Raúl Ruiz: «Chile me duele menos que un lumbago»


Compartimos el epílogo del libro Los años chilenos de Raúl Ruiz, escrito por Yenny Cáceres. Esta publicación forma parte de la colección “Tal cual” (PeriodismoUDP-Catalonia), desarrollada por el Centro de Investigación y Proyectos Periodísticos de la UDP. Puedes encontrar el libro en 
Kindle, en Librería Catalonia o en la Biblioteca Pública Digital

Raúl Ruiz parece un profeta. Esa tarde de octubre de 2005, el auditorio del Café Literario de Providencia, en el Parque Balmaceda, está repleto, principalmente de universitarios. Los que no alcanzan a entrar se encargan de seguir sus máximas por televisión, en el segundo piso del recinto.

“Desde hace tiempo estoy coleccionando apariciones de Dios”, dice en uno de sus mensajes ante una audiencia que parece cautivada ante cada nueva ocurrencia de su mentor. Una semana después sigue predicando, esta vez durante las conferencias dedicadas a su cine en el Hoyts de La Reina, en que lo acompañan los franceses Gérard Macé (profesor de literatura), Jérôme Prieur (documentalista) y Jean-Loup Rivière (filósofo). Ruiz parece complacido. La audiencia lo sigue en completo silencio, mientras relata una historia que le contó su abuela, de un bandido de Mulchén que salva su alma con las lágrimas de todo el mundo. Cuando aparecen las primeras risas, Ruiz, un fabulador con vocación de profeta, esboza una pequeña sonrisa, satisfecho.

El chileno con más películas en el cuerpo —como él mismo se encarga de recalcar— está de vuelta. Pero ha sido un regreso intenso. No solo porque no ha parado de reunirse en universidades y en conferencias con entusiastas jóvenes, a los que reconoce como sus “nietos”. Esta vez, además de una retrospectiva de sus trabajos más recientes, estrenó Días de campo (2004), la primera película de ficción que filma en el país desde Palomita blanca (1973). Inspirada en los relatos de Federico Gana, es quizá la más emotiva de sus cintas. Un detalle que no es gratuito en un director que ha sido acusado de tratar con frialdad y poco cariño a sus personajes.

Mitómano o no, dice que cada día le ha tocado hablar con al menos 300 de estos “nietos”. Por lo mismo está cansado y “medio grogui”, confiesa, mientras se toma un café antes de participar en la última de sus conferencias. “A esta nueva generación —asegura Ruiz, convencido— no le importa tener éxito. Quieren hacer cine como arte”. Ese espíritu lo entusiasma, pero no lo suficiente para negar que esto de ser chileno con un pie en Francia es un asunto complejo.

Raúl Ruiz por Armindo Cardoso (1972). Archivo Fotográfico de la Biblioteca Nacional de Chile.


—Desde Palomita blanca que no filmaba una película de acción en Chile. ¿Qué lo motivó a realizar Días de campo?
—Esta es una película en que trato de conservar toda la complejidad de las películas que hice en Europa. Significa retomar cosas de antes de Palomita blanca, de los libros que leíamos en el colegio. Por eso mi interés por Federico Gana y por tratar de integrar su obra con una forma muy contemporánea de narración cinematográfica. “Paulita” (uno de los relatos de Gana en que se basa Días de campo) está escrito justo en los años 20, en la misma época de Dublineses, de Joyce, o de Proust. Es contemporáneo de una cierta vanguardia. Lo que quise hacer de alguna manera es restituir la contemporaneidad de esa literatura. Transformar a Federico Gana en Proust y en Joyce.

Cuando leí a Federico Gana en el colegio, siempre me quedó la idea infantil de salvar a los personajes, porque todos están condenados. Yo deseaba resucitar a Paulita, que se muere en el cuento. Siempre he tenido ganas de resucitar a los personajes que mueren al final de las películas.

Raúl Ruiz por Armindo Cardoso (1972). Archivo Fotográfico de la Biblioteca Nacional de Chile.

—En la crítica a Días de campo de Ernesto Garratt, en El Mercurio, se dice que esta película es una suerte de El tiempo recobrado (1998) a la chilena…
—Uno de los franceses que me acompañaron en esta visita, Gérard Macé, me dijo “este es tu verdadero Tiempo recobrado”. Pero esta comparación es, como dirían los gringos, unfair (injusta), porque fue muy poca la plata que tuve para hacer Días de campo, la filmé en 10 días, en digital, y El tiempo recobrado fue filmada en tres meses y medio. Igual es cierto que el dinero no tiene tanta influencia como se cree en el cine.

Si hubiera podido tener los mismos medios que tuve para El tiempo recobrado, habría sido distinta. De hecho, yo quería hacer otra película: Martín Rivas. Mi idea era recorrer todo el siglo XIX a través de Blest Gana, pero Chile es un país complicado: uno puede tener todo un pasado que lo respalda, pero aquí se necesita una rentabilidad inmediata o una producción muy barata para que no importe la rentabilidad.

—Aunque nunca se ha alejado por completo de nuestro país —sus películas realizadas en Francia están llenas de guiños—, ahora parece haber iniciado un retorno sistemático a Chile. Primero fue la serie de documentales Cofralandes (2002), luego vino Días de campo y en El dominio perdido (2004) uno de los protagonistas es un chileno. ¿Por qué este regreso?
—Digamos que soy chileno. Tarde o temprano iba a volver.

—Pero ¿por qué ahora? ¿Le interesa más lo que está pasando?

—Mira, sí, aunque por el momento no es muy claro. Distingo dos mundos. Por un lado, veo el Chile de mis hijos —bueno, no tengo hijos—, pero mis hijos son los de la Unidad Popular. Es la gente que en los años 80 quiso tomar en serio a la farándula, a Don Francisco y trataron de integrar esa cultura comercial a una idea más progresista, de izquierda. Entraron en esa dinámica, se hicieron ricos y no cambiaron nada. Pero ahora apareció una juventud muy rara, que vienen a ser mis nietos, que no quieren tener éxito, ni quieren destruir todo para crear una sociedad nueva. Son los jóvenes que quieren hacer cine como arte. Y las nuevas tecnologías se lo permiten. Creo que es la actitud más sana que puede esperarse y es la actitud que siempre he tratado de mantener. En todo caso esto es una figura clásica de la historia de la humanidad: el abuelo que conspira con el nieto contra el padre.

—En Días de campo el Chile del pasado se cuela por momentos en el Chile actual. ¿Quiso mostrar su visión del país?
—Está muy lejos de ser una película sociológica o política. Su intención poética es unir el Chile del pasado y del futuro, en que muchos otros tiempos se mezclan, tiempos reales y tiempos posibles. En ese sentido es una cinta muy compleja y al mismo tiempo muy fácil de leer para un chileno. Cualquier persona la puede seguir normalmente. Detrás de eso hay estructuras complejas, pero no es importante entenderlas.

Raúl Ruiz por Armindo Cardoso (1972). Archivo Fotográfico de la Biblioteca Nacional de Chile.


—¿Y cómo ve al Chile de ahora?
—Mal. Vivimos un proceso de industrialización forzada del arte. A los artistas plásticos se los obliga a integrar el design, es decir, la industria. El cine tiene que hacer ficciones que puedan ser vistas acá, en China y en Hungría. Hasta en la literatura se hacen castings de novelas. Frente a todo esto, la actitud de estos jóvenes es que lo más importante en toda obra de arte es la libertad. Siempre encontrarán una manera de publicar sus libros, de mostrar sus películas y sus cuadros. Es un gran cambio mundial que también está ocurriendo en Chile.

—¿En Francia ocurre lo mismo?
—Es curioso, porque el Estado francés quiere defender no solo el cine francés, sino el cine del mundo. Es decir, persiste la idea de que la cultura no puede ser integrada a las reglas del mercado, de que el cine no es un producto. Pero curiosamente entre los artistas no está tan claro. En América Latina tampoco. (Mario) Vargas Llosa defiende claramente la libre empresa. Está completamente loco. Mi amigo Jorge Edwards no está muy lejos. Y muchos en Latinoamérica defienden la libre empresa como la manera natural de trabajar en cultura. Yo sigo pensando que la libre empresa no tiene nada de libre.

—¿Postuló al nuevo Fondo de Fomento Audiovisual?
—No necesito postular, basta con ver las bases para saber que eso no puede funcionar. Yo jamás podré hacer una película pasando por el Fondart o con lo que ahora es el Fondo de Fomento Audiovisual. Es un contrasentido porque las comisiones estarán necesariamente en contra del tipo de cine que yo hago. Yo no vivo en Chile porque vivir en Chile es desvivirse, es lo contrario de la vida.

Por eso estoy muy impresionado por los jóvenes que insisten en hacer otra cosa que lo que los institucionales del gobierno les dicen que hay que hacer. Es más interesante porque no buscan la ruptura. Por debajo, tranquilamente, hacen su trabajo.

Raúl Ruiz por Armindo Cardoso (1972). Archivo Fotográfico de la Biblioteca Nacional de Chile.

—¿Nunca ha pensado volver a vivir en Chile?
—A estas alturas, hace mucho tiempo que uno vive en ninguna parte. Todos viven en internet, y eso que yo no tengo ni correo electrónico. Yo vivo en una pieza oscura, como diría (Enrique) Lihn.

—¿Por qué dice que “Chile es desvivirse”?
—En mi caso y en la situación actual, como dicen los chilotes, no me hallo. Lo digo sin amargura. Si me amargara, sería el colmo. Pero igual hago películas, no pueden negarlo. Objetivamente, al final de mi vida habré hecho más películas que cualquier otro chileno. Películas que hablan de Chile, incluso las de afuera. Esa es la gracia.

—¿No le duele Chile?
—No más que un lumbago.

* Entrevista realizada en octubre de 2005, en el cine Hoyts de La Reina, publicada originalmente en la revista de cine Mabuse.

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