David Rieff sobre recordar y olvidar

Ha sido cronista de guerra y crítico, es un analista político y un intelectual público, editor de los diarios de su madre, la escritora Susan Sontag. En su ultimo libro, «Elogio del olvido», critica los excesos de la memoria. Lo presenta en Chile: jueves 17 en el ex Congreso Nacional y viernes 18 en la Universidad Diego Portales

Crédito foto: Megan Hustad

Verdadero precursor de la idea de la memoria involuntaria, Montaigne sostenía que la memoria presenta no lo que nosotros elegimos, sino lo que ella quiere (es más, creía que nada imprime tan vivamente alguna cosa en el recuerdo como el deseo de olvidarla). Si la memoria individual es no sólo frágil, sino inmanejable, la colectiva, cree David Rieff, es quizá frágil, pero también muy manejable y, sobre todo, inexistente.

Rieff es un intelectual, hijo de intelectuales —sus padres son la célebre Susan Sontag y el sociólogo Philip Rieff—, además de escritor, crítico y analista político. Durante muchos años fue corresponsal de guerra en zonas como Bosnia, Ruanda, Liberia, Sierra Leona o Kosovo. Si de batallas se trata, fue testigo de la de su madre contra la enfermedad, experiencia que lo dejó «ahogado en un mar de muerte» como tituló su libro de recuerdos de esos años, publicado en 2008. También ha estado a cargo de la edición de los diarios de Sontag, de los cuales han aparecido los dos primeros tomos: Renacida (2008) y La conciencia uncida a la carne (2012).

En sus propios libros, Rieff se ha ocupado de temas como la inmigración, el exilio cubano o los conflictos internacionales. En el último de ellos, Elogio del olvido, apunta a los riesgos del uso del recuerdo. Como siempre, su actitud es controversial. Después de todo, ha escrito en contra de: la política exterior de los Estados Unidos, las intervenciones militares para restaurar la paz, las abstracciones intelectuales y ciertas formas de filantropismo. Con todo, no teme ser considerado alguien a quien le gusta llevar la contraria. «Hay cosas más serias en este mundo sobre las que preocuparse», señala.

—Como periodista en los noventa cubrió casi todos los desastres humanitarios. ¿Esta experiencia ha moldeado sus puntos de vista?

Probablemente tendríamos que ir a Buenos Aires para encontrar al analista lacaniano correcto para responder esa pregunta. Más en serio, estoy seguro de que mi pesimismo innato ha sido reforzado por las cosas que he visto.

—Elogio del olvido desafía la idea, casi un mandamiento para las buenas personas, de que recordar el pasado es una práctica virtuosa.

Absolutamente. La mayor parte de la gente decente hoy suscribe el famoso axioma de Santayana de que aquellos que olvidan el pasado están condenados a repetirlo. A decir verdad, no veo ninguna prueba empírica que apoye esto. Pero, más importante, mi argumento es que en realidad, mientras que ciertas veces es mejor recordar, otras veces es mejor olvidar. A lo que me opongo profundamente es a la sacralización de la memoria colectiva.

Mi argumento es que en realidad, mientras que ciertas veces es mejor recordar, otras veces es mejor olvidar.

—Sostiene que las memorias colectivas son a menudo fraudulentas y frecuentemente peligrosas. Y proporciona abundantes ejemplos donde los «recuerdos compartidos» alimentan el odio.

Sabemos por el trabajo del gran historiador marxista británico Eric Hobsbawm cuán a menudo se presentan como antiguas tradiciones las que en realidad son mayormente inventadas y esto en el pasado bastante reciente. Quiero destacar que la memoria colectiva no es inherentemente positiva y moral, como Santayana imaginó erróneamente, pero tampoco es inherentemente negativa e inmoral. Pero sí, hay sin duda muchos ejemplos de conflictos donde la memoria colectiva ha jugado un rol muy destructivo: Irlanda del Norte, Bosnia e Israel- Palestina son sólo los casos más obvios.

—Se supone que Goethe dijo que prefería la injusticia al desorden. ¿Lo encuentra despreciable por este dicho?

No, no lo desprecio en absoluto. Pero por lo mismo, ciertamente no pienso que su argumento debiera ser aceptado como regla general. Depende tanto del grado de la injusticia como de la naturaleza del desorden. Y en mi opinión nada, repito nada, justifica la tortura, de manera que si saca a colación la cita de Goethe como una forma de preguntarme si veo alguna justificación para la dictadura de Pinochet, la respuesta es no, no veo ninguna justificación posible.

En mi opinión nada, repito nada, justifica la tortura. No veo ninguna justificación posible para la dictadura de Pinochet.

—Afirma algo casi tan mal visto como lo de Goethe: que en algunos casos prefiere la paz a la justicia … ¿Es posible la paz sin justicia?

Si se define la paz como una guerra que ha llegado a su fin, por supuesto que puede haber paz sin justicia. De hecho, mirando el curso de la historia podemos observar dos cosas: uno, que todas las guerras terminan y, dos, que después de muy pocas guerras ha habido mucha justicia.

—Es un asunto delicado pedir a las víctimas que olviden sus agravios…

¿Quién está pidiendo a la personas victimizadas algo como eso? Sería obsceno y yo por cierto no lo hago. Pero, ¿deberían las demandas de la víctimas y de las familias de las víctimas tener siempre la precedencia sobre todas las otras demandas de una sociedad particular? Y si es así, ¿por cuánto tiempo?

—Los juicios por crímenes de guerra y las comisiones de verdad, ¿sirven para algo?

Ante todo, los juicios por crímenes de guerra y las comisiones de verdad a menudo tienen muy diferentes objetivos. La comisión de verdad y reconciliación sudafricana sin duda ayudó a establecer la verdad de muchos de los delitos cometidos por el régimen del apartheid. Pero fue un caso de verdad sin justicia, en realidad se puede argumentar que la justicia fue sacrificada en nombre de la verdad.

—Tzvetan Todorov habló de los usos y abusos de la memoria. ¿Cuándo es mejor recordar y cuándo olvidar?

No hay una respuesta única para eso, especialmente en sociedades profundamente divididas, donde alguien que algunos creen que es un terrorista, otros consideran que es un luchador por la libertad. Y como usted sabe, Todorov era extremadamente crítico de algunos de los usos políticos y morales que se dio a la memoria colectiva en el Chile contemporáneo.

—Usted mencionaba la orden del juez Garzón para el arresto de Pinochet y el peligro para el retorno chileno a la democracia…

Lo que dije fue que de haber emitido Garzón su orden de arresto unos pocos años antes, en el momento en que el retorno de la democracia todavía era cualquier cosa menos seguro, esa orden habría implicado riesgos mucho más grandes. Si incluso así habría valido la pena, es algo que corresponde a los chilenos decidir.

—Si la memoria colectiva no es historia, ¿se puede acercar?

La memoria colectiva utiliza la historia para propósitos contemporáneos como la solidaridad, el orgullo nacional, la apología, el duelo. Estos propósitos pueden ser honorables o poco honorables, pero son fundamentalmente polémicos mientras que la historia, en su mejor forma, es crítica.

—¿No aprendemos del pasado?

Aunque es un pensamiento atractivo, no creo que haya mucha evidencia de que aprendamos de lo ocurrido. El exterminio nazi de los judíos europeos no inmunizó al mundo contra los genocidios en Bangladesh, Camboya o Ruanda. Bosnia no dejó lecciones para prevenir Siria.

Aunque es un pensamiento atractivo, no creo que haya mucha evidencia de que aprendamos del pasado.

—¿Avanza el tercer volumen de la edición de los diarios de su madre?

Debería ser publicado en inglés en alrededor de un año más.

—Ha escrito un libro sobre la muerte de ella. ¿No ha pensado abordar una biografía completa?

Esa no es una tarea que quisiera o debiera emprender.

Elogio del olvido
David Rieff
Traducción de Aurelio Major, Editorial Debate, 2017, 176 pp.

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