La gran belleza de la utilidad, según Afonso Cruz

Reconocido escritor, realizador de películas de animación, ilustrador y músico portugués, Afonso Cruz, construye un relato en el futuro de una sociedad orientada al lucro, en que una familia decide comprar un poeta. Esta denuncia metafórica de la lógica utilitaria no convence del todo João Pedro Vala, el reseñista.

«El poeta pobre» (1839), de Carl Spitzweg. Oleó sobre lienzo, en Neue Pinakothek, Munich, Alemania.

En Vamos a comprar un poeta, Afonso Cruz construye un universo futurista donde solamente sobrevive lo rentable, irradiando a todas las actividades inútiles, como la poesía. La novela cuenta la historia de una familia que, por la influencia de la hija menor, que es a la vez la narradora, decide adoptar a un poeta, porque son menos sucios que los artistas, pero más estimulantes que los bailarines o los hámsteres.

Bajo el claro influjo de Orwell, en esta realidad paralela (que Cruz intenta sugerir no está tan alejada de la nuestra), los personajes utilizan un lenguaje reducido y orientado únicamente al lucro, siendo sobre todo en expresiones idiomáticas como, por ejemplo, “no me rompas el monedero” (que querría decir algo así como “no me molestes”) un reflejo de lo mismo. El entretenimiento se realiza únicamente a través de “programas con economistas, gestores, banqueros, comentando la situación del país, publicidad, concursos en que las personas pueden aumentar mucho sus posesiones, especialmente, automóviles, habitaciones, etc.” y deja de tener sentido diferenciar a las personas por género, tal como deja de tener sentido dar nombre a las personas, que se convierten así en simples números. Sin embargo, y estos son los detalles más interesantes del libro, hay momentos en los que se sugiere de manera muy sutil que la lógica utilitaria, aunque claramente predominante, no puede, a pesar de todo, volverse omnipresente, como podemos ver en el episodio en que la dueña del poeta afirma que él vagaba por la habitación y agrega “creo que es así como los poetas andan”, o cuando acusa a una niña llamada BB9,2 de tener un nombre pomposo, impidiendo así que tenga lugar una aniquilación total de la subjetividad.

Vamos a comprar un poeta. Afonso Cruz. Trad. J. Muñoz, Editorial Hueders, Santiago, 2022, 95 pp.

La inspiración orwelliana también se refleja en el evidente esfuerzo de Afonso Cruz por hacer de Vamos a comprar un poeta no sólo una novela sino también un ensayo, siendo precisamente en su vertiente ensayística donde la novela falla más. Por mucho que se elogie la cuidada construcción del mundo apocalíptico que creó Afonso Cruz en su decimotercer libro, lo cierto es que toda esta alegoría no deja de parecer gastada y limitada. Si aún podemos reírnos cuando, al ver a la madre enfadada con el poeta, el hermano teme que éste se haya roto algo mientras escribía un verso, momentos como aquel en el que la joven narradora afirma que las manzanas nacen en los supermercados o en el que se cuenta que el saludo tradicional de este mundo es un cordial “crecimiento y prosperidad” nos deja con una inquietante sensación de déjà vu.

El gran problema de Vamos a comprar un poeta es, sin embargo, de otra naturaleza y requiere una explicación más extensa, ya que tiene que ver con la aparente contradicción existente en la tesis que el libro parece defender. Cuando la familia decide cumplir con el deseo de su hija de comprar un poeta, acuden a una tienda donde el vendedor les recomienda uno que es un poco subversivo, ya que, si bien la subversión excesiva es el peor defecto de un poeta, pues podría hacerle impugnar su condición de animal doméstico, sin insubordinación la calidad poética decae hasta el punto de no generar provecho. Lo que sigue es la integración del poeta a la vida familiar, los poemas que recita dejan de sonar a Jdjdjdjfjfjjfjfjjfjf-jjfk y empiezan a sonar más a las mentiras que los escritores tratan de vender como metáforas. Sin embargo, con la llegada de una crisis, la familia, que nunca logra librarse de una lógica utilitaria, comienza a recortar los gastos más superficiales, lo que naturalmente lleva al poeta a ser metido en el auto y abandonado en un jardín.

La poesía es la salvación

Este abandono genera varias revelaciones: la madre se da cuenta de que su vida no puede estar enfocada en las actividades ordinarias y siente un vacío que la lleva a divorciarse del padre; el hijo se da cuenta de que sin el poeta nunca hubiera seducido a su novia; el padre, recordando un verso del poeta que había escrito en su cuaderno (“Un beso es más eficiente a la temperatura del cuerpo”), decide comprar calefactores para que los trabajadores no se congelen en el invierno y así aumentar su productividad; y la hija descubre que la poesía “transforma el universo y hace surgir la realidad descrita con la absoluta precisión de la ambigüedad”. Descubre, por tanto, que: “Salvamos todo con la belleza. Salvamos todo con poemas”. Pero el mayor error no está en la idea de que debemos conservar la poesía dentro de nuestras ciudades para su posible uso en nuestras empresas, sino que ver a Afonso Cruz como amante de un verso porque nos puede revelar la solución a un problema de eficiencia fabril es tan absurdo como rendir culto a las manzanas porque nos han dado la ley de la gravedad. El mayor error del libro no está ni siquiera en la idea de que la belleza de la poesía puede salvar al mundo, sea lo que sea que signifique salvar el mundo, sino en la incongruencia entre la tesis de que la poesía sirve para salvar el mundo y la tesis opuesta (presentada en un epílogo que, para hacer explícito el sentido de una alegoría suficientemente explícita, no sólo llueve sobre lo mojado, sino que menosprecia las capacidades del lector) de que la poesía no sirve para nada.

Por mucho que se elogie la cuidada construcción del mundo apocalíptico que creó Afonso Cruz en su decimotercer libro, lo cierto es que toda esta alegoría no deja de parecer gastada y limitada.

Tras completar la historia de la familia que compró a un poeta, Afonso Cruz añade un epílogo a su libro donde afirma que “las cosas más importantes de la vida no son utilitarias: despreciamos a quien hace un gesto por ganancia o beneficio y no por el gesto en sí”. Cruz parece sugerir entonces que la literatura (o al menos la literatura que hemos aprendido a valorar) no sobrevivirá si tiene que justificar su existencia a partir de argumentos puramente mercantilistas, y que un mundo en el que sólo se acepten argumentos orientados al lucro es un mundo profundamente poco interesante, siendo que “en la inutilidad es donde está el altruismo y aquello que el ser humano considera naturalmente más noble”. El problema es que Afonso Cruz, a lo largo de todo el libro, decide jugar el juego que aquí sugiere repudiar. A pesar de que empieza a verse como algo inútil, la literatura se presenta como algo que salva al mundo, o que abre puertas a la innovación, o que lleva al “crecimiento personal” o que resuelve problemas tanto microeconómicos (como aquel de la empresa de su padre) como macroeconómicos (cuando en el epílogo se mencionan los números para comparar el valor añadido bruto de la cultura con el valor añadido bruto de la industria textil), siendo estos los grandes argumentos que presenta el libro para que continuemos valorando y apreciando el arte y la poesía y para que los poetas del futuro no sean tratados con el desprecio con el que son tratados en Vamos a comprar un poeta.

Aceptando la lección que nos quiere dar Afonso Cruz, cuando los agentes económicos sustituyan los versos de los poemas con recetas de arroz con lamprea como motivadores ocultos de sus decisiones y cuando, en un futuro muy lejano, una película de Pedro Costa genere menos ingresos por taquilla que “Sei Lá”, la película de Joaquim Leitão inspirada en un libro superventas de Margarida Rebelo Pinto, podremos, porque se han vuelto obsoletos y poco rentables, felizmente expulsar a los poetas de la ciudad y cerrar el Ministerio de Cultura. Y esta es una lección posible de ser enseñada. Simplemente, no tiene nada que ver con la belleza de la inutilidad.

[Artículo parecido en revista “Observador” 20-04-2016. Traducción: Patricio Tapia.]

João Pedro Vala

João Pedro Vala nació en 1990, en Lisboa. Cambió los números por las letras y realizó una tesis doctoral sobre Marcel Proust, escrita entre la Universidad de Chicago y la Universidad de Lisboa. Es crítico literario y traductor. Es autor del libro “Gran turismo” (2022).

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