Kierkegaard: el filósofo que se rebeló en asuntos del alma

Llamado a veces el “padre del existencialismo”, el filósofo danés, entregado a la desesperación y la labor socrática, tuvo una vida inquieta y singular sobre la que ha escrito la británica Claire Carlisle y que comenta la neoyorquina Sophie Madeline Dess.

Sören Kierkegaard

En su juicio ante los ciudadanos de Atenas, Sócrates, de manera célebre, se comparó a sí mismo con un tábano —una plaga, enviada por dios, tal vez, para “despertar y persuadir y reprochar” a sus compatriotas atenienses para que no “pasen el resto de sus vidas dormidos”. Si él era un tábano, entonces la piedad, la justicia y la ortodoxia intelectual eran su néctar. En estos problemas morales y éticos él picaría, hasta que succionara su falta de lógica y dejara al descubierto la incertidumbre que estaba en su base.

El filósofo del corazón.
Clare Carlisle.
Trad. A. Graguera, Editorial Taurus, Madrid, 2021, 410 pp.

Más de veintiún siglos después, Sócrates —o al menos el método socrático de dejar al descubierto— volvería a cobrar vida, esta vez en la forma de un danés inquieto, el autodenominado Sócrates de la cristiandad, Sören Kierkegaard. Clare Carlisle, en su chispeante y perspicaz nueva biografía, El filósofo del corazón, explica cómo Kierkegaard corría contra la corriente filosófica de su época.

Ella hace esto de una forma novedosa. Al atenerse a la frecuentemente citada observación de Kierkegaard —que la vida debe vivirse hacia adelante, pero solo puede entenderse hacia atrás—, Carlisle abandona la cronología estándar en favor de un estudio de tres partes. La primera parte comienza en 1843, cuando Kierkegaard acababa de cumplir 30 años; luego pasamos a “la vida comprendida al mirar atrás”, una consideración retrospectiva de los años 1848 a 1813, el año de nacimiento de Kierkegaard. La sección final, “la vida vivida hacia adelante”, nos lleva desde 1849 hasta la muerte de Kierkegaard en 1855. Con esta estructura poco convencional —un enfoque adecuadamente oblicuo para un hombre famosamente dialéctico— Carlisle está en mejores condiciones de abrir la vida del filósofo: lo que obtenemos es una especie de panorama, en el que la obsesión de Kierkegaard con su ex prometida Regine Olsen (una relación cuya ruptura inspiró gran parte de sus escritos), su preferencia por el café (en grandes cantidades y muy azucarado), su maníaca ética de trabajo, sus cartas diversamente cálidas y perspicaces, sus pensamientos sobre Dios y el individuo, se entregan como un todo entrelazado.

Carlisle no sacrifica el rigor intelectual por el bien de este panorama más amplio. Su obra es exigente en su exhaustividad. Desde el principio, por ejemplo, ella establece bien el panorama intelectual más amplio: la Copenhague del siglo XIX de Kierkegaard estaba profundamente impregnada, como el resto de la Europa intelectual, del pensamiento de Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Bajo la filosofía de Hegel, conceptos que se consideraban en gran parte congelados en formas binarias básicas (amo/esclavo, masculinidad/feminidad, incluso vivir/morir) fueron liberados de sus lazos binarios aristotélicos; se demostró que estaban en un estado de movimiento dinámico. Y una vez que estos conceptos se volvieron móviles, era posible, pensaba Hegel, ver toda la historia humana como comprometida en una progresión dialéctica masiva, aunque glacial, cuyo fin último era la “libertad”. Elevadas y mirando hacia adelante, las teorías progresistas de Hegel eran una combinación perfecta para las ciudades europeas en rápida industrialización, y tales ideas mantuvieron cautivos a los contemporáneos de Kierkegaard.

En su chispeante y perspicaz nueva biografía, El filósofo del corazón, Clare Carlisle explica cómo Kierkegaard corría contra la corriente filosófica de su época.

Pero no a Kierkegaard, que se rebeló contra ellas. Como Sócrates al exponer a los sofistas de Atenas, Kierkegaard “buscaba desenmascarar” a los falsos maestros de grandes esquemas, los “pseudo-filósofos”. Carlisle nos recuerda que en O lo uno o lo otro, el primer trabajo publicado de Kierkegaard, presenta el pensamiento de Hegel como «nihilista» y usó el libro, en parte, para “derrocar el sistema hegeliano”. El problema principal era que las generalizaciones de Hegel esencialmente borraron lo que Kierkegaard consideraba supremo: la idea del individuo único. El hegelianismo no tiene espacio para el alma individual (o para el corazón), sintió. El “individuo único” kierkegaardiano no debe confundirse con (o ser visto como la versión proto) del “yo” de la “cultura del yo”. Más bien, el “individuo único” de Kierkegaard tiene como foco la relación del individuo con Dios y el sentido de realización espiritual del individuo. Este énfasis fue vehemente y único. Como señala Carlisle, fue este enfoque el que “inspiró a una generación entera de ‘existencialistas’ que afirmaron el carácter sin fijar, no sujeto a ninguna esencia ni a ninguna necesidad biológica, de la naturaleza humana; esta vendría a ser, por tanto, una creación de cada vida particular”.

Sören Kierkegaard

Pero, ¿cómo es que el “escritor cristiano” Kierkegaard llegó a ser citado también como el “padre del existencialismo”, una filosofía cuyo otro famoso progenitor es Friedrich “Dios ha muerto” Nietzsche, y cuya progenie intelectual (Sartre, Beauvoir, Camus) recorre toda la gama teísta? La respuesta requiere que nosotros, quizás lectores modernos cansados ​​de Dios ampliemos nuestra visión: Kierkegaard no debe ser considerado un cristiano piadoso en la forma en que pensamos en uno hoy. No era un golpeador de la Biblia ni un proselitista pomposo. Todo lo contrario. De hecho, hacia el final de su vida, nos dice Carlisle, Kierkegaard “hizo un llamamiento a sus lectores para que dejaran de acudir a la iglesia. Él mismo había dejado de ir y ahora podía vérsele a menudo en el Ateneo, una biblioteca poco frecuentada, los domingos por la mañana, a la hora de la misa”. Al igual que Sócrates —quien demostraba su propia ignorancia junto con la de su víctima conversacional— Kierkegaard no consideraba que fuera su deber mostrar a sus conciudadanos el “camino correcto”, sino más bien desengañarlos de su ilusión de conocer el camino correcto. Como él lo dijo, su tarea socrática no era lograr que las masas “comprendan el cristianismo, sino que comprendan que no pueden comprenderlo”.

Este desengaño requirió un tratamiento gentil. Vemos esto en el uso de Kierkegaard durante toda su vida de seudónimos y una amplia variedad de estilos de escritura, que, en su opinión, le prestaron varios portales en el alma de sus lectores. Su estilo es tan diverso, de hecho, que al caracterizar a Kierkegaard como escritor es difícil elegir entre el filósofo, el teólogo, el dramaturgo, el psicoanalista o algo completamente distinto. Carlisle entrega muestras de estas aproximaciones en su biografía, que tienen el efecto adicional de mostrar cómo el pensamiento de Kierkegaard se centra, como el de Sócrates, en torno al no saber: no puedes conocer a Dios como un hecho, por lo que debes reorientar repetidamente tu fe en un Dios cuya existencia es siempre incierta. Esta confrontación continua del yo y Dios equivale, en última instancia, a una tarea existencial.

Como Sócrates al exponer a los sofistas de Atenas, Kierkegaard “buscaba desenmascarar” a los falsos maestros de grandes esquemas, los “pseudo-filósofos”.

El libro de Carlisle es una guía esencial para aquellos que comienzan o se reembarcan en su viaje por Kierkegaard. Quizás sea mejor combinarlo con la colección brillantemente seleccionada por W.H. Auden de la obra de Kierkegaard, El pensamiento vivo de Kierkegaard (en castellano, Duomo, 2012), que también incluye ciertas gemas, como la espeluznante previsión de Kierkegaard de la era de Internet: “Ya no existen los seres humanos: no hay amantes, no hay pensadores, etc. Por medio de la prensa, la raza humana se ha envuelto en un sinfín atmosférico de pensamientos, sentimientos, estados de ánimo; incluso de resoluciones y propósitos, todos los cuales son propiedad de nadie, ya que pertenecen a todos y a ninguno”.

Podríamos reemplazar “la prensa” de Kierkegaard por la Internet como un todo: uno inicia sesión y se envuelve en un sinfín de tweets, memes, insta-feeds, una mezcolanza de artículos sobre amor / objetivos / orientación a la resolución (“¡Haz que ella se enamore de ti con este movimiento después de perder 5 kilos en 3 días!”). En la actualidad, la sensación de vivir en una abstracción se percibe profundamente. Cualquiera que busque de alguna forma verdadera convertirse en un amante, un pensador o un ser humano, preste atención a Kierkegaard: él lo sacará de sus ilusiones, lo bajará de sus abstracciones y luego le permitirá encontrar su camino.

[Artículo aparecido en “The Washington Post” (1 de mayo de 2020). Se traduce con autorización de su autora. Traducción: Patricio Tapia.]

Sophie Madeline Dess

Sophie Madeline Dess es una escritora y crítica que vive en Nueva York. Sus artículos y reseñas han aparecido en revistas como “The Atlantic”, “Times Literary Supplement”, “The Millions”, “Los Angeles Review of Books”, “The New Republic”, entre otras.

Sigamos en contacto

Sitio diseñado con por Mariano Xerez