Jonnathan Opazo y Rodrigo Figueroa sobre Junkopia y la estética del error

El libro Junkopia (Bifurcaciones, 2016) es un crudo retrato de las ciudades postindustriales de provincia, que combina textos de Jonnathan Opazo con imágenes de Rodrigo Figueroa. El nombre proviene del brevísimo documental Junkopia, de Chris Marker, grabado en 1981 en las afueras de San Francisco, que descubrió en la chatarra una extraña belleza.

 —¿Cómo se origina y configura Junkopia?

Jonnathan Opazo: La parte anecdótica. El 2014 mandé unos poemas con el título Junkopia a un concurso de la Revista Griffo de la UDP. Eran 20 de la misma factura que los del libro: cortos, como haikús a-la-occidental (algo que había visto en Teillier, Kerouac, Tablada), con cierta fijación por los espacios residuales, las ruinas, la muerte. Eso queda ahí. Ganó el primer lugar. Los poemas salieron en una revista, me regalaron un montón de libros. Fin. Tiempo después, mi amigo Nicolás Campos me dice que no deje esos poemas y los trabaje como un proyecto. Esto debe haber sido el 2015, más o menos. Me pongo a escribir textos en la misma línea y con el mismo objeto. En aquel entonces vivía en la población Santa Marta, en el barrio oriente de Talca. Mi paisaje eran los potreros, los eriales, un horizonte de casas con antenas de diverso cuño y techo de zinc. Un sector que antaño fue periferia, pero que lentamente se iba transformando en una transición entre el viejo centro y las viviendas donde ahora habitan los nuevos ricos. Ese paisaje se me coló inevitablemente: los sillones abandonados frente a los departamentos de la San Luis, el tintineo del camión del gas.

Me interesaba, sin embargo, incorporar algo más. Me gustan los libros-objeto, los libros raros, que incorporan recortes, fotografías. Restos de cosas. Ahí es donde pienso en el Rodrigo, que además de ser un viejo amigo había escrito un texto genial sobre Constitución en Ciudad Fritanga y venía trabajando desde hace rato con la música noise, el glitch art y la poesía conceptual.

El glitch art opera la lógica de la estética del error, de lo residual dentro de la promesa de la supuesta perfección digital

Rodrigo Figueroa: Yo venía haciendo algunos experimentos de databending con fotos y dibujos pero sin ningún fin en particular y ninguna idea fija. Cosas que subía a Instagram o a Tumblr pero sin ningún concepto detrás, solo ver qué pasaba si metía una archivo jpeg en un procesador de texto o en un editor de audio. Surgió en algún momento la idea de armar un fanzine con esas fotos glitcheadas que se llamara Glitch City como referencia al juego de gameboy de pokémon, pero que al final quedó solo en la idea, hasta que el Jonnathan me comenta lo de mezclar ambas cosas en lo que finalmente terminó siendo Junkopia. También quisimos hacer un chaleco con estampados glitch pero eso no viene al caso.

—Aunque el binomio no tiene nada de nuevo, el mercado editorial actual ha fijado sus ojos en los libros que acoplan texto e imagen. En su trabajo, ¿cuál es la relación que se origina en el empalme de la poesía y la fotografía?

R.F.: Siento que en este caso el empalme entre fotografía y poesía es más casual que premeditado, por lo menos desde mi parte. Podría haber sido fotografía como podría haber sido otra cosa – terminó siendo música experimental en el caso del compilado que editó Cieliro Diystro como soundtrack no-oficial, por ejemplo-. En ambos casos está la idea de la ruina, de la obsolescencia programada, del detritus. Los textos trabajan sobre esa idea, las fotografías muestran lugares abandonados, llenos de basura y escombros y el glitch como concepto también opera en esa lógica, de la estética del error, de lo residual dentro de la promesa de la supuesta perfección digital. Me gusta más bien pensarlo como un trabajo de poética extendida, donde la idea se trabaja no solo a través del texto sino de otras instancias que continúan explorando la idea principal.

J.O.: Por ahí puede que hayamos sido un poco ambiciosos. La idea era que estos poemas dialogaran con las imágenes. Que el libro fuese la puesta en escena de un concepto o algo así, que es más o menos lo que creo que hace Chris Marker en el corto-documental de donde robamos el nombre. De hecho, Marker inventa un neologismo para definir esta especie de heterotopía. Podría haberse llamado “Junk-topia”, pero quizá era demasiado obvio. En fin. Estoy especulando demasiado. A lo mejor a Marker le apareció el nombre en un sueño.

—Se evidencia un mapeo referencial ecléctico: el haiku occidental, guiños a «La Ciudad» de Gonzalo Millán, la película breve de Chris Marker sobre la naturaleza muerta y urbana de San Francisco; futurismo, archivos .jpeg metidos a un procesador de texto, fotografías glitcheadas. No puedo dejar de preguntarlo, ya que el escenario que grafica Junkopia es el Maule, ¿cómo ven el estado actual de la tradición literaria y artística de la zona?

J.O.: Supongo que acá hay dos opciones: el name dropping o el “paso” bacheletista. ¿Hay una tradición literaria en el Maule? La hay. ¡Hay hasta un Diccionario de autores de la Región del Maule! Está De Rokha, al que algunos poetas les dio por imitar casi al pie de la letra; también Joaquín Cifuentes Sepúlveda, que murió joven, pero yo lo tengo presentísimo, hasta lo imagino deambulando por San Clemente mirándose al espejo y diciendo “soy igualito a Byron”. El tema es que estos viejos poetas, y poetas que actualmente tienen una obra interesante en pie como Mario Verdugo o Felipe Moncada, se van de acá. ¿Podemos decir, entonces, que la poesía de Mario Verdugo y la poesía de Felipe Moncada son parte del estado actual de la tradición literaria y artística de la zona? Pues bien, en caso de ser así: entonces goza de buenísima salud. En caso de que no, no lo sé. Yo, por distintas razones, he vivido en San Javier, Constitución y Santiago. Mañana no sé dónde voy a ir a parar por trabajo o cualquier otra cosa. Así que, supongo, no soy el más apto para dar veredictos.

Junkopia es un pueblo a la orilla de la carretera, una ciudad que tenía un futuro brillante pero que fracasó en el camino, una provincia cualquiera en cualquier parte del mundo.

R.F.: Otra de las apuestas ambiciosas detrás del libro era que no reflejara necesariamente al Maule. De hecho las fotos son de Talca, de Rancagua, de Conce o de pueblos aledaños. Hay otras que son fotogramas de películas como Factotum o Gummo. Lo que en el fondo quiero decir es que no es el Maule per se, es un pueblo a la orilla de la carretera, una ciudad que tenía un futuro brillante pero que fracasó en el camino, una provincia cualquiera en cualquier parte del mundo. Ahora, con respecto a la tradición literaria y artística en el Maule: me declaro incompetente. Podría nombrar un par de cosas que me gustan, como lo que están haciendo los cabros de Cochebomba, pero más allá de eso no siento que mi opinión le importe mucho a alguien. O al menos no debería.

J.O.: Eso. Que no haya mucho que decir está bien. Podríamos caer en críticas pajeras y armar polémicas falsas que no le importan a nadie.

—No le veo ningún logo del Estado al libro. ¿Cómo se financia este proyecto? ¿Qué opinan sobre la fondartización del Arte?

J.O.: El libro fue financiado por los editores, ambos ex-profesores de la facultad de ciencias sociales de la Católica del Maule: Tomás Errázuriz y Ricardo Green. A ellos les vamos a estar eternamente agradecidos por correr semejante riesgo. Menos mal que recuperaron la plata.

No sé muy bien qué opinar sobre la fondartización del arte. Sé que hay personas que terminan transformándose en burócratas de la cultura, pero ahí habría que entrar a entender cómo operan las políticas culturales en Chile. Un antropólogo con el que trabajé una vez, Mauricio Pineda, me contaba que en algunos países existen dos líneas de proyectos culturales: una para aquellos capaces de formular un buen proyecto en términos presupuestarios y de planteamiento de objetivos –la cosa tecnócrata, digamos– y otra que busca la buena idea por sobre la prolijidad técnica. Creo que ese es un buen filtro para que no se te cuelen ideas desabridas puestas en escena por hueones sin sangre o para que profiten del Estado exclusivamente aquellos que internalizaron la jerga proyectil. Pero insisto: creo que es un tema lleno de matices. Para más recacha, ahora tenemos un ministerio y un gobierno de derecha. Habrá que esperar.

RF.: Sobre lo primero: Bifurcaciones apostó por el proyecto y financió todo lo relativo a la edición, promoción, etc. Nosotros solo tuvimos que poner nuestras horribles caras en un par de presentaciones en las que dimos más jugo que otra cosa. Con respecto a lo segundo, me parece bien que el gobierno de turno busque formas de institucionalizarse por medio del arte, así como también hay empresas privadas que financian proyectos y tienen galerías, y hay otros que hacen todo desde la autogestión. El capitalismo es lo suficientemente adaptable y amoroso como para acogernos a todos.  Lo que no me parecería es que al final todo se transformara en fondart y cayera en la lógica de la patrimonialización. Sería tan horrible como que todo el arte tuviera que ser políticamente comprometido o todo tuviera que ser rupturista y de vanguardia.

—Me llamó la atención un artículo que encontré en la web sobre Junkopia que tiene por nombre Futurismo Provinciano. ¿Creen que este título o etiqueta, que pone en un mismo plano  la vanguardia y lo pueblerino, haga justicia a lo formulado por ustedes en su libro?

J.O.: Me gusta porque me recuerda a Rural Psychedelia, un disco precioso de Flying Saucer Attack. Por otro lado, poner juntas la provincia y  una antigua vanguardia que estaba obsesionada con la guerra y la velocidad de la modernidad me lleva inevitablemente a la idea de escombro. Y el libro, creo, es un paseo por un montón de escombros.

Pienso que el futuro terminó en 1989 y el mundo se acabó el 2000 y ahora estamos en un mundo post-apocalíptico aburriéndonos como se deberían aburrir los que sobreviven al fin del mundo

R.F.: Se me vienen varias cosas a la cabeza: por un lado, la idea de que cada generación piensa en el futuro a partir del zeitgeist de su época, como en el caso la ciencia ficción clásica y su confianza en la razón y el progreso, o el cyberpunk y el desencanto del mundo en los 80. En ese sentido Junkopia podría inscribirse dentro esa línea y leerse como ciencia ficción. Por otro lado, pienso que el futuro terminó en 1989 y el mundo se acabó el 2000 y ahora estamos en un mundo post-apocalíptico aburriéndonos como se deberían aburrir los que sobreviven al fin del mundo, entonces sí, Futurismo Provinciano me parece una buena etiqueta y me gusta.

—Primero: aceptemos que el ego y la envidia son edificios del mismo porte en todos lados. No obstante, las redes sociales hacen parecer que la literatura que se hace en Santiago brillara más por sus polémicas que por cosas propias del ejercicio. Parece que en regiones se está ajeno a esto o, al menos, se viviera más lento. Si se permitieran una cuota de sinceridad,  ¿disfrutan esto como ese meme de Michael Jackson que come cabritas o es algo que se les cuela indiferente?

J.O.: Esta es la pregunta farandulera. Facebook se ha transformado en una arena bien rancia. Yo creo que una buena iniciativa sería crear una página de Tumblr que se llame “poetas chilenos pelando a poetas chilenos”. Sería una verdadera joya.

En cualquier caso, con la pésima distribución de recursos que hay en este país no me parece raro que la gente se vaya a Santiago a hacer carrera. Vivir en provincia es tan balsámico como desesperante. Quién brilla más o brilla menos lo dirá el tiempo, que afila cuchillos en la trastienda de doña Muerte y lo que digamos nosotros ahora –con nosotros me refiero a los que estamos presentes en esta época– es parte del cahuín de estar vivo no más.

R.F.: Poetas haciendo cosas. Igual el morbo -no sé si la palabra es morbo en realidad, pero es la tradición de señora cahuinera en la que nos criamos todos- hace que el meme de Michael Jackson sea una forma apropiada de describirlo. Aunque para bien o para mal no conozco a la gran parte de los poetas haciendo cosas que pelea por redes sociales así que más allá de sentir que hay gente que se toma demasiado en serio -y no me refiero solo a los poetas haciendo cosas, hablo de la gente en general- trato de mantenerme al margen. Ahora, las regiones no están ajenas tampoco a ese tipo de peleas y luchas de ego, pero en realidad es una paja meterse en discusiones que al final solo sirven para alimentarse a sí mismas. Es mejor el shitposting.

—“La pésima  distribución de los recursos”. Me gustaría colgarme de esa frase para abordar una realidad axiomática de nuestro país: el centralismo cultural en Chile. ¿Resulta más complejo hacer arte desde provincia o es una vulgar excusa?

R.F.: Ambas. Por una parte, puede que sea cierto que es más difícil en provincia porque hay menos espacios donde hacer/compartir cosas y lo poco que hay generalmente atiende a lógicas súper precisas que dan poco lugar para innovar – todo es banda tributo o lógica patrimonial- pero, por otro lado, siempre hay formas de hacer cosas, puede que uno se demore más o tenga que sacrificar esto o lo otro pero tampoco es imposible. Ahora, si la pregunta iba a si se puede vivir del arte en provincia,  yo creo que no se puede vivir del arte en ninguna parte y quizás tampoco está mal que así sea, no hay nada más desagradable que los artistas que se compran -y por sobre todo venden- el cuento de ser artistas.

J.O.: Creo que Chile, incluido Santiago, es una gran provincia.

—Leonardo Sanhueza –escritor que dedicó algunas palabras para su libro- imaginó al gran  Gonzalo Millán leyendo Junkopia con “la más detenida y afectiva atención”. Cumplido nada menor ¿Cuál es su relación con el libro La ciudad? 

J.O.: Tenía un amigo que era gran ladrón de libros. Gracias a él pude conseguir Trece lunas hace algunos años, una antología de Gonzalo Millán que salió por el Fondo de Cultura Económica. Con Millán cambió un poco mi forma de relacionarme con el poema y la poesía. Tiempo después leí La poesía no es personal y su forma de “hacerle la ele” a los yoes poéticos me pareció un lugar cómodo desde el cual operar y trabajar una poética. Así que mi relación es con su obra completa. Cuando leí la presentación que hizo Sanhueza sentí que don Gonzalo me hacía un guiño desde alguna parte.

R.F.: Concuerdo que la relación con Millán va más allá de La Ciudad como libro en particular. Millán trabajó también la poesía visual – que lo conecta con Guillermo Deisler-, trabajó en la idea del lenguaje como virus de Burroughs. No sé, siento que hay ideas que de cierta forma -conscientes de ello o no- también van por la línea que nos interesa explorar, como si de verdad el lenguaje fuera un virus y nosotros solo sus huéspedes.

Jonnathan Opazo y Rodrigo Figueroa. Foto de Luciano Contreras.

Selección de poemas de Junkopia

 

Riega sus plantas
una anciana
espantando el hedor de
la fábrica de embutidos.

Una pequeña construye
una muñeca con restos
de alambre, papas podridas,
fierros y telas.

Abandonado a su delirio,
el recolector de abejas desea
la miel de los aviones.

Corro de obreros
a la hora de almuerzo,
olor a marihuana prensada
y coca cola.

En su descanso la
temporera vuelve
a hojear el catálogo
de perfumes.

Corre por el río
una lavadora,
calzones y una
bolsa con gatos muertos.

La brisa arrastra el
olor de las fábricas,
los álamos desnudos,
un envase de papas
fritas.

Caminamos
por el río.

En el erial que lo rodea
un perro se come a otro
y el cielo nos devora a todos.

Y en el futuro se
preguntarán a qué animal
pertenecían las esqueléticas
curvas de una montaña rusa.

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