Liliana Colanzi: «La mujer cumple un papel terrible y fundamental en la opresión de otras mujeres»

Lilianacolanzi

En los cuentos de Liliana Colanzi (Santa Cruz, 1981) abundan secretos y violencias: madres que vigilan a sus hijas, en una relación que se acerca a lo monstruoso, niñas que se obsesionan con la muerte o que deben “aprender a desobedecer”, realidades que no se pueden decir. Son cuentos que  tienen los oídos atentos a murmullos, a verdades a medias, a pasados familiares que se quedan agitando cadenas como un fantasma que nunca se va.

 

Colanzi cuenta que empezó a escribir desde que aprendió a leer (cuentos, poemas, historietas que ella misma ilustraba) y que su primer relato “adulto” lo publicó a los 17 años. Lee de a dos o tres libros a la vez y comenta que no siente ninguna culpa de abandonar algo que no le interesa. Colanzi ha publicado dos libros de cuentos: uno en Bolivia hace ya algunos años (Vacaciones Permanentes) y otro en Chile el año pasado (La Ola). Está terminando un doctorado en Literatura Comparada en la universidad de Cornell mientras trabaja en una nueva colección de cuentos y una novela, así como también prepara la colección Bosque Encantado para la editorial boliviana El Cuervo.  A esto se suma el prestigioso Premio Aura Estrada (destinado a escritoras latinoamericanas en Estados Unidos menores de 35 años), que recibió recientemente, y la pronta traducción y publicación de sus cuentos en inglés.

 

La literatura de Colanzi se acerca al vértigo y las fisuras por las que se cuela lo sobrenatural en la vida cotidiana. Su escritura es prolija, prodigiosa; es un gozo leerla. Se trata de cuentos que devuelven la mirada, desafiantes.

 

Sobre lecturas, escrituras y más de algún monstruo, estas son las respuestas de Liliana Colanzi.

 

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Liliana lectora

 

—¿Cuál es el primer libro que recuerdas haber leído?
—Las primeras dos novelas: Heidi y Alicia en el país de las maravillas, que leí a los ocho años. Pero también entré a la literatura por la poesía, por la sonoridad de las palabras: hasta ahora me sé de memoria la “Canción del pirata” de Espronceda y la “Sonatina” de Darío.


—¿Cuál fue el primer libro del que te enamoraste (o te rompió el corazón)?
Me fascinó tanto Alicia en el país de las maravillas que, cuando acabé la licenciatura, me fui a vivir a Oxford para conocer dónde había vivido Lewis Carroll.

 

—Un libro que te haya hecho llorar
¿Sirve un cuento? “El pedigrí de los canarios”, de Federico Falco.

 

—Un libro que te haya sorprendido mucho (ahora último)
—La débil mental, de Ariana Harwicz.

 

—¿Tienes algún cuento favorito, al que vuelves una y otra vez?
—“Help a él”, de Fogwill.

 

—Un libro que te haya hecho dormir con la luz encendida
—La profecía, de Robert Thorn.

 

l1Liliana escritora

 

—¿Tienes alguna maña o cábala para escribir?
—Escucho, respeto y cuido a fondo mis supersticiones. Soy muy ritualista para escribir: dependiendo de las circunstancias puedo rezar, persignarme o prender una vela antes de empezar.


—¿Cuál es el mejor consejo que te han dado (en relación a la escritura)?
—Escribir contra tu propia habilidad y leer fuera de lo que te resulta más afín.

 

—¿Escribes con música? Para La Ola, por ejemplo, hay un soundtrack?
—La música me ayuda a convocar la atmósfera que busco para un texto. “Yoni B”, de El mató a un policía motorizado, me disparó el cuento “Alfredito”. “La Ola” tiene como música de fondo “Quiero ser un triunfador”, de Los Iracundos. “El Ojo” está inspirado en “Yes, I Am Blind”, de Morrissey.


—¿Qué es lo más importante en un buen cuento, en tu opinión? ¿Buenos personajes, atmósfera, tono, un par de líneas memorables?
—Que transmita una experiencia fuera de lo ordinario, una “otra” forma de sensibilidad. Que consiga poner en suspenso aquello que creemos que sabemos para abrir la puerta a todo eso nuevo, terrible, que hemos olvidado.

—Estás terminando un doctorado, ¿sientes que lo académico se inmiscuye en/o interrumpe tu escritura (le hace interferencia a “la antena”)? ¿O tal vez la nutre de algún modo? (pienso en el cuento “La Ola”, por ejemplo)
—El trabajo académico hace funcionar una parte analítica que desactivo cuando estoy escribiendo ficción. La ficción pasa para mí por otros canales, por otras turbulencias menos racionales y más intuitivas. Yo veo a la teoría como un artefacto ficticio, a veces seductor, a veces insoportable, como toda ficción. Pero su función es otra: con la teoría buscamos conocer cómo funciona algo, ordenar el mundo o reordenarlo de otra manera; la literatura, en cambio, es un modo de no-conocimiento, de desorden. ¿Si me nutre la teoría? Claro que sí. Tanto como me puede nutrir un viaje a un país extraño. Cuando la antena de la escritura está encendida, cualquier cosa sirve para ensanchar los límites de ese no-conocimiento al que aspira un escritor.

—¿Sientes que escribir “desde afuera”, desde Estados Unidos, te da una mirada distinta sobre Bolivia o una libertad distinta a la hora de escribir, de acercarte a ciertos temas?
—Escribí mi primer libro viviendo afuera y no sé cómo podría ser el retorno a esa mirada “puramente boliviana”, si es que puede existir una cosa así. Tampoco tengo nostalgia de eso. “No edifiques ciudad alguna sobre la nostalgia/ Tienes por obligación ser un extraño”, dice un poema de Jorge Campero. Me gusta que mi mirada sobre Bolivia esté siempre torcida y desfasada.

—Entre tus nuevos proyectos están hacerte cargo de una línea de la editorial El Cuervo. ¿Me podrías contar un poco más?
—La colección se llama Bosque Encantado y fue concebida como un lugar para los géneros híbridos, la ciencia ficción, la imaginación de una sensibilidad nueva, pero también para el rescate de proyectos periféricos que no encontraron su lugar en el canon. La idea es tener un pie en la selva y otro en Marte. Este año publicaremos la deslumbrante novela Eisejuaz, de Sara Gallardo, y el libro de cuentos Para comerte mejor, de Giovanna Rivero, que tiene un relato (“Pasó como un espíritu”) que es lo más audaz que he leído en mucho tiempo.

l2Liliana y La Ola

 

—En este libro abundan personajes “poseídos”: por la energía mala, la cosa mala, atormentados por “el ojo” o la aparición de “la ola”… ¿A qué viene la decisión de dejar que lo sobrenatural ingrese a tus historias, “infectando”, de cierto modo, a los personajes?
—¿Qué hay más sobrenatural que eso que llamamos realidad? El hecho de que de un momento a otro los seres que conocemos y queremos desaparezcan  del mundo me parece tremendamente cruel y sobrenatural. ¿Dónde nos vamos? ¿Cómo es que estamos aquí? ¿Por qué hubo algo, de la nada? La racionalidad y el hábito nos hacen naturalizar nuestra presencia en el mundo, pero si rascamos un poco debajo de esa superficie, es imposible no admirarse o inquietarse por el abismo que nos ha escupido y al que vamos a volver. Yo quisiera pensar que la muerte es una desintegración feliz en un enorme océano de bondad, pero ¿qué si hay otra fuerza maligna e igualmente poderosa que nos puede succionar? La idea me espanta y me da vértigo.


—Otro tema recurrente aquí son las madres terribles: en su frivolidad, en su hipervigilancia. Los padres, en cambio, o no aparecen o se deshacen. Hay mucho también de secretos de familia, de rumores, de murmullos. Ojos que todo lo ven, pero también un mundo inmenso de secretos. En tus cuentos, ¿es la familia el muerto/fantasma que nunca se va?
—La mujer cumple un papel terrible y fundamental en la opresión de otras mujeres. Y en especial, en la opresión de sus propias hijas: el machismo se transmite de madre a hija incluso antes que de padre a hija. La relación madre-hija es una de las más monstruosas y complejas que hay. En cuanto a la figura del fantasma, es cierto que hay algo espectral en varios de los cuentos relacionado con violencias de las que no se habla, violencias que tienen que ver con la historia familiar o la historia del país. Me gusta la figura del fantasma como vestigio de una violencia anterior, como aquello reprimido que vuelve a asustar e incomodar hasta que se le dé el “entierro” adecuado.


—Es interesante el recorrido, o arco, que arma este libro: comenzamos en Bolivia, con una narradora infantil, y terminamos en el extranjero: una camarera que solo quiere salir corriendo, una chica atormentada por la Ola en Cornell y que hace el viaje de vuelta (con su “corazón gastado, estremecido, temblando de amor”). ¿Es intencional ese viaje? ¿Esa estructura de boomerang?
—La protagonista de «La Ola» vuelve a un lugar que se ve como su casa, que aparenta ser su casa, pero después del viaje ella sabe que la casa no existe, que no tiene sentido buscar una casa. Solo hay marea, movimiento, mar precámbrico, oscuro y natal.

 

 

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