Víctor Jara: «Las cosas de la naturaleza y del hombre —del campesino— están muy arraigadas a la sangre»

Presentamos el primer capítulo de «Habla y canta Víctor Jara», libro publicado recientemente por Ventana Abierta Editores. El texto, de corte autobiográfico, recoge la intervención de Víctor Jara en el Encuentro de Música Latinoamericana, celebrado en Casa de Las Américas el año 1972.

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Intérprete de la naturaleza y el hombre

 

Mis padres trabajaban como inquilinos y vivíamos cerca de un pueblito que se llama la Quiriquina, a doce kilómetros de Chillán Viejo. Éramos seis hermanos. Cuando comíamos carne era una fiesta. Yo no sabía por qué, después, supe… Los inviernos se prolongaban y no había bastante ropa para escapar del frío. Éramos muy pobres

Las cosas no fueron muy bien allí porque mi padre se fue a un fundo de Lonquén, allá metido en los cerros de Melipilla para adentro. Parece que era de un señor Prieto porque yo siempre oía hablar de «el patrón Prieto». A veces recuerdo cuando mi padre rastreaba los potreros y yo iba detrás, sobre la rastra, viendo cómo se realizaba el trabajo. Él era analfabeto y no quería que nosotros fuéramos al colegio para que así pudiéramos trabajar con él y ayudar en la casa. Pero mi mamá sabía algo de leer y así, desde el principio, insistió para que por lo menos aprendiéramos las letras. Era una mujer luchadora y valiente. Trató de engañarnos para que fuéramos felices. Fui un niño feliz gracias a ella.

victorjaraSiempre hubo en mi casa una guitarra y desde muy niño yo recuerdo haber tenido una vivencia muy fuerte de la música. Mi mamá tocaba, era «cantora», como decimos los chilenos, y cada vez que tenía que ir a alegrar una fiesta o un velorio, allá partía con el más chico de los seis que era yo. Los rasguidos de su guitarra penetraban en mí; recuerdo que me quedaba detenido frente a ella escuchando la guitarra. Después, uno de mis entretenimientos fue el de palpar el instrumento, aunque de él no sacara sonidos musicales especiales. Además, arrendábamos una pieza al profesor de la escuela. Él tocaba guitarra y a mí me gustaba oírlo. Paralelo a esto, estaba la música de la naturaleza misma. Fui un niño rebelde. Nadie sabía —de pronto— dónde estaba: me iba a la loma de un cerro a mirar el color, la forma y los sonidos naturales.

Después mi mamá se vino a Santiago y se empleó como cocinera en un restaurante. Como era tan habilidosa le fue bien acá y nos trajo a vivir con ella. Remató un restaurante en la Vega Poniente y así alcanzó a darnos educación a tres de nosotros. Al principio vivíamos en la población Los Nogales, en una mejora de piso de tierra, y en una cama dormíamos varios, porque no había más hueco. Pero estábamos acostumbrados porque en el campo era igual… Después nos fuimos a vivir al barrio Pila y allá murió mi mamá cuando yo tenía quince años. Mi padre desapareció de la casa y yo me quedé y sufría mucho. Era muy místico y me espantaba el pecado y todo ese asunto. Estuve dos años en el seminario de San Bernardo. Sí, quería ser sacerdote. Fue algo muy serio. Ahora, mirando hacia atrás, pienso que fue la soledad, el desencuentro con un mundo que de repente me pareció vacío. Yo me refugié prácticamente allí buscando otros valores, otros afectos, tal vez algo que llenara ese vacío. Fueron dos años de mucho estudio, de mucha concentración. Ahí fue donde aprendí música; había un coro, y por supuesto cantaba ahí. Así que en el seminario empecé a cantar. Claro que a los dos años me di cuenta que la decisión era muy seria y que yo no debía seguir, que no tenía real vocación para sacerdote y que estaba ahí motivado por muchas otras cosas.

victor3Después trabajé un tiempo en un hospital —hacía tarjetas en una oficina—, y luego, tuve que hacer el Servicio Militar. Imagínate, pasaba del convento, como quien dice, al regimiento. ¿Te das cuenta? Después de dos años fuera del mundo, caes al Servicio Militar. Al comienzo me sentía re mal. El primer día del Servicio, todos en pelotita a bañarse… Puchas, yo venía de un lugar donde el cuerpo era así como pecado, entonces te puedes dar cuenta lo brusco del cambio. Claro que no me costó mucho ponerme en la honda de mis compañeros… Por todo esto es que siento mucho respeto por quienes tienen un sentimiento, una fe…

Al poco tiempo conseguí entrar en l a Escuela de Teatro. Le escondíamos a mi cuñado —que era obrero— que yo estaba estudiando teatro. Pero cuando lo supo armó un escándalo en la casa, así es que yo me fui para que mi her- mana no sufriera. No tenía dónde irme pero me fui. Al principio me escondía en la Escuela y dormía ahí, pero al final estaba tan mal que hablé con el director y me consiguieron una beca. Con eso yo podía pagar una pieza. Y comía queso caritas y pan. Cuando a mi amigo Nelson Villagra le llegaba una encomienda del Sur, comíamos como locos. Nos íbamos al parque Cousiño y no parábamos de comer hasta que nos enfermábamos. Después ya pude hacer algunos trabajos en el mismo Instituto del Teatro y al poco tiempo ya estaba dirigiendo.

Con todas las vivencias que ocuparon gran parte de mi vida, es natural que haya sido un artista donde las cosas de la naturaleza y del hombre —del campesino—, están muy arraigadas a la sangre.

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