Las ambigüedades de una moralidad “feminista” masculina

En Hombres justos (Anagrama), el libro del historiador francés Ivan Jablonka, su autor busca subvertir las masculinidades basadas en la dominación en nombre de la «justicia de género», lo que no evita ciertos efectos de autoridad. Comenta Marie-Jeanne Zenetti.

“Soy un hombre contra el poder masculino. Soy una feminista”, escribe Ivan Jablonka al final de su más reciente ensayo. La obra, que también se presenta como un manifiesto feminista, anuncia un programa, si no una lectura de la historia, relativamente optimista: el progreso social y político conduciría desde un sistema de dominación, el patriarcado, hacia “nuevas masculinidades” abiertas y plurales, encarnadas por «hombres justos». Ivan Jablonka propone simplemente definir una «moral de lo masculino». Para ello, primero traza «la formación de las sociedades patriarcales» en una sección que pretende demostrar «la universalidad de la dominación masculina» a escala planetaria desde el Neolítico. Una segunda parte, “La revolución de los derechos”, presenta una síntesis de los avances feministas. La tercera busca definir los “fallos de lo masculino” y la última propone un programa reformista y ecléctico orientado a promover lo que Ivan Jablonka denomina “justicia de género”, destinada a ser ejercida en el marco del poder ejecutivo, la empresa, la pareja, la seducción o la familia.

Hombres justos.
Ivan Jablonka.
Trad. A. Blanco, Editorial Anagrama/Libros del Zorzal, Barcelona, 2020, 458 pp.

La ambición expresada es «salir de la alternativa entre el sobresalto masculinista, un tanto ridículo, y la energía militante, un tanto ilusoria» para «implantar una contramasculinidad«, contando con el hecho de que «una vez diagnosticado el fin de los hombres, podemos hacerlos renacer con rasgos de hombres justos”. De hecho, es necesario situar este libro en el desarrollo de Ivan Jablonka desde Laëtitia o el fin de los hombres (Seuil, 2016; Anagrama, 2017). Ya entonces él cuestionaba un mundo “donde las mujeres son acosadas, golpeadas, violadas, asesinadas», pero sin utilizar el pensamiento feminista que hacía visible esta violencia como sistema.

También debe situarse en la historia de las respuestas dadas por los intelectuales hombres a las luchas y a las teorías feministas: discursos que cuestionan la masculinidad para redefinirla o diagnosticar su «crisis»; críticas a la dominación masculina; reflexiones sobre las modalidades de un compromiso pro-feminista. Tales discursos son inevitablemente objeto de sospechas, que van desde la apropiación hasta el oportunismo. Ivan Jablonka no los elude: pero reconoce que «los hombres tienen la costumbre de inmiscuirse en todas partes, en todos los espacios de debate, para confiscar la palabra de las mujeres», siguiendo en esto el pensamiento de Christine Delphy, para rebelarse inmediatamente contra la «aterradora regresión” que constituirían “los pleitos por apropiación cultural [que] prohíben a los hombres hablar del feminismo, a los blancos evocar la esclavitud». Esta forma de abordar la crítica tiene, sin embargo, un mérito: lleva a pensar en las dificultades vinculadas a la construcción, en la escena intelectual y mediática contemporánea, de una postura de hombre y de investigador «feminista».

Una primera dificultad surge de la perspectiva moral adoptada por Ivan Jablonka en un libro que vacila constantemente entre el ensayo de ciencias sociales, a través de la mención de casos que exploran la historia de la humanidad a escala global, y la ambición ética con un objetivo universalizante. Se traduce notablemente en las repetidas referencias a la filosofía y las máximas kantianas, que Ivan Jablonka se compromete a adaptar a los problemas feministas: «Actúa con una mujer como quisieras que actuaran con tu propia hija«; «Actúa con una mujer como actuarías si ignoraras su género«; «Actúa con una mujer de tal modo que su género y el tuyo puedan ser intercambiados«. Cabe preguntarse por la universalidad de tales máximas, que se dirigen obviamente a los hombres, y también por la autoridad que fundamenta ciertas prescripciones: Ivan Jablonka no duda en afirmar, por ejemplo, que «una relación heterosexual ‘equitativa’ debería incluir un estímulo clitoridiano por masturbación, caricia o cunnilingus”. La perspectiva ética también corre el riesgo de la generalización y no siempre evita la idealización del sujeto moral, a riesgo de abstraerlo del contexto histórico, social y cultural que determina sus condiciones de existencia. Ella difícilmente se articula con el horizonte legislativo apuntado por el autor, cuya labor se enfrenta a la variedad de situaciones que se plantean en el mundo.

Debe situarse este libro en la historia de las respuestas dadas por intelectuales hombres a las luchas y a las teorías feministas; discursos inevitablemente objeto de sospechas, que van desde la apropiación hasta el oportunismo.

En un contexto intelectual y mediático marcado por la difusión de conceptos derivados de teorías feministas y de estudios sobre género, otra cuestión que plantea el libro de Ivan Jablonka se relaciona con su definición de las nociones utilizadas. Opta por mantener juntas dos de ellas: la del feminismo y la de la masculinidad. Pero, ¿qué quiere decir con ellas? El feminismo de Jablonka se piensa primero como una «ética», que también se trata de registrar del lado del derecho, en una perspectiva más reformista que revolucionaria. Esta muy moderada definición del feminismo, lejos de posiciones diferencialistas tanto como de tesis materialistas, le permite calificar de «feministas» a un cierto número de políticos y pensadores hombres. Con el objetivo de reorganizar o «desmontar» el patriarcado, así como mejorar la condición de las mujeres, este feminismo incluye el derecho a la protección social y médica, de ahí el recurso a la noción de «feminismo de Estado». Jablonka llega incluso a plantear la cuestión de un «feminismo de Estado colonial»: en vista de las recientes controversias sobre el «racismo de Estado», estas expresiones merecen ser cuestionadas más a fondo.

Su discurso también vacila entre una definición de género, en singular, entendido como un sistema de bicategorización jerárquizada que subyace y determina las relaciones sociales del sexo, y una de los géneros, masculino y femenino, que sería a la cultura lo que los sexos a la biología. Es en este sentido que debemos entender la expresión “justicia de género”, definida por Jablonka como el horizonte de su obra, siendo la justicia en principio incompatible con la primera definición, que identifica género y patriarcado. También podemos recordar que la noción de patriarcado, ampliamente utilizada por el autor, ha sido elaborada en el marco de un feminismo radical y se inscribe en una herencia marxista muy alejada de las posiciones de Ivan Jablonka, quien se define como “socialdemócrata”.

Manifestación feminista en Chile

Si bien sus comentarios se basan en ejemplos tomados de numerosos estudios científicos, en historia y sociología especialmente, los trabajos de los teóricos de las masculinidades son relativamente poco usados. El aporte determinante para los masculinity studies de la socióloga Raewyn Connell ha consistido en pensar las masculinidades en tanto son construidas por las “prácticas bio-reflexivas” y en definirlas en términos relacionales, distinguiendo entre un modelo de masculinidad hegemónico, históricamente variable, y las masculinidades subordinadas, marginalizadas y cómplices. Sus análisis son singularmente poco discutidos por Jablonka, quien por su parte distingue las masculinidades según las diferentes palancas de dominación que utilizan (ostentación, control, sacrificio, ambigüedad). Además, no se mencionan ni las perspectivas interseccionales, desarrolladas por ejemplo por bell hooks o Elsa Dorlin ni las teorías queer, de Eve K. Sedgwick a Sam Bourcier.

Otro nombre cuya ausencia puede sorprender es el de Pierre Bourdieu, aunque la primera parte utiliza en gran medida la noción de dominación masculina. Un análisis de la controvertida recepción de su obra publicada en 1998 y titulada precisamente La dominación masculina (Anagrama, 2000), acusada de ignorar o incluso ocultar los trabajos de investigadoras feministas, habría permitido, sin embargo, alimentar una reflexión esencial sobre las contradicciones con las cuales ha de enfrentarse un intelectual que se define como “feminista”. De hecho, se puede desear luchar contra la dominación masculina mientras se la renueva, simbólicamente o no.

El libro de Jablonka se abre con un llamado a un “trabajo sobre uno mismo” que «atañe ante todo a quienes ostentan un poder» a quienes se invita a cuestionar su propia masculinidad.

El libro de Ivan Jablonka se abre con un llamado a un “trabajo sobre uno mismo” que «atañe ante todo a quienes ostentan un poder», incluidos profesores e investigadores, a quienes se invita a cuestionar su propia masculinidad. Una de las principales dificultades a las que se enfrenta cualquier empeño reflexivo de este tipo se relaciona con los puntos ciegos que la obstaculizan. Como escribe Ivan Jablonka: «Para vivir bien, es necesario tener buena conciencia: creer que estamos del lado de los buenos. Al trabajar sobre lo masculino, de golpe me encontré entre los dominantes, los privilegiados, los que se aprovechaban”. Un análisis de las prácticas de ocultación de los trabajos producidos por mujeres, en los ámbitos artísticos o científicos, hace estos puntos ciegos visibles y, por tanto, pensables. Se plantea, de este modo, la cuestión de las masculinidades cómplices, desechada demasiado rápido por Jablonka, mientras que la «complicidad» de las mujeres es el objeto de todo un capítulo separado, que menciona «las parteras cómplices del gendercide en Asia, las madres y abuelas que practican la ablación de clítoris en África, las mujeres de la aristocracia rajput que glorifican el sati en la India, las militantes antiaborto en Estados Unidos, los millones de electoras de Trump, las madres homófobas de hijas lesbianas”, descritas como aquellas que “profesan el orden patriarcal”. Nicole Claude-Mathieu, otra gran ausente, demostró que «ceder no es consentir» en la dominación. De manera más general, el pensamiento y el compromiso feministas, tanto de mujeres como de hombres, socavan la idea de la transparencia ante uno mismo. Este es el límite con el que chocan ciertas afirmaciones de Ivan Jablonka, para quien «la auténtica línea divisoria no opone, entonces, a mujeres y hombres (según el modo oprimidas / opresores), sino a feministas y no feministas», los «justos» y los injustos.

A estas declaraciones perentorias y a estas prescripciones morales, que renuevan en el modo simbólico una autoridad que se puede considerar típicamente «masculina», se pueden oponer las mejores páginas de su libro. Aquellas en las que nos invita a «ocupar otra vez las masculinidades degradadas, desfasadas, frágiles», a estar «del lado de los débiles». Aquellas donde reafirma la ambición que ha sido suya desde su Historia de los abuelos que no tuve (Libros del Zorzal, 2013): sustituir «el objetivismo plagado de certezas, por la reflexividad de aquel que se atreve a dudar; el punto de vista desde arriba del narrador-Dios (otro nombre del masculino abstracto) por la incorporación de puntos de vista situados”. Él reivindica un escribir “atravesado por fallas, abierto a las emociones que posibilitan comprender, deseoso de crear formas nuevas «, en definitiva, una literatura, concebida como un método destinado a «desmasculinizar la historia y las ciencias sociales«.

¿Puede la literatura constituir una táctica de disempowerment académico, para retomar la expresión propuesta por Francis Dupuis-Déri, ​​autor de La crise de la masculinité y de una preciosa «Pequeña guía para el disempowerment de los hombres pro-feministas», es decir, “aliados” de las feministas y preocupados por no acaparar sus luchas? Esa podría al menos constituir una de sus ambiciones, que un futuro libro de Ivan Jablonka podría cumplir.

Artículo aparecido en la revista «En Attendant Nadeau», 10-09-2019. Se traduce con autorización de su autora. Traducción: Patricio Tapia.

Marie-Jeanne Zenetti

Marie-Jeanne Zenetti es profesora de literatura francesa en la Universidad de Lyon 2 (Francia) e integra el laboratorio “Passages XX-XXI”. Su investigación se centra en la literatura contemporánea, la teoría literaria, el documento y las artes. Es autora del libro “Factographies: l’enregistrement du réel en littérature” (Garnier, 2014).

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