Inés Bortagaray: “La escritura es un acto que hay que defender”

La escritora y guionista uruguaya Inés Bortagaray estuvo en la Furia del Libro de Santiago, presentando la edición chilena de su libro Prontos, listos, ya (Laurel).

Inés Bortagaray. Crédito foto: Magela Ferrero.

Inés Bortagaray ha desarrollado una carrera exitosa como guionista en una gran cantidad de producciones audiovisuales, desde películas a series de televisión. El 2016 ganó el premio especial del jurado en el festival de Sundance por el guion que realizó junto a Ana Katz para la película Mi amiga la del parque. Sin embargo, es la literatura la que la ha traído a Chile: participó el 2011 en los Diálogos Latinoamericanos de la Feria del Libro de Santiago (FILSA), y en noviembre del 2018 estuvo en la Cátedra Bolaño de la UDP con la charla “De expediciones, extravíos y exclamaciones». Su visita más reciente fue en diciembre del 2018 como invitada a la Furia del Libro. Participó en los renovados Diálogos Latinoamericanos y presentó la edición chilena de Prontos, listos, ya, a cargo de Laurel, publicada por primera vez en Uruguay el año 2006.

“Me habían hablado maravillas y nunca había estado —comenta Bortagaray sobre la Furia del Libro, realizada entre el 13 y el 16 de diciembre en el GAM—. Es un encuentro que me resulta muy próximo, porque yo misma he editado mis libros en editoriales independientes, entonces, es casi como el modo que me resulta más familiar. Me parece que en general la tendencia es esa ¿no?: tirajes pequeños, ediciones numeradas, diseños de tapa con filigrana muy inspirada. Delicadeza. Y me parece que está bien, que es una estrategia que tiene mucho sentido, al lado las ediciones que encontramos, por ejemplo, en supermercados”.

—¿Cómo nació la edición chilena de Prontos, listos, ya?

—Fue la escritora chilena Alejandra Costamagna la que me presentó a Andrea Palet, la editora de Laurel, y a ella le interesó la posibilidad de darle vida al libro acá en Chile.

Por este puente de Alejandra con Andrea, además, me asomé a los libros de Laurel que son una maravilla. Andrea me dio varias ediciones que estuve leyendo los últimos meses y me gustan mucho, me gusta mucho el ojo de ella como editora y me gusta mucho los títulos que forman parte del catálogo.

—¿Y siempre has publicado así fuera de tu país, bajo sellos independientes?

—Sí. La primera edición fuera de Uruguay fue en Brasil con Cosac Naify, una editorial muy linda. No sé si es precisamente independiente porque era muy importante en Brasil (la editorial ya cerró), su parte infantil era increíble. Esa edición yo le tengo especial cariño porque también me entregó una traducción muy fina. Vinieron otras, una en Estados Unidos, con una editorial muy chiquita que se llama Veliz Books, luego una en Bolivia, con la Perra Gráfica, que es un sello que hace versiones ilustradas e hizo una versión ilustrada por Alejandra Alarcón de Prontos, Listos, ya.

—Ah, qué lindo. 

—Acabo de publicar otro libro en Uruguay, que salió hace muy poquito, Cuántas aventuras nos aguardan (Criatura, 2018), ese no sé, hay que ver qué camino hace. Prontos, listos, ya me ha traído muchas alegrías.

—Hablemos al respecto. La primera edición de Prontos, listos, ya salió hace 12 años en Uruguay. ¿Cómo fue volver, después de todo este tiempo, a este libro?

Lo que me ha dado mucha alegría y me gusta de este libro es comprobar que hay una experiencia que se cuenta ahí que puede ser encarnada, apropiada, y revivida a partir de muchas experiencias de muchas otras personas. Es como si lo que se contara en este libro —este viaje en auto, con la familia apretada con calor, con tedio— transitara por un camino que no es solo mío y que transitamos muchas personas. Como si mis recuerdos no fueran sólo míos, fueran recuerdos de muchas personas y hay algo en ese sentimiento, como de ser parte de un cardumen, que a mí me ha conmovido mucho y me sigue conmoviendo en la medida en que el libro vuelve a tener vida en otros territorios y constato que hay personas que tienen este mismo recuerdo y esta misma experiencia. O esta misma sensación, mejor dicho, porque no necesariamente el camino y la composición familiar es la misma, pero sí esta noción de un tiempo que no pasa, una misma noción como de ilusión y de pérdida que conviven en simultáneo.

—Una experiencia común.

—Y eso me da mucha alegría y es raro también. Llegué a la conclusión de que hay menos recuerdos que personas, como si varias personas compartiéramos el mismo recuerdo.

Llegué a la conclusión de que hay menos recuerdos que personas, como si varias personas compartiéramos el mismo recuerdo.

—En general tiendes a retratar la vida cotidiana. Es al menos lo que yo veo en este libro y también en las películas en las que has participado, ¿por qué ese énfasis?

Yo creo que sí, pero me parece que también es inevitable la extrañeza: cuando lo cotidiano no parece del todo aceptable, o natural, natural…en itálicas, cuando lo cotidiano parece estridente o absurdo, me parece que sobreviene esto también, como una percepción extrañada, una percepción o irritada, o torcida, no sé si lo cotidiano visto como bienvenido, ¿no?, lo cotidiano visto con cierta sospecha.

—No como algo dado

—Claro. O lo cotidiano como algo aceptable o necesariamente bueno. Lo que pasa es que de verdad si nos ponemos un poco crítico todo parece muy absurdo, ¿no?, la vida y la composición social, la calle, estar en la calle, que todo funcione, aún cuando parece estar tan cerca de irse al diablo, ¿no?, hay como una especie de mampostería un poco frágil que percibimos como colaborando, con un ánimo colaborativo (risas), pero que resulta muy absurdo. Y bueno, ahí están los buenos modales, las convenciones para también ayudarnos a que seamos buenos chicos, pero yo creo que hay algo sí, un poco iracundo con este sistema que también aparece en esas miradas presuntamente límpidas de lo cotidiano.

—La protagonista de Mi amiga del parque me parece un poco así, entra un poco en ese modelo, como en este cotidiano que tampoco le es como natural, no le es fácil tampoco.

Exactamente, esa película tiene absolutamente que ver con esto que estamos charlando.

El cine como experiencia

 

—En La vida útil (2010), retratas el mundo de Jorge, el administrador de la Cinemateca de Montevideo. Para mí es una película donde se levanta la experiencia de gozar del cine con una simpleza muy linda. Hace una defensa, en cierto sentido, a gozar del cine por el cine en sí.

¡Ah, qué bueno que te gustó! Cinemateca es una asociación civil que funcionó durante mucho tiempo, y especialmente en la dictadura, como una especie de fuente de resistencia y donde se proyectaron y proyectan películas que ninguna otra sala de cine comercial tuvo en cartel, dando la oportunidad de ver cine de autor, de ver cine más alternativo, o más experimental. Es una institución muy importante en Uruguay y que nos formó a todos quienes creamos cine. Hubo gente de mi generación que tuvo su formación cinematográfica en las salas de Cinemateca

Justo Cinemateca acaba de cerrar las salas de toda la vida y se mudó a un nuevo complejo en Montevideo que se inauguró la semana pasada. Me hace ilusión ver que viene un nuevo ciclo para Cinemateca que aparece retratada te diría que con mucha fidelidad en un punto en esta película.

—¿Cómo se formó tu relación con el cine?

Como cualquier niña en Salto, en los años ochenta iba a las matinés, veía tres películas por día en el cine Sarandurí, el Metropoli y el Ariel, que eran los cines de Salto. Después, cuando me mudé a Montevideo, me hice socia de Cinemateca y empecé a ir con mis amigos a ver este cine que te contaba, este cine distinto y discutíamos mucho. Había algo muy sentimental en las experiencias cinematográficas, muy sentimental, muy como de casi ganarse una identidad también en función de tus gustos y afinidades, ¿no? Algo como que explicas quién sos —muy adolescente también—, en base a qué cosas te gustan o qué cosas aborrecés. Era tan importante gustar, como odiar algunas cosas. Algunas cosas si no decías que las odiabas, tu identidad quedaba un poco en disputa.

—Había que alinearse.

—Ay, pero ahora lo siento un poco salvaje todo. Era tan estricto. Yo en ese sentido ahora, por ejemplo, he estado recuperando mi gusto por la música melódica internacional (risas) y música que ahí a los 17, 18, 19 años jamás habría podido confesar que me gustaba.

—¿Y qué películas veías en los cines de tu infancia?

—Pasaban películas de Bus Spencer y Terence (risas), Dos puños contra río, películas de los Parchis, películas como La novicia Rebelde.

—Respecto a la experiencia que tuviste en el cine en tu infancia, y en Cinemateca en tu juventud, ¿cómo sientes que es ahora la experiencia del espectador?

Ha cambiado. Yo misma he cambiado mis hábitos de consumo como espectadora cinematográfica. Voy poco al cine, menos de lo que me gustaría, pero creo que todos vamos menos al cine. En ese sentido, siento que hay algo que se pierde, que es esa experiencia que te embriaga, y que te hace sentir parte de esa comunidad ¿no?, en el momento de la exposición a la película, estar todos ahí en esa penumbra, en la sala, todos juntos durante esa hora y media, dos horas ante esa gran pantalla con un sonido que te envuelve en el mejor de los casos cuando las salas son de buena calidad (risas).

Creo que es algo interesante, que no nos conviene perder. No quiero ser una persona horriblemente melancólica porque también creo que hay muchas ventajas en ver películas a nuestro tiempo, como podamos y como quedamos, pero también creo que hay algo de eso de carácter más comunitario, más envolvente, que hay que defender. Si uno se deja llevar por el flujo de los acontecimientos, un montón de cosas valiosas se pierden.

Y creo que cada tanto, un poquito de cine, en un cine, es bueno, es bueno poder hacerlo.

Creo que cada tanto, un poquito de cine, en un cine, es bueno.

—En un cine con carcajadas colectivas, aplausos colectivos

Sí. Y está ese momento también de salir del cine y tratar de reordenar la cabeza, qué cosas uno acaba de ver, qué produjo y si te gustó, y qué te emocionó. Para mí, esa caminata después del cine, en silencio, es muy importante. Recuerdo haber sentido emociones muy fuertes, que solamente se pueden consolidar en esa caminata después de salir del cine. Si ves la película partida en cinco fragmentos, interrumpidos, en mala calidad, mal sonorizada, es como una afrenta.

Sin ir más lejos, creo que actos como la escritura tienen un poder sumamente trasgresor porque hay que defender el acto de la escritura de un montón de distracciones, de exigencias y demandas cotidianas que están ahí a punto de diluirnos. Entonces creo que en un punto no hay que ser tan autoindulgentes, creo que hay cosas que está bien esforzarse por defender. No como museos con telarañas, como con espadas, escudos, como si fuéramos escuderos del pasado, detesto ser escudera del pasado, pero creo que hay actos que de verdad hay que defender. La escritura es uno, vivimos en una época donde es más difícil la ceremonia, está un poco más apretada.

—Necesitamos lo que la escritura nos entrega, que es la pausa, el pensamiento crítico, repensarse.

La pausa, sí, el silencio. Esa soledad, pero una soledad también que tiene que sobreponerse a la urgencia y a la funcionalidad, porque no necesariamente los noventa minutos que se dispone para escribir uno puede llegar a escribir y a producir, pero hay que pasar por eso.

La intimidad de la escritura

 

—Tú, por lo que he visto, sientes una pasión similar entre el cine y la literatura ¿Hay uno que gane sobre otro, te sientes más escritora, que guionista, o trabajadora del mundo del cine?

Escribo desde que soy niña. Desde que era niña tenía mis cuadernitos y asocio mucho la experiencia de la escritura con la lectura. En realidad, creo que la escritura es deudora de la experiencia de la lectura ¿no? Estoy segura de que no hubiera escrito, que no hubiera encontrado esa verdad y ese placer, esa necesidad, si no hubiera existido primero un afán, una compulsión también de la lectura. Creo que primero fui lectora para después ser escritora y de la misma manera siento que el cine viene después de la exposición al cine, de esa formación cinematográfica.

En el cine siento que encontré una profesión, yo trabajo mucho como guionista de cine, pero en la literatura hay algo que me resulta más íntimo, una exploración mucho más íntima que ahí se teje que me resulta más errático, es algo a veces más difícil de encontrar, más esquivo, y en el cine no. Yo trabajo ahí, hay un oficio, un oficio que he desarrollado como guionista.

Ahora, tras haber publicado un tercer libro (Cuántas aventuras nos aguardan), sí me siento un poco más escritora, porque pasé muchos años sin publicar y a pesar de que seguía escribiendo, siento que la publicación sí consolida un poco también esa identificación con la escritura.

—¿Y cómo se diferencia el trabajo de escribir literatura al de escribir un guion?

—Bueno, en el guion de cine todo se trata también de atenerse a una lógica que es convención, la escritura de cine se hace en base a una técnica que ya tiene sus propias reglas. El guion de cine siempre se parece a un guion, ¿no?, siempre hay personajes que dialogan, que van a seguir de acuerdo a un formato, el formato te va a llevar de las narices, te va a decir qué tipo de tipografía usar y cómo alinear diálogos y cómo se narran las acciones.

En la literatura yo escribo mucho a partir de imágenes también, me resulta muy natural pensar en la escritura con ese punto de partida, pero para mí es mucho más sinuoso, y yo te digo, es errático. En mi caso, que yo no escribo de acuerdo a un esquema, sino que es como ir prendiendo las luces de una casa a medida que se camina.

No escribo de acuerdo a un esquema, sino que es como ir prendiendo las luces de una casa a medida que se camina.

—También la misma casa se va construyendo a medida que se vas prendiendo las luces

—Totalmente. Para mí es así, y a veces es un poco desesperante que sea así

—O sea, cierta estructura o norma se echa de menos

—Sí, en ese sentido los guiones de cine como los escribo muchas veces en equipo resulta también muy disfrutados, hay una conversación, hay alguien que te pone resistencia, tienes que convencer a una persona de si una idea te parece buena, por qué. Y la literatura es tan solitaria, entonces todas esas dudas pueden llegar a paralizar un poco, por eso creo que son muy importantes, es muy bueno trabajar con editores y tener también gente cercana que pueda leer y pueda prestar un poquito de su mirada para orientarte, porque si no, puede ser muy extraviado el camino.

¿Vos escribís?

—Algo, pero más como una pulsión…

—Bueno, pero cuándo no lo es.

—Respecto a la literatura uruguaya, yo —y déjame tomarme la libertad— llamaría “clásicos” a Onetti, Benedetti, Idea Vilariño, o Levrero, con el que hiciste un taller. ¿Los lees a ellos?

Sí. Idea Vilariño me gusta muchísimo, me gusta mucho una escritora uruguaya que se llama Armonía Somers, que era su nombre artístico, me gusta mucho Marosa di Giorgio, que es una poeta uruguaya, me gusta mucho Onetti, mucho, y Felisberto Hernández. De él recomiendo Las hortensias y los cuentos, y entre todos los cuentos El balcón, y El acomodador también.

 

—En la cátedra Roberto Bolaño que diste en UDP en noviembre, hablaste de tu gusto por Mark Twain, lo citaste bastante. ¿Volviste a Mark Twain o nunca lo dejaste de leer?

Volví a Mark Twain para la película La vida útil, cuando Jorge se mete a la universidad y se hace pasar por profesor, ahí le dije a Federico, el director: “Tenemos que buscar el texto de La decadencia en el arte de la mentira, de Twain”. Y ese texto, el que dice Jorge, es una adaptación de un texto de Twain, un discurso de un docente falso.

Luego encontré en Tristán Narvaja, que es una feria en Montevideo que se vende de todo, desde un alfiler a un conejo, pasando por muchos stands de librerías de ediciones viejas, y nuevas, donde se puede encontrar tesoros, encontré las obras completas de Twain en una edición de dos tomos muy bonita y ahí volví un poco a Twain.

Creo lo que decía ahí en la cátedra, que tenemos que tener más presente a Twain, tiene un sentido del humor brillante. Tengo una amiga que le está leyendo a sus hijos de noche, Tom Sawyer, los míos todavía son demasiado chicos, pero le voy a copiar.

Volví a Mark Twain para la película «La vida útil». Creo que es un autor que tenemos que tener más presente, tiene un sentido del humor brillante.

—Y de literatura latinoamericana actual, ¿qué es para ti lo qué hay que leer?

La verdad es que es un poco aleatorio lo que yo leo y veo, no es que esté tan súper actualizada, pero por ejemplo acá de Chile he leído a Alejandra Costamagna, que me gusta mucho. Alejandro Zambra me gusta mucho también. Me llevé el mes pasado el libro de Rafael Gumucio sobre Parra, la biografía, la leí. Hay muchas autoras muy buenas ahora en Argentina, está Selva Almada que vino a la Furia. Veo también películas argentinas, porque escribo con Ana Katz, que es argentina, y conozco a mucha gente que está haciendo cine en Argentina.

Mi pasión ahora es la italiana Natalia Ginzburg, de la que hablé también en la cátedra. La descubrí hace unos años.

 

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