«Chilean Electric», de Nona Fernández: narrar es iluminar

Si de algo trata ”Chilean Electric” es de cómo nos ligamos al pasado, a nuestros recuerdos y a los recuerdos de otros, que pasan a ser nuestros. Trata de la memoria. Pero no sólo la memoria personal, sino también la familiar y la nacional. En estas páginas el país es la suma de las historias de sus familias y de sus barrios.

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Chilean Electric
Nona Fernández
Alquimia Ediciones
2015

“Chilean Electric”, de Nona Fernández, es de ese tipo de libros que uno recomienda a todos sus amigos y amigas. Regalo de cumpleaños, navidad o amigo secreto, cualquier excusa sirve si hay que leerlo. Además de una lectura agradable, tiene una hermosa diagramación y diseño. Pero sobre todo, es una narración necesaria. Si Chile fuese un paciente enfermo, creo que uno de sus medicamentos debiese ser leer este texto.

Primero, es bueno saber que la narración navega en el difuso límite entre la autobiografía, la ficción y el ensayo. Nona Fernández comparte una historia propia, que luego toma vuelo. Un recuerdo de su abuela que pasa a ser su propio recuerdo. Un tierno relato de cómo su abuela conoció la luz eléctrica, en un acto en la Plaza de Armas, que dio inicio al alumbrado público y privado en Santiago de Chile. Mientras indaga, la narradora descubre que los hechos ocurrieron, pero mucho antes de que su abuela naciera. ¿Por qué la anciana inventó un recuerdo? ¿Por qué insistió en contarle esta historia a su nieta?

Si de algo trata ”Chilean Electric” es de cómo nos ligamos al pasado, a nuestros recuerdos y a los recuerdos de otros, que pasan a ser nuestros. Trata de la memoria. Pero no sólo la memoria personal, sino también la familiar y la nacional. En estas páginas el país es la suma de las historias de sus familias y de sus barrios. Memoria no sólo es hablar de dictadura y derechos humanos, también es la capacidad de perpetuar que hubo y hay otras maneras de vivir, otras maneras de comunicarnos, fuera del modelo cultural y de sociedad que tenemos hoy. La experiencia a través del relato oral; las celebraciones comunitarias, como una fiesta por la luz eléctrica, o recordar cuando la Plaza de Armas aún era de tierra y no de cemento. La memoria entonces está en movimiento, es una actividad, que se ejerce en cada momento en que rescatamos nuestra historia y la de nuestros seres queridos.

Desde ahí, el libro, como un árbol, crece y se ramifica en diferentes temas. Es un libro pequeño, de no más de cien páginas, pero habla de muchas cosas.

Se sitúa, por ejemplo, en la Plaza de Armas, el mismo escenario del inicio de la luz eléctrica en Santiago. Allí, la narradora cuenta su anécdota con la típica foto de niñez de muchos chilenos, arriba del caballo de palo, vestida de huasa. En esa plaza, la misma narradora, años después, prendía velas en una jornada de protesta contra la dictadura y presenciaba cómo un joven fue herido y perdió su ojo en medio de las manifestaciones. El mismo lugar donde una mujer, el año 2015, baila en medio de un delirio. La protagonista observa, rememora, cuenta: es una espectadora que a veces interviene, pero que siempre desafía al lector. Lo desafía a mirar de nuevo la ciudad, a preguntarse qué hace a una octogenaria mentirle reiteradamente a su nieta sobre sus recuerdos o a mirar los espacios iluminados y los que no lo están, como señales de un mapa.

El libro también deambula por otros lugares: la obsesión infantil de la narradora con los ombligos; el barrio Matta, San Diego, Nataniel, rodeado de postes de luz de la empresa donde trabajaba su bisabuelo; la máquina de escribir de su abuela, una herencia que termina llevándola a contar historias, a registrar; la misma anciana agonizando, mientras movía sus dedos como cuando digitaba como secretaria del Ministerio del Trabajo; la desaparición de la familia Recabarren, en plena dictadura.

Creo que la metáfora de la luz y la sombra se queda corta para un relato mucho más profundo. La narradora es más inteligente y astuta, y de a poco nos sumerge en sus recuerdos y las calles de Santiago centro, para retomar la idea de la luz sólo al final del libro, con una analogía sobre el contar historia, sobre narrar. Porque al final, de la abuela no heredó ningún don sobre la electricidad ni con las ampolletas, sino uno mucho más valioso y mágico: su capacidad de contar historias.

Es la narración, oral o escrita, y la memoria como acción, como ejercicio permanente, lo que hila cada relato. Porque al final no hay luz más brillante que un cuento o una narración. Nada ilumina más que un relato que pasa de boca en boca.

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