Ecofilia

Umberto Eco fue un bibliófilo memorable, y juguetón, como demuestra su libro, ahora traducido “La memoria vegetal” (Lumen). Así también lo recuerda su amigo, el jurista y político (y también bibliófilo) Oliviero Diliberto.

Umberto Eco, Italian writer, Modena, Italy, 15th April 1977. (Photo by Leonardo Cendamo/Getty Images)

1. Haber aceptado hablar de Umberto Eco bibliófilo ha sido, por mi parte, un acto de absoluta imprudencia pero, al mismo tiempo, quiere representar el testimonio de una amistad, un afecto, una complicidad, que me une al autor ya por muchos años.

Hablar de Eco como bibliófilo es un poco —disculpen la blasfemia involuntaria— como querer hablar del Papa como católico. De hecho, Eco es la biblofilia.

La memoria vegetal,
Umberto Eco.
Trad. H. Lozano, Editorial Lumen, Barcelona, 2021, 264 pp.

El amor por (y la inmensa competencia acerca de) los libros rezuma de su asombrosa biblioteca, de todos sus escritos —ensayos o novelas o artículos de prensa—, de las conversaciones y de las entrevistas, de los infinitos juegos que sobre los libros y con los libros se pueden inventar: durante las cenas del Club Aldus, promovidas por el inolvidable Mario Scognamiglio, quien lamentablemente ya no está, que efectivamente hemos experimentado tantos.

La dimensión lúdica es, en Eco, algo esencial. Acompaña —¿podría ser de otra manera? — a la ligereza: no confundir nunca con la superficialidad ahora triunfante en este (ahora) triste país. La ligereza presupone, en cambio, la profundidad: únicamente, de hecho, puede jugar inteligentemente con las cosas quien las conoce en profundidad. Y Eco —es casi inútil destacarlo— une a la muy vasta y refinada cultura, una erudición ilimitada: sea cual sea el tema abordado —para él no existen jerarquías ni “cánones”—, incluso los (aparentemente) más banales, son tratados en un constante entrelazamiento de citas cultísimas, referencias literarias, conexiones vertiginosas. Por decir algo, desde Chaucer a Popeye. Como en una montaña rusa.

2. Me limitaré, en estas pocas (y ciertamente inadecuadas) líneas, a un solo ejemplo de juego de bibliófilo, que considero sublime. Ha atravesado, como veremos, prácticamente toda la vida de Eco (y la de muchos otros).

Milo Temesvar. Un caso asombroso de pseudobiblium inventado en su momento como una broma editorial que Eco, laberíntico malabarista de las palabras, conduce a paroxismos verdaderamente impensables. Pero vayamos en orden.

La broma fue ideada, hace muchos años, en la Feria del Libro de Frankfurt. El joven Eco era entonces consultor de la editorial Bompiani. Se encuentran apara almorzar Gaston Gallimard, Paul Flamand, Ledig-Rowohlt y Valentino Bompiani. “Vale decir” —en palabras de Eco— “el estado mayor de la edición europea”. El autor cuenta que este “estado mayor” comentaba la locura —nuevamente en palabras de Eco— de “dar anticipos cada vez más altos a autores jóvenes que aún no habían demostrado su valía. A uno de ellos se le ocurre la idea de inventar un autor. Se llamará Milo Temesvar, autor del conocido Let Me Say Now, por el que la editorial American Library ya había ofrecido esa mañana cincuenta mil dólares. Decidieron, por tanto, hacer circular este rumor y ver qué pasaría”.

Un juego, un engaño, un divertimento editorial-intelectual. Eco se pone manos a la obra. Hace circular el nombre de Temesvar entre los stands de las editoriales. Todo el mundo se enamora. Al punto de que Giangiacomo Feltrinelli llega a afirmar —blufeando descaradamente, como es obvio— haber ya comprado los derechos mundiales de Let Me Say Now.

3. Podría terminar ahí. Pero Eco se encariña con el juego, inventándose desde cero también una biografía de Temesvar. Escribió así la reseña de un libro de Temesvar, The Pathmos Sellers (Washington 1964) y cuenta que el autor sería un albanés expulsado de su país por desviacionismo de izquierda. Temesvar se refugiaría de esta forma en la Unión Soviética, trabajando en un laboratorio sobre circuitos lógicos de las máquinas pensantes. En Moscú produjo una memoria para la Academia de Ciencias, titulada La verificación como una falsificación de la hipótesis. Luego se mudó a California como profesor universitario en lenguas eslavas. El revocarle su cátedra a petición de los servicios secretos estadounidenses, hace perder todo rastro de él. Se queda seguramente en Argentina, donde publica Las fuentes bibliográficas de J. L. Borges, así como un libro que apareció inicialmente anónimo (en el que refuta cuanto había sostenido en el volumen anterior) titulado Sobre el uso de espejos en el juego de ajedrez.

Y aquí se impone una primera reflexión. Borges —quien será abundantemente protagonista, en un crescendo “citacionista” que discutiré más adelante, en El nombre de la rosa— es, así, el tema de la investigación bibliográfica de Temesvar. Pero este último también escribió un tratado sobre el uso de los espejos, al que el propio Borges había dedicado una deslumbrante historia de pseudobiblia en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” (en Ficciones [1944], ahora en Obras completas, Emecé Editores, Buenos Aires, 1974). ¿Se trata de una mera casualidad o una cita ultraerudita, sabiamente oculta al lector superficial? Borges, ciertamente, se encuentra entre los autores más prolíficos de pseudobiblia, pero es una fuente constante para Eco (y sobre la relación entre los dos autores ha florecido abundante literatura científica).

Prosigamos. El volumen de Temesvar (Sobre el uso de espejos en el juego de ajedrez), mientras tanto, se ha vuelto famoso. De hecho —como todos recordamos—, lo encontramos en las páginas introductorias de El nombre de la rosa. El libro fue supuestamente encontrado por Eco en Buenos Aires (una vez más, un homenaje a Borges, como en toda la novela, por cierto), “hojeando los estantes de un pequeño librero”. El libro de Temesvar estaba en versión castellana y Eco, esta vez citándose a sí mismo, recuerda haber mencionado ya al autor en Apocalípticos e integrados. Con todo, el original del volumen de Temesvar estaba, esta vez, en idioma georgiano (Tibilisi, 1934).

Eco, sin embargo, nunca se detiene. Publica así, “El código Temesvar” (aparecido en el “Almanacco del Bibliofilo”, Rovello, Milán 2004 y, a los pocos años, en La memoria vegetal). Allí Eco cuenta haber encontrado en Sofía, junto con otros libros fantásticos, un volumen posterior de Temesvar: Tajnaja Vecera Leonardo da Vinci (Anekdoty, Moskva 1988), esto es, una interpretación de “La Última Cena” de Leonardo. Se trata, claramente, de una burla gigantesca de El Código Da Vinci de Dan Brown. Pero Eco aprovecha la ocasión para enriquecer con particulares y sabrosos detalles la biografía intelectual de Temesvar.

El punto es que —a pesar de la evidencia de la condición paradójica de los argumentos de Eco— Temesvar también comienza a circular como un autor real: basta con ingresar a los sitios web para darse cuenta de que a menudo se lo cita como un estudioso de los temas más dispares. Milo Temesvar, en definitiva, acaba en las bibliografías (sobre todo esto, ver P. Albani y P. della Bella, Mirabiblia. Catalogo ragionato di libri introvabili, “Mirabiblia. Catálogo razonado de libros inalcanzables”, Zanichelli, Bolonia, 2003).

El cortocircuito entre la realidad y la ficción toma cuerpo.

4. También porque, mientras tanto, otros autores se ocuparon de Temesvar. Por ejemplo, un tal Mariano Tomatis Antoniono —desconocido para mí— le dedica un ensayo (“Tras los pasos de Milo Temesvar. El ajedrez en la mitología de Rennes-le-Château”, en Indagini su Rennes-le-Château 3, 2006). El propio Tomatis parece, en realidad, una criatura de Umberto Eco. En su sitio web oficial, se define como Wonder Injector. Escuche lo que escribe sobre sí mismo: “Escritor e ilusionista, Mariano ilumina las maravillas en la frontera entre Ciencia y Misterio”. En el fondo, de hecho, no se puede descartar que no se trate simplemente de otra broma de Eco. También porque Tomatis —en el ensayo citado— vuelve a relatar la vida y obra de Temesvar, sirviéndose ampliamente de Eco, pero añadiendo detalles fantásticos, que no sé si ha vuelto a saquear de Eco o los ha inventado desde cero: una cita de Temesvar por parte de Perec (también él un funambulista de la palabra); la polémica de nuestro autor contra el gobierno británico por conceder asilo político a Salman Rushdie después de la fatwa; el descubrimiento en Praga (otra ciudad de culto para Eco, como bien sabemos) de un volumen posterior de Temesvar, escrito en 1999 y, esta vez, en francés: Diabolus Antiquus, aventurándose así a que se tratase de una respuesta al Angelus Novus de Walter Benjamin. Temesvar, entonces, todavía estaría vivo en años cercanos a los nuestros. ¡Nos obstinamos en no querer dejarlo morir!

La saga de Temesvar, en consecuencia, continúa.

Intentemos resumir. Temesvar nació inicialmente gracias a la broma construida por casualidad en la Feria de Frankfurt. Se llena de detalles, citas, referencias, hallazgos, anécdotas, gracias a Eco. Continúa laberínticamente en el juego de otros autores.

No sé si es un homónimo o no, pero actualmente —¿sigue siendo un engaño?— Milo Temesvar está en facebook.

5. En Apostillas a “El nombre de la rosa”, que apareció inicialmente en la revista “Alfabeta” (número 49, junio de 1983: que conservo celosamente en el original, como es fácil de imaginar), Eco dice claramente: “Quería que el lector se divirtiese”.

La diversión, las referencias, las citas (las explícitas y las ocultas, que cada lector de la novela puede captar en diferentes niveles de conocimiento): todo tiene que ver con el elemento libresco. Hasta el genial invento del asesino (el venerable Jorge: bibliotecario ciego, evidente homenaje adicional al gran erudito argentino) que mata por un libro y mediante los libros.

Todas sus novelas posteriores —de formas distintas, pero coherentes— siguen esa trama sutil. Habría que responderle, después de (ya) más de 35 años desde esa primera aparición deslumbrante: sí, querido Umberto, nos hemos divertido. Gracias de corazón.

[Unos meses después de la muerte de Umberto Eco, amigo y compañero de tantas aventuras “librescas”, reproduzco aquí mi intervención introductoria al número especial de la revista “Cantieri” (31, 2015), dedicado precisamente a Eco. Es un homenaje a su memoria, una mezcla de pesar, afecto, tristeza, complicidad. Lo extrañaré muchísimo].

Artículo aparecido en la revista Cantieri 31 (2015), luego recogido, con la nota final, en el libro de Diliberto, Storie di condivisioni (Editorial Jovene, 2018). Se traduce con autorización de su autor. Traducción: Patricio Tapia.

Oliviero Diliberto

Oliviero Diliberto (1956) es un jurista y político italiano. Es profesor de Derecho Romano en la Universidad “La Sapienza” de Roma (antes lo fue en la universidad de Cagliari). Militante comunista ha sido diputado y Ministro de Justicia de su país. Actualmente es el secretario general del Partido de los Comunistas Italianos. Entre sus libros: “La fenice rossa” (1998), “La biblioteca stregata” (2003), “Vicino Oriente” (2005), “I libronauti” (2007).

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