Miguel Ángel a gran escala

Miguel Ángel fue considerado en su época el más grande hombre que hayan conocido las artes. La recientemente reeditada biografía suya escrita por Martin Gayford aborda sus logros y sus defectos, y lo hace no con la aproximación micro histórica, sino viéndolo en todas sus facetas y a gran formato. Comenta el escritor Ross King.

Al principio de esta deslumbrante biografía, Martin Gayford compara a Miguel Ángel y sus abrumadoras tareas artísticas con Hércules, el tema de una de sus tempranas esculturas (ahora perdida). Un biógrafo de Miguel Ángel también se enfrenta a una tarea intimidantemente hercúlea. “Pocos otros seres humanos, a excepción de los fundadores de las religiones”, reconoce Gayford, “han sido objeto de estudios y debates tan meticulosos”. Tal fue la fama de Miguel Ángel —se convirtió en “algo parecido a una celebridad mediática”— que en el tiempo de su propia vida fue el tema de tres biografías.

Miguel Ángel: una vida épica.
Martin Gayford.
Trad. F. Corriente, Editorial Taurus, Madrid, 2021, 704 pp.

Y él no pone las cosas fáciles para los biógrafos. Era una figura enigmática y paradójica, con su primer biógrafo, Paolo Giovio, anotando con tristeza la disparidad entre sus dones divinos y su “inconcebible mezquindad”. También fue increíblemente longevo: nació en 1475, en la Florencia de Lorenzo de Medici, murió casi nueve décadas después en Roma, durante el apogeo de la Contrarreforma.

Infatigablemente activo como artista hasta solamente unas semanas antes de su muerte, él produjo un cuerpo de trabajo asombrosamente abundante: pinturas, escultura y arquitectura, así como innumerables dibujos y más de 300 poemas. Por más de medio siglo, estuvo en el corazón del poder político y eclesiástico, codiciado por príncipes e íntimo de los papas, uno de los cuales, Julio III, planeó mantener fielmente a su lado su cadáver embalsamado si Miguel Ángel moría antes que él (afortunadamente, el papa murió primero).

Gayford es el autor, entre otros libros, de dos conmovedores y vibrantes estudios de episodios cruciales en la historia del arte: The Yellow House, que detalla la trágica interacción entre Gauguin y Van Gogh durante sus nueve semanas juntos en Arlés en 1888, y Constable in Love, que sigue la aventura amorosa del pintor con su musa, Maria Bicknell.

Aquí, desafiando la tendencia a las microhistorias y las biografías reducidas, recurre a la historia en una escala mayor, intentando hacer plena justicia a una figura aún más titánica que Constable o Van Gogh. Su biografía es, por lo tanto, una especie de epopeya por derecho propio, exhaustivamente investigada y que asimila todo, desde cartas de la época y esas primeras biografías chismosas, hasta las últimas investigaciones sobre los puntos de vista más sutiles sobre los métodos comerciales (sorprendentemente efectivos) de Miguel Ángel.

El resultado final es una biografía aguda y finamente matizada que es tan convincentemente legible como las historias anteriores de Gayford. A pesar de su tamaño, la obra es una maravilla de economía, ya que se lanza inteligentemente a través de décadas llenas de acción que ven a Miguel Ángel yendo y viniendo de Florencia a Roma, con largas incursiones en las canteras de mármol de Carrara.

A pesar de su tamaño, la obra de Gayford es una maravilla de economía, ya que se lanza inteligentemente a través de décadas llenas de acción que ven a Miguel Ángel yendo y viniendo de Florencia a Roma.

La narración llega a ser más fascinante cuando rastrea los altibajos de la errática carrera en la mediana edad de Miguel Ángel. Después de los brillantes comienzos de la “Pietà” y el “David” —ambas obras terminadas antes de que cumpliera los 30 años— vinieron muchos años infelices de esfuerzo frustrado y, a menudo, infructuoso. El fresco de la Capilla Sixtina fue un triunfo, pero Gayford muestra cómo, con una consistencia insoportable, varios otros proyectos languidecieron incompletos o se vinieron abajo desastrosamente. Incluso el gran Miguel Ángel, nos recuerda como un correctivo al culto romántico del héroe, “podía llegar a ser mediocre”.

Pudo haber sido conocido en vida como “Il Divino”, pero pocas de sus obras, incluso las más grandes, escaparon a las críticas de un tipo u otro. El “David” fue considerado por muchos, señala Gayford, como una “extraña monstruosidad”. Tan pronto como salió del taller, fue apedreado (obra de ya sea una facción pro-Medici o de “gamberros florentinos”), y sus partes íntimas fueron adornadas apresuradamente con hojas doradas, evidentemente para satisfacción de Leonardo da Vinci, quien dejó caer la idea de que quería que tuviera “una ornamentación decente”.

No sería la última vez que la insistencia de Miguel Ángel en la desnudez desafió a los espectadores. Su “Juicio Final” en la pared del altar de la Capilla Sixtina —pintado en la década de 1530 y memorablemente descrito por Gayford como una gran cantidad de “ingles, penes, pechos, testículos y nalgas»— tocó una nota equivocada en una sobria era de reforma religiosa.

Si las adversidades artísticas de Miguel Ángel fueron el resultado de la mojigatería beata, las vicisitudes políticas y los planes imposiblemente ambiciosos (un proyecto sugerido por el papa Clemente VII fue un coloso de mármol de 23 metros de altura), mucho de ello también se debió a la propia naturaleza obstinada e irritable del artista. Gayford está claramente fascinado por este extraño y, a veces, espantoso personaje cuya personalidad era tan tensa y retorcida como una de sus esculturas: el esnob social que se creía descendiente de “la sangre más azul de la Toscana”, pero que se relacionaba mejor con los humildes albañiles del pueblo; el tacaño que extorsionaba grandes sumas de dinero a sus mecenas (y que murió con una fortuna en ducados escondidos en tinajas caseras), pero que podía ser “extraordinaria y abrumadoramente generoso”; y el cristiano piadoso cuyos sentimientos de deseo físico más poderosos “la Iglesia en la que creía denunciaba como pecaminosos”.

Gayford evita la especulación indebida —en especial con respecto a la vida sexual exasperantemente velada de Miguel Ángel— y se apega a los hechos conocidos. Pero es imaginativo e inquisitivo en todo momento, destilando los tomos de la erudición y tamizando juiciosamente la evidencia. Afortunadamente, sin duda, rehúye las numerosas disputas académicas y los complicados problemas de atribución, aunque yo hubiera disfrutado de su franca aproximación a una serie de obras polémicas, como “El santo entierro” y “La Madonna de Manchester”, dos obras inacabadas en la National Gallery.

Las analogías con los tiempos actuales son ocasionalmente chocantes: Pietro Torrigiano como Harry Flashman (un personaje, matón de colegio); la moda de los sonetos en que se moría de amor se afianzó en la Italia del siglo XVI “al igual que lo hizo la música rock en la Europa de la década de 1950”. Pero para cualquiera que crea que queda poco por decir sobre las pinturas o esculturas de Miguel Ángel, Gayford presenta penetrantes percepciones sobre sus fascinantes minucias, como la firma tentadoramente incompleta de la “Pietà”, o la forma en que la desnudez del “David” fue necesaria por la forma del mármol También rompe algunos mitos antiguos y sugiere que Miguel Ángel y Leonardo en realidad podrían haber comenzado como admiradores mutuos e incluso posiblemente como amigos, compartiendo notas sobre un profesor de latín y copiando uno el trabajo del otro.

Una biografía de Miguel Ángel de 1568 lo declaró el hombre más grande que jamás hayan conocido las artes. Sin embargo, es aleccionador pensar que, al final de su larga vida, él dudó de sus logros. Un poema desesperado cuestiona el valor de sus esculturas (“otros tantos juguetes”) y se pregunta “qué sentido tenía todo”. No tenía por qué haber temido. Como muestra Gayford, el mayor logro de Miguel Ángel no descansa ni siquiera en sus mejores obras, sino en su propia personalidad, brillante, combativa y grandiosa, en la forma en que, gracias a su energía y ambición, «transformó la noción de lo que es un artista podría ser’.

[Artículo aparecido en “The Spectator” 14-12-2013. Se traduce con autorización de su autor. Traducción: Patricio Tapia.]

Ross King

Ross King (1962) es un escritor canadiense que ha escrito sobre historia e historia del arte. Entre sus libros se cuentan: “Dominó” (1995; Seix-Barral, 2002), “Ex Libris” (1998; Seix-Barral, 2002), “La cúpula de Brunelleschi” (2000; Apóstrofe, 2002), “Michelangelo and the Pope’s Ceiling”(2002), “Leonardo and The Last Supper” (2012) y “The Bookseller of Florence” (2021), entre otros.

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