«El hambre de las Bestias»: Subalternidad con acento neutro

El hambre de las bestias, de Victoria Valenzuela
Editorial Planeta
2019


La primera marca de filiación de El hambre de las Bestias de Victoria Valenzuela a un imaginario conocido en la literatura marica, es el parecido de la portada con una de las imágenes más usadas en diversas ediciones del ya canónico El beso de la mujer araña (1976) de Manuel Puig: El rostro femenino sin cuerpo, solo un ojo visible y labios perfectamente delineados. Lo que se reemplaza es la oscuridad por las plumas amarillas.

Se trata de la historia de una transformista y su círculo socioafectivo. La historia toma muchos elementos estéticos de la cultura del voguing, lo que es mencionado dentro de la novela, haciendo evidente su inspiración en el origen social y las condiciones de precariedad en las que emerge esta práctica cultural en torno a competencias de baile, en Harlem hacia los años 60 del siglo XX.

La temática, de gran interés editorial en los últimos años, es presentada desde una visión universalizante. La violencia que aparece con mayor claridad en dos momentos no tiene elementos particulares, como si la violencia de género fuese completamente equivalente a cualquier otra manifestación de violencia. El énfasis de la propuesta de la autora está en el proceso reflexivo y de superación personal, o de aceptación y resiliencia, o incluso de conformismo.

Una característica bastante llamativa es una suerte de carácter narrativo que muestra aceptación con algunos niveles de desigualdad social. No es que los emita o haya un foco en otras temáticas, al contrario, los tematiza al ver a otros en condiciones aún más precarias: 

Tantos niños que viven afuera del sistema, ¿dónde están que no se ven?, ¿acaso sin fantasmas que desaparecen o somos nosotros que los borramos para no deprimir el pasaje? No imagino cómo es que logran aprender los códigos de sobrevivencia sin protestar porque otros nacieron favorecidos. No pagar la micro, no estudiar, revolver la basura, robar y no seguir a nadie más que la propia ley. Este sí que es otro mundo (66/322).

En esta cita se observa un elemento de contexto de recepción que azarosamente se desconecta con la escritura. Si bien El hambre de las bestias fue publicada en 2019, su mirada es claramente previa a las formas de aproximación que podrían tenerse luego del hito que representa el Estallido social del 18 de Octubre de 2019, una suerte de tiempo cero, como experiencia instantánea, según lo analiza Josefina Ludmer con hitos como el antes mencionado.

Lo que no hace es ver las condiciones precarias inmediatas, ya que estas estarían más claramente representadas en obstáculos aceptables en un recorrido de aceptación y crecimiento personal: “¿Qué puedo hacer?, pertenezco a la masa promedio que tiene que llegar a fin de mes como sea” (156/322) o más claramente cuando se pregunta: 

¿Cuál es el camino que se tiene que hacer para salir adelante?, trabajar de día y de noche, de ser operador telefónico, garzonear en clubes nocturnos, ascender a cajero, luego administrador y así sucesivamente hasta que tengas el dinero suficiente hasta que tengas el dinero suficiente como para cruzar de la orilla de la sobrevivencia a las costas de una vida digna. ¿Y cuándo lo logré? El día en que pude pagarme mis primeras clases de danza, supe que lo había logrado (33/322).

Algunas estrategias narrativas tienden a infantilizar a sus lectores/as posibles, como las instancias en las que anuncia la narración: “Les voy a contar lo que me pasó hace tiempo, algo que nadie sabe”. Además, tiende al lenguaje estándar, presumiblemente correcto. Cuando aparece ese lenguaje imperfecto lo enmarca para separar el habla correcta de esta local, como en frases del tipo “me hace una seña con la cabeza pa’ que me acerque”, donde la expresión de la oralidad es destacada como intencional a través del uso de cursiva. También ocurre con ciertas elecciones léxicas por las de mayor uso neutro, como con ordenador en vez de computador.

Se trata de una apuesta por revitalizar arquetipos narrativos del imaginario marica y que, más que una búsqueda por proponer formas nuevas, Victoria Valenzuela se inclina por traducir las historias conocidas a un lenguaje con un público más amplio. Esto que si bien es unas formas en las que funciona el mercado editorial, es también un gesto de normalización de la temática y que, para un público lector que consume en códigos más estándar de lenguaje, puede llegar a representar una apertura a problemáticas sobre las que existe una práctica escritural que no ha sido suficientemente atendida.

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