se me ocurrió que su tema real no era para nada los hijos, o por lo menos no los hijos en sí, por lo menos no los hijos en tanto que hijos: su tema real era esta negativa a abordar dicha consideración, la negativa a afrontar las certidumbres del envejecimiento, la enfermedad y la muerte.

Este miedo.

Solo a medida que las páginas avanzaban entendí que los dos temas eran el mismo» (p. 47).

El lector se preguntará: ¿por qué leer un libro tan triste?

Primero: porque está maravillosamente bien escrito. Incluso, concediendo el hecho de que uno está leyendo una traducción, la pluma de Didion envuelve cada una de sus páginas. Recurre a la repetición de ideas, de frases, describe espacios y situaciones con una simpleza y detalles que sólo se alcanza después de muchos años de escribir. Es de esos libros en que no cuesta nada escuchar al narrador, enganchar con su ritmo, sus pausas y sus silencios.

Segundo: tampoco es un libro tan triste. O más bien, no trata del estado de ánimo con que está escrito ni el tema que desarrolla el libro —que puede ser definido como una especie de diario de vida, ensayo o un simple relato de no ficción— sino que sobre cómo afrontar ciertos hechos y cómo una escritora reflexiona a partir de eso. El libro está lleno de preguntas y se agradece. No hay respuestas simples, ni en esta historia ni en ninguna.

Noches azules no sólo habla sobre la vejez. También sobre estar solo. La manera en que lidiamos con la soledad, con esa soledad que es la ausencia de quien amamos. De pronto, un día cualquiera, te levantas y ya no están los mismos ruidos, ya no está la ropa en el mismo lugar de la habitación, ya no sobra comida en el refrigerador. Ser vulnerable no sólo significa estar a punto de caer ni a punto de enfermar. También es no poder compartir una caricia. No poder comentar las noticias por la mañana. No tener llamadas perdidas por la noche. Es ahí donde se empatiza con la autora. El texto no narra un dolor ajeno, sino una experiencia que se asimila a tantas que podríamos haber tenido. La genialidad de Didion está en sus ritmos, su manera de plantear las preguntas,  el cruce que hace entre la realidad y los recuerdos de su hija, en atreverse a aceptar que tuvo miedo y sigue teniéndolo.

Joan Didion no cae en el lugar común. Sólo toma su experiencia, le da vueltas un rato, escribe sobre ella como si cada recuerdo fuese una madeja, y luego la teje, le da coherencia, agrega algunos cuestionamientos, algunas anécdotas, a veces un poco de ironía. Es Penélope, pero en vez de esperar a su hombre, espera la muerte. Mientras llega, teje. El resultado es un libro que hay que leer hasta el final, así como esos chalecos que uno sabe que debe ponerse durante el invierno para no pasar frío.

Martin A. La Regina

Noches azules
Joan Didion
Mondadori
2013
160 páginas

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