Patricio Pron: «Busco renovar el repertorio de posibilidades del cuento en español»

El escritor argentino Patricio Pron, ganador recientemente del Premio Alfaguara, lanzó el 2018 su último conjunto de relatos, llamado «Lo que está y no se usa nos fulminará» (Random-House), titulo tomado de una canción de Luis Alberto Spinetta. Hablamos con Pron de música y literatura, y de su paso por Chile, como invitado a la Furia del Libro.


Patricio Pron. Crédito fotografía: Giorgia Fanelli


¿Que se juega un libro en su título?

—Los títulos de los libros (los de todos los libros) son todo un tema: constituyen lo primero (y a menudo lo único) que un lector sabe de un libro, son su puerta de entrada o su resumen o una forma de llamarlos en privado que acaba volviéndose pública; a veces preceden a su escritura, en ocasiones son lo último que el autor conoce de los libros que escribe… Quiero pensar que mis títulos dicen cosas acerca de mis libros que no podrían ser dichas de otra manera, más brevemente o con otras palabras; que esos títulos delimitan un territorio y permiten vislumbrar algo parecido a una poética.

Varios de los personajes de tu último libro de cuentos no tienen nombres. «Hay un trabajo de vaciamiento, que incluye la eliminación de todos los elementos superfluos», has dicho. ¿Cuáles son los elementos superfluos que has descubierto que suelen sobrar en los relatos?

— Quizás todos los escritores prescinden de lo que consideran superfluo y su literatura es el resultado de lo que han decidido que no lo era, de lo que ha sobrevivido al vaciamiento. A pesar (o quizás a raíz) de ello, no creo que haya leyes universales al respecto, en el sentido de que lo que puede sobrarle a los textos de un autor no necesariamente le sobra a los de otro. A los míos parecen haberles sobrado los nombres de los personajes, como dices, además de un “sentido del final”, cierto énfasis en las descripciones que preside la literatura de otros, muchas convenciones narrativas y, en general, la necesidad de satisfacer las expectativas de los lectores más conservadores: como todo ello parecía sobrar en mis libros, me apresuré a quitarlo.

Estuviste en Chile invitado a la Furia del Libro, una feria de editoriales independientes, que fue el tipo de sellos en el que comenzaste a publicar, para luego publicar en Random House, una multinacional. Otro de los invitados a la Furia fue el también argentino Damián Tabarovsky, quien dijo en una entrevista algo interesante sobre las multinacionales: “Hoy el horizonte del progresismo parece ser publicar en Penguin Random House, sin la menor pizca de reflexión crítica sobre los poderes que operan allí. ¿Es para ti también un tema sobre el que es necesario reflexionar como autor?

—Damián tiene razón en relación a la necesidad de pensar acerca de estas cuestiones; existe algo parecido a una especie de consenso de acuerdo con el cual las editoriales independientes serían “las buenas” y los grandes grupos “los malos” del negocio, pero a mí no me gustan los juicios morales y (en general) desconfío de los consensos. Mi experiencia es la de haber comenzado publicando en sellos pequeños, a continuación no publicar en absoluto durante prácticamente una década y después volver a publicar en una major y en sellos independientes de forma simultánea, porque (además de Literatura Random House) mis libros son parte del catálogo de editoriales como las españolas Turner y Siruela, la boliviana El Cuervo, la venezolana PuntoCero, la italiana Gran Via y más; todo ello se resume (pienso) en el hecho de que en ambos sitios es posible encontrar editores magníficos y execrables, malas prácticas y gestos de enorme dignidad, una avidez de resultados enorme y un desinterés manifiesto por las reglas del mercado, una complicidad intelectual intensísima y cierta indiferencia por lo que se publica, etcétera. Mi regla personal (que no debería interesarle a nadie más que a mí, por otra parte) es “en el mercado, contra el mercado”. (Y, agregaría, contra las visiones morales de la literatura y de sus condiciones de producción.)

Tu cuento “He’s not sellin’ any alibis”, cuenta la historia de un personaje que fue “una nota a pie de página en la historia” y el cuento es en sí una nota al pie. En general, se percibe en tus cuentos una intención de llevar el cuento más allá, romper los límites del cuento clásico.  

Sí. Mis cuentos son parte de un esfuerzo por renovar el repertorio de posibilidades del cuento en español; es un esfuerzo que me parece necesario no sólo porque hace a la vigencia de un género que en ocasiones ha sido considerado “menor” (como si hubiera algo así como un género “menor”) sino también porque en los últimos tiempos parece haberse instalado la idea de que un relato breve sólo puede ser de una cierta manera. Quizás la multiplicación de los talleres de escritura, tal vez la popularidad de ciertas estéticas, han hecho creer a algunos lectores que los cuentos tienen que tener introducción, nudo y desenlace; pero el hecho es que, a mí, nada me aburre más que un cuento con introducción, nudo y desenlace, y conozco a muchos lectores a los que les pasa lo mismo.

En el cuento «Un jodido día perfecto sobre la tierra» uno de los autores se refiere a un buen texto, como uno que «se asoma a las fauces del puto abismo de la literatura». ¿Está la buena literatura en un lugar cercano a un abismo?

Quiero creer que toda expresión artística de relevancia se asoma a algún abismo o lo hace visible. Naturalmente hay otro tipo de expresiones artísticas (y también una enorme cantidad de libros) que rehúyen el abismo, pero esos son para otros escritores y para lectores bastante distintos a los que tienen mis libros.

Escribes muy cerca de tu biblioteca, pero también de tu colección de discos. “Lo que está y no se usa nos fulminará”, es un verso de Spinetta. ¿Cómo la música influye en tu literatura?

—Me importa mucho la música, tanto la que escucho como la que tienen o deberían tener los libros que escribo; en la música hay algo del orden de la diferencia en la repetición que a mí me interesa y me parece inspiradora de alguna manera, y en ese sentido, y más que en el aspecto más literario de las canciones (sus líricas), en lo que me fijo es en sus formas, en el aspecto más formal de la música. A pesar de ello, tengo muchos letristas favoritos: Bob Dylan, Atahualpa Yupanqui, Leonard Cohen, Gustavo “Cuchi” Leguizamón, Enrique Santos Discépolo, Morrisey, Lucinda Williams, Lennon & McCartney, Tom Waits, Van Morrison, Randy Newman, Enrique Cadícamo, Chuck Berry, Carole King, Homero Expósito, Fiona Apple, Nina Simone, Spinetta (por supuesto), mucho del trabajo de los songwriters argentinos más destacados (Charly García, Fito Páez, Andrés Calamaro). Muchos, en fin.

—Participaste en la Furia del Libro en una mesa sobre autores chilenos, ¿puedes contarnos sobre tu relación con la literatura chilena?

—Mi relación con la literatura chilena es fluida y está mediada por relaciones de amistad y de complicidad intelectual con muchos de sus autores, sus editores y sus críticos; pero también por mi fascinación por una literatura que (en mi opinión) está entre las mejores del idioma; he leído a decenas de autores chilenos y estoy convencido de que me quedan cientos por descubrir, y esa es una buena razón para seguir regresando sobre ella, al margen de las visitas.

Me pareció muy divertido y verosímil el “gran poeta chileno”, personaje de tu cuento “La bondad de los extraños”, que se emborracha y destroza su habitación de hotel, poco antes de dar una lectura poética. ¿Cómo este personaje tomó forma?

—Bueno, el “gran poeta chileno” de ese relato es una mezcla de varios “grandes” escritores que conocí en los últimos años, muchos de los cuales eran chilenos. No soy bueno para la copucha (como dirían ustedes), de manera que me abstengo de dar nombres.

¿Crees, como lo hace en parte uno de los personas del cuento, que ser chileno y ser poeta es una redundancia?

—No sé si ser chileno y ser poeta es una redundancia, pero creo saber bien (ya) que ser chileno es una exageración.

¿Qué libros te llevaste de Chile?

—Muchos, naturalmente; entre ellos, el nuevo de Lina Meruane, el de Alejandra Costamagna, “Los trabajos y los días” de Elvira Hernández, el “Lemebel” de Soledad Bianchi y más. Y los descubrimientos (por inesperados) fueron “Pobres diablos” de Cristian Geisse y los libros de Kato Ramone, que me parecieron especialmente valiosos.

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