Las asociaciones, las iglesias, los gremios, universidades o sindicatos, ¿cómo son vistos por el liberalismo? Desde la desconfianza a la aceptación, según Jacob Levy, el liberalismo ha contenido dos tradiciones con actitudes contrastantes hacia tales grupos intermedios. El reseñista Andrew Shorten considera que un mérito del libro "Racionalismo, pluralismo y libertad", es describir los diferentes escenarios en los que tal desacuerdo es importante para una gran variedad de debates constitucionales y políticos.
En Racionalismo, pluralismo y libertad, Jacob Levy se propone recuperar una tradición pluralista olvidada en el pensamiento político liberal y esbozar un argumento sobre su continua trascendencia, especialmente en el contexto de los debates actuales sobre el multiculturalismo y la libertad religiosa. En su mayor parte, esta es una obra de historia intelectual, que reconsidera los antecedentes, orígenes y desarrollo de la tradición liberal para ampliar nuestra comprensión de lo que ha sido el liberalismo y de lo que podría ser. Al mismo tiempo, también defiende tentativamente una teoría distintiva de la libertad que tiene implicaciones para una variedad de controversias contemporáneas. Por lo mismo, el libro será de interés tanto para los historiadores intelectuales como para los teóricos políticos normativos.

Tal como lo interpreta Levy, el liberalismo siempre ha contenido dos tradiciones, que se distinguen por sus actitudes contrastantes hacia los grupos intermedios, como asociaciones voluntarias, iglesias, grupos culturales, universidades, gremios, sindicatos y sociedades fraternales. Por un lado, los “racionalistas” a menudo desconfían de tales cuerpos, enfatizando su capacidad para reprimir o dominar a sus miembros, por ejemplo, empleando criterios de admisión discriminatorios o reglas de decisión antidemocráticas. Así, proteger la libertad individual contra los déspotas locales requerirá la aplicación de principios liberales a los asuntos internos de los grupos intermedios. Por otro lado, los “pluralistas” son decididamente más partidarios de la vida asociativa, no solamente porque creen que los individuos y los grupos deben ser libres para organizar sus vidas colectivas como mejor les parezca, sino también porque piensan que los cuerpos intermedios pueden actuar como un baluarte contra la opresión estatal.
El verdadero mérito del importante libro de Levy es que describe de manera esclarecedora algunos de los diferentes escenarios ideológicos en los que los desacuerdos sobre el estatus de los grupos intermedios eran algo primordial. Como tal, una parte sustancial del libro se ocupa de lecturas innovadoras de una impresionante variedad de debates constitucionales y políticos europeos desde el siglo XVII en adelante. En múltiples ocasiones, Levy demuestra con éxito que el lado pluralista ha sido injustamente descuidado, especialmente por los filósofos políticos liberales, que son propensos a leer la historia política europea como un despliegue gradual del ideal del contrato social. Como tal, su libro sin duda resultará incómodo para algunos filósofos políticos estadounidenses contemporáneos. Mientras tanto, las conclusiones normativas de Levy, aunque sensatas, son mucho menos desafiantes, y se abstiene de respaldar completamente una posición pluralista, como la defendida por Chandran Kukathas. Al mismo tiempo, también niega que el pluralismo y el racionalismo puedan reconciliarse de manera metódica, y en cambio concluye que: “una comprensión liberal de la libertad está constitutivamente dividida entre, por una parte, una desconfianza racionalista de lo local, de lo particular y del poder enclavado en la vida grupal, y, por la otra, un énfasis pluralista en la libertad que se encuentra en, y está protegida por, la vida en grupo en contra del poder del Estado”.
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