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«A nadie se culpe de mi muerte», de Daniela Belmar Mac-Vicar: un libro ineludible para el estudio del suicidio en Chile

El historiador es un lector y el mundo completo debe ser leído, leído desde su presente. En nuestro presente cerca de 1.500 personas se quitan la vida por año solo en Chile, dato con el que comienza este libro que se abre a entender las motivaciones suicidas y a establecer puentes. // Este texto fue leído en la presentación de A nadie se culpe de mi muerte, de Daniela Belmar Mac-Vicar, el 5 de diciembre de 2018. En el sitio web de Ediciones UAH puedes leer un adelanto de la investigación.


A nadie se culpe de mi muerte. Suicidios entre 1920-1940. Santiago y San Felipe
Daniela Belmar Mac-Vicar
Ediciones UAH
2018


A nadie se culpe de mi muerte. Suicidios entre 1920-1940. Santiago y San Felipe de Daniela Belmar Mac-Vicar es un libro tan ambicioso como relevante para el estudio de las emociones en Chile desde una perspectiva histórica. Debería decir que tan ambicioso como la autora, pero iré en orden.

De la misma manera que afirmo la relevancia de esta investigación, afirmo una predicción evidente: se convertirá en un libro ineludible para el estudio del suicidio en Chile, será citado y referido en textos, conversaciones y discusiones formales e informales. Alguna investigadora cerrará una venidera discusión sobre género entre colegas señalando algo como “las mujeres llegaban a suicidarse en el siglo XX a causa del temor por la deshonra y desamor de un hombre, los hombres no se suicidaban por esas causas, deberías leer a Daniela Belmar”.

Ya que acerca de este libro se dirán muchas cosas, agradezco a Daniela darme este espacio de avant premier para ser uno de los primeros en analizarlo. Diré alguna cosas más sobre el libro, pero en honor al gusto por el caos en la narración de Daniela, comenzaré un poco antes. Conocí a la autora el año 2015. Pude haberla conocido antes, compartimos espacio universitario hace una década sin habernos detenido a hablar. La conocí el 2015 como una colega coordinadora, mientras investigaba precisamente los archivos aquí analizados hace ya un tiempo. Daniela suele contar que nos acercamos paulatinamente. Mi versión es que fue una relación fulminante. Durante la escritura de este texto Daniela me fue mostrando fotografías de las cartas que encontró, me llamó una veintena de veces cerca de la medianoche para pedirme un par de minutos, siempre con el mismo motivo: «¿Te puedo leer un párrafo que escribí?»

Así fue como durante poco más de dos años fui enterándome fragmentariamente del avance de este ahora libro. Luego, ya escrito todo el texto, Daniela me pidió que la leyera para poder ayudarla a depurar su escritura. Me lo pidió en un bar, con una cerveza que insistió en pagar y con la solemnidad con la que se pide matrimonio. Esta investigación y escritura duró un tiempo incomprensible para nuestro medio en la actualidad. Tres años es un tiempo que ya parece ridículamente largo para un libro. Valdría más la pena para validarse en el medio académico preparar algunos artículos de menor extensión. Por supuesto, no es así como Daniela trabaja. Esta es una investigación extensa como extensa es la emoción de los suicidas y extenso también el trabajo para entenderlo. Extenso el tiempo de la escritura, de la búsqueda de fuentes, de la edición. Extenso el tiempo en el que las y los deudos elaboran el duelo después de su perdida, extensa y silenciosa la mancha de dolor a lo largo del país. A muchos de ustedes se les suicidó un amigo, un familiar. Extenso el alcance del recuerdo de el o la suicida en quien están pensando ahora, de la misma forma silenciosa en que yo también lo estoy haciendo.

Volveré a tomar otro rumbo. Recibí esta invitación a presentar este libro sabiendo de los colegas que tendría al lado, sabiendo en especial sus disciplinas de investigación: historia y filosofía. Daniela me dijo que yo tendría el cupo del “literato”. Inmediatamente pensé en la formación del bachillerato y en que seguramente alguno de mis colegas haría énfasis en ese gesto de formación hurtadiana de la autora. Luego pensé en otra cosa: este libro es tan ambicioso como ambiciosa es su autora y lo que realmente está sucediendo es que Daniela Belmar Mac-Vicar cree que este libro puede ser leído desde los estudios literarios y que ese era el desafío de apertura que me había encargado. Entonces, me sumergí en el desafío de hacer eso posible.

Comenzaré nuevamente y para descomprimir las expectativas diré lo siguiente: quienes nos dedicamos a los estudios literarios realmente tenemos la práctica habitual de tomar teorías prestadas de otras disciplinas, a veces tomamos prestados los textos e incluso las metodologías. En ocasiones, cuando nos llenamos de sentimientos de omnipresencia —casi al borde de delirios mesiánicos— podemos llegar a proponer que todo puede ser leído como literatura. En este caso, de manera arbitraria, propondré tres afirmaciones al respecto que constituirían una comprobación de lo literario en este libro de Daniela Belmar Mac-Vicar:

Primera afirmación. Debe pertenecer a una tradición o puede estarla inaugurando. El suicidio ha sido un tópico bastante recurrente en la literatura, con connotaciones culturales: habría que mencionar que en La Iliada, texto fundacional de la tradición de occidente, Áyax se quita la vida con la espada de Héctor, para evitar la deshonra de haber usado su propia espada de guerrero para matar animales producto de la confusión que le generó Atena para proteger a los otros guerreros; otro suicidio memorable es el de Dido, reina de Cártago, que en la versión del mito narrada por Virgilio en La Eneida hacia el siglo I A. C., se suicida cuando Eneas se marcha por el dolor de ese abandono; también valdría la pena recordar el conocido suicidio en Las penas del Joven Werther de Goethe (1774), donde el protagonista que sufría de un amor no correspondido se dispara y deja una carta; por último también habría que recurrir a la figura de Ema en Madame Bovary (1857) de Gustave Flaubert que desesperada por sus deudas y por la imposibilidad de vivir en París, ciudad que representaba la realización de la sociedad burguesa, decide envenenarse con arsénico en polvo que consiguió en una botica. En estos cuatro ejemplos seleccionados es posible ver cómo el tópico y los medios materiales analizados por Daniela en esta investigación tienen un correlato en la representación cultural de occidente.

Segunda afirmación. Debe haber alguna apertura a valorar el relato. Lo que en ningún caso quiere decir que la literatura dependa de la ficción. Sobre este punto es cuando más sentido me hace estar analizando A nadie se culpe de mi muerte de Daniela Belmar Mac-Vicar, que decide comprender la historia desde la construcción de relato de las cartas de suicidas y de las declaraciones entregadas por los deudos a la justicia en la investigación del caso. Daniela lee estos documentos con la sospecha de una literata, busca ideologías, construye historias no contadas, pone énfasis en los puntos de fuga. Debo decir que además lee estos documentos como una buena literata, porque lo hace no leyéndolos como quieren ser leídos, un vicio de pereza muchas veces recurrente en el medio disciplinar.

La autora es consciente de que está poniendo en tensión varios relatos, por lo que afirma: “los expedientes revelan la puesta en escena de al menos tres dimensiones simultáneas que justifican una investigación histórica del suicidio: la dimensión del suicida, la de los deudos y, por último, la dimensión judicial, que ordena, legitima y mandata los otros dos testimonios” (54). Con esto se establece que la dimensión judicial se impone a otros dos relatos, pero este libro subvierte el orden del discurso, no para entregárselo a la dimensión del suicida o a la de los deudos, si no para que la investigadora, a través de todos los relatos disponibles, construya la historia entre lo no dicho.

Tercera afirmación. El análisis debe proporcionar conocimiento nuevo y demostrarse. Esto ya puede verse cuando la investigadora acude al ejemplo “’el vidrio molido con agua lo bebí por equivocación i no por disgustos que haya tenido con mi madre, dijo María Luisa Rojas en 1920” (67). La autora afirma que testimonios como estos “buscaron persuadir a la Justicia y tratando, a veces, incluso de ocultar lo ocurrido y de mantenerlo en el ámbito de lo privado” (67).

Daniela Belmar Mav-Vicar sospecha de lo que lee, pero debo agregar que también encuentra placer en esa lectura. El historiador es un lector y el mundo completo debe ser leído, leído desde su presente. En nuestro presente cerca de 1.500 personas se quitan la vida por año solo en Chile, dato con el que comienza este libro que se abre a entender las motivaciones suicidas y a establecer puentes.

En un mundo finito que tiende a la autodestrucción nada tiene sentido trascendente, por lo que debemos conformarnos con el caos que tanto fascina a la autora y complacernos con que en ocasiones algo nos detenga y nos entregue sentido provisorio, como ocurre con este, su A nadie se culpe de mi muerte.

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