Escribir con estilo requiere valor

En “El idioma materno” (Editorial Hueders), Fabio Morábito dedica varias crónicas al oficio de escritor. Un oficio que ve con humildad: “Escribo cuando los demás duermen todavía y por lo tanto escribo para que nadie despierte, para que sigan dormidos. Soy el que protege pero también el que acecha, el que cuida la espalda a los otros y el que escribe a sus espaldas, la cabeza siempre inclinada sobre la escritura, como sólo la escritura es capáz de inclinar una cabeza». De este libro publicamos íntegra la crónica “Frases cortas”.

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Frases cortas, concisas y sencillas, repetía ufano el maestro de Español, y agregaba: me lo agradecerán un día. Esto fue en secundaria. En el bachillerato oí la misma cantilena en boca de la maestra de Redacción: frases breves, párrafos cortos, ideas claras: se lo agradeceríamos a la larga. En la universidad, en la clase de Metodología de la Investigación, la profesora, una monja afable, nos volvió a conminar a escribir frases no más largas de un renglón, una idea a la vez y «puntuación a modo». También se lo agradeceríamos. Yo no agradezco a ninguno de esos maestros sus sabios consejos. Cuando a mi vez me tocó ser maestro me cuidé de no imitarlos. Nunca he dicho a mis alumnos cómo deben escribir, sobre todo me he cuidado de no aconsejarles las frases cortas y las ideas claras, que son cosa de sioux: Hombre blanco cansado, yo tender yacija en el suelo para que duerma. Con ellas se aspira a una prosa sin bacterias, de quirófano, libre de oraciones subordinadas e incidentales, como si en la vida no existieran las subordinaciones de todo tipo y los incidentes que desbaratan nuestra ilusión de estabilidad. A los alumnos habría que decirles que tengan el valor de tener estilo, que escribir sin estilo equivale a no escribir, y por eso es difícil escribir, hasta para redactar un justificativo escolar, como le ocurrió a aquel escritor de nuestros días, que usó frases cortas e ideas claras y aun así encontró la redacción del justificativo para su hijo endemoniadamente complicada, al grado de que si su esposa no le hubiera arrancado el papel de las manos, porque el camión escolar ya estaba en la puerta, lo tendríamos todavía puliendo esos dos párrafos en busca del justificativo perfecto. Esto habría que decirle a los alumnos: que nunca se termina de escribir lo que uno escribe porque el mundo apurado nos lo arranca de la mano y sin ese apuro no habría estilo ni casi razón de escribir. Y decirles también que más allá de estilos y de géneros, de temas y argumentos, quien escribe, escribe siempre y tan sólo un justificativo.

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