Del fusil a la bomba

Juan Cristóbal Guarello retrata en una excelente crónica —y en un estilo similar al de Francisco Mouat en El empampado Riquelme—, la vida de Aldo Marín, un lechero de Vallenar que durante la Unidad Popular se enrieló en uno de los tantos brazos armados del Partido Socialista.

Aldo Marín. Carne de Cañón
Juan Cristóbal Guarello
Debate
2018


La dictadura trajo un barril de historias interminables. Podría apostar a que no conocemos ni la mitad, tal vez —ni siquiera— una parte de ellas. Con el paso de los años, indudablemente, hemos construido —y nutrido— un almanaque de (micro) relatos cada vez mayor; sin embargo, cuando creemos que ya todo está escrito, aparece una pequeña partícula extraviada que nos viene a recordar que las historias que trajo consigo el Terrorismo de estado son disímiles, variadas e inacabables.

Juan Cristóbal Guarello retrata en una excelente crónica —y en un estilo similar al de Francisco Mouat en El empampado Riquelme—, la vida de Aldo Marín, un lechero de Vallenar que durante la Unidad Popular se enrieló en uno de los tantos brazos armados del Partido Socialista. Criado en una familia pobre y evangélica, con muchos hermanos y un padre alcohólico, Marín se interesa por el proceso político por el cual atraviesa el país, no por su condición de eterno excluido, si no por un tío que, proveniente desde Santiago, le comienza a hablar de guerrillas y lucha de clases. A ello se suma una mítica visita que el candidato Salvador Allende realizaría por el norte país: “Hilda Piñones, hasta el día de su muerte, repetía que esa tarde ´quedó deslumbrado´. Aldo se enamoró de Allende”.

Cuando Marín llega a la capital, entra a trabajar al cementerio general. A escondidas de la familia de su joven esposa, se entrena con nunchacus, perfeccionándose en técnicas de defensa personal y preparando en los cordones industriales una contra-ofensiva que nunca tuvo las armas necesarias para hacerse real.

Viene el Golpe. Marín se exilia en México, luego en Cuba. Entra a la guerrilla. Nace su hijo. Llega a Italia. Se desilusiona del marxismo ortodoxo. Se hace anarquista. Se vuelve a enamorar. Su vida se acaba en Turín el 5 de agosto de 1977; muere mientras intenta poner una bomba en el diario La Stampa.

La de Aldo Marín no es una historia olvidada, es una historia desconocida que Guarello reconstruye, con oficio y astucia, en un proceso que duró más de cuatro años. La investigación no fue fácil. El periodista se las ingenió para conseguir diversos testimonios que le fueron dando cuerpo a una historia que merecía ser contada. Hubo gente que se negó a hablar; hubo otros que confundían los hechos, incluso, Guarello tuvo que viajar a Italia para seguir la pista del revolucionario chileno. Perdiéndose entre callejuelas, archivos y vecinos que —pese a los años— lo miraban con desconfianza, sacó adelante una investigación valiosa que nos viene a (re) confirmar que las historias de la dictadura no envejecen.

El libro no es sólo la historia de Aldo Marín, también se cruzan otros relatos de guerrilleros anónimos que exiliados en Cuba se entrenaron para volver a combatir la dictadura. El grupo de chilenos es diverso y enigmático, desde un infiltrado hasta el hijo de Carlos Altamirano pasando por hombres de pueblo y burgueses con consciencia social. Hay una hibridez irónica de la cual el autor saca provecho: “El contraste entre Altamirano y el resto era muy fuerte: él venía de pasearse en Carnaby Street mirando discos y ropa de moda; los otros de estar hacinados en embajadas o escondidos en entretechos y subterráneos”.

Guarello sabe llevar el libro: lo hace con la precisión que necesita el suspenso, sabe introducir una anécdota, realiza breves —pero significativos— comentarios, critica la ingenuidad de los grupos armados de izquierda y, por sobre todas las cosas, entretiene. Una crónica interesante, necesaria y lúcida que posiciona a Guarello como un cronista del que más temprano que tarde, esperamos volver a tener novedades.

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