«Pedro Ivanovic, terrorista” o la nostalgia por un despotismo ilustrado

El mundo literario de Rivano no solo muestra el subterráneo social del país, su injusticia, su ruina y su miseria, sino que además nos propone un contrapunto estético y político en relación a la narrativa chilena más canónica.

Pedro Ivanovic, terrorista
Luis Rivano
Alfaguara
2015


Después de 40 años sin publicar una novela Luis Rivano (1933), más conocido como el Paco Rivano, se reinserta en la narrativa nacional con el libro Pedro Ivanovic, terrorista (2015). Entre 1965 y 1973 el autor publicó seis novelas cortas y un libro de cuentos que fueron reunidos en su narrativa completa publicada el año 2010 por Alfaguara. Este conjunto de novelas representan un friso sobre la marginalidad social chilena de predictadura, y que junto a escritores como Alfredo Gómez Morel, Armando Méndez Carrasco, Luis Cornejo, entre otros, conforma lo que la crítica ha denominado como “Literatura de Bajos Fondos Chilena”.

El mundo literario de Rivano no solo muestra el subterráneo social del país, su injusticia, su ruina y su miseria, sino que además nos propone un contrapunto estético y político en relación a la narrativa más canónica del país. Su última entrega, si bien se inscribe en un contexto distinto no deja de insistir, problematizar y moralizar sobre esa otra ley que se construye desde abajo y que no es más que la contraparte subalterna de la norma hegemónica.

Pedro Ivanovic es un joven de clase media baja proveniente de Gran Avenida; hijo guacho que por el lado materno desciende de una familia de inmigrantes yugoslavos precedida por su abuelo, Ivan Ivanovic, quien desempeñará un rol cuasi mitológico en la construcción de la personalidad y en la formación ideológica de Pedrito: “No recuerdo muy bien qué edad. Tengo la impresión de que las historias de mi abuelo las supe desde siempre. Como si hubiera nacido con ellas” (32).

Joven inteligente, buen lector, conocedor de la historia universal, excelente alumno en el colegio, posterior estudiante de periodismo y producto de un arrebato, jardinero del barrio alto. Sin embargo a esos datos acerca del proceso de su formación ilustrada accedemos como lectores gracias a la entrevista clínica a la que se ve sometido Ivanovic. El protagonista fue sorprendido y apresado en el intento fallido de un acto terrorista en el cual desde una azotea del centro de Santiago se aprontaba a perpetrar, con su escopeta Máuser alemana, una matanza de pasajeros del Transantiago. La entrevista, que ocupa la totalidad del relato, tiene por argumento determinar el móvil que condujo su actuar, determinar en última instancia si el caso es achacable a un acto psiquiátrico o imputable como delito en términos jurídicos.

La novela en su forma general es una confesión clínica, en la que se inserta –vía racontos- la biografía del personaje y todo un aparataje discursivo que conlleva datos personales mezclados con comentarios filosóficos, políticos e históricos. Por este motivo en el desarrollo del escrito nos vemos de un lado con un diagnóstico médico y del otro, con un procedimiento judicial, el cual queda fuera del relato, y por lo tanto corre por cuenta del lector. Me parece que el costado psiquiátrico del asunto queda resuelto en todo el discurso culto, argumentado e informado que expone Pedro Ivanovic frente a la comisión médica. Sin embargo, el otro costado, el que hace que el lector empatice con la postura del acusado, se presenta como su mayor virtud literaria, pero también como su mayor riesgo ideológico. La quijotada de Pedro Ivanovic no consiste únicamente en intentar comprender y hacer suyo, en el presente, un pasado histórico heredado y cultivado por su abuelo, sino que además esta encarna un itinerario político conservador que piensa que con un acto individual y desarticulado, movido por el absoluto resentimiento social y cultural, se puede hacer un micro acto de justicia histórica y política. El protagonista no corresponde a un caso psiquiátrico, resulta ser, más bien, una postura política racional y coherente, en eso reside su mayor poder de atracción y repulsión simultánea.

A medida que Ivanovic viaja por el metro de Santiago odia el lenguaje soez de sus pasajeros, el salvajismo que reflejan los piercing y tatuajes de los jóvenes, aborrece la mala educación de la gente, increpa la indolencia del sistema político democrático y la corrupción moral a la que nos ha llevado, pero contradictoriamente, es aquí donde también urde el acto más bárbaro, violento  e inmoral de todos: matar a una multitud de gente inocente. La historia es virtuosa y arriesgada a la vez, puesto que si bien nos muestra y nos hace cuestionar resueltamente aspectos velados de la historia oficial, lo normal de lo anormal, lo políticamente correcto de lo que no lo es, también contiene un germen o mejor dicho un lance seductivo en donde lo político queda reducido a un deseo nacionalista, libertario y con fuertes componentes fascistas.

El gran problema moral y político, y del cual está realmente preso Pedro Ivanovic, no es el asunto médico de establecer si está loco o no -bueno algo paranoico sí- sino que cómo salir de esa lógica sacrificial que impone el modelo hegemónico y su violencia legalista, ya que más que canalizar esa energía “marginal” o retro subversiva de una manera política constructiva su postura termina por sonar más terrible que la enfermedad que nos quiere mostrar de manera crítica: “me encantaría que este país fuera una monarquía –dije sonriendo, intrigado por ver qué cara ponían” (146).

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