Catorce relatos breves, casi todos de menos de diez páginas, componen Humillaciones, el último libro del escritor penquista-sanantonino Marcelo Mellado (1955). En ellos, el autor visita una vez más las obsesiones que cruzan su obra narrativa y ensayística: la corrupción y mediocridad generalizada del aparato público. La futilidad de la burocracia, que termina perdiendo todo sentido no por su ininteligibilidad, sino porque termina siendo un simulacro que invalida todo proceso y pretensión de justicia al estar todo “cocinado” desde antes en favor de compadrazgos inescrutables. Y siempre, como un nuboso estado de ánimo, la provincia.
Al tratar estos temas el tono de Mellado aparece cansino, quizás porque su discurso ya se ha escuchado muchas veces antes, y es poca la novedad que el autor aporta con respecto a sus escritos anteriores. Tal vez por lo mismo, los puntos más altos del libro están en los relatos en que Mellado se adentra en otros terrenos, sin huir de la poderosa sombra de la derrota –moral, cultural, personal– que se cierne sobre el volumen. En ese sentido se destacan, por ejemplo, la dolorosa ternura de “Archivo escolar”, donde tres amigos quinceañeros se ocultan del horror y el miedo de los días post-Golpe jugando con un antiguo tren en miniatura, o el humor negro de “La felicidad de los otros”, con un barman que no puede soportar la alcohólica estridencia de sus clientes. O el epónimo “Humillaciones”, donde las habituales temáticas melladianas establecen un bien logrado diálogo con la narrativa policial.
En general, se identifica en el libro una crítica a un modelo donde lo que chorrea desde arriba no es el bienestar, como alguna vez Chile pretendió fingir, sino que una moral putrefacta, un arreglarse los bigotes que guía desde a los señores del Grupo Penta hasta a los grises encargados de una irrelevante repartición pública en el litoral central. Una moral que se va tragando toda posibilidad de disidencia hasta dejar al individuo seco y desorientado. Humillado. Ni hablar de proyectos colectivos, imposibles de levantar en un ambiente tan hostil.
Humillaciones habla de un país sin salida posible, donde las ambiciones de plata y poder gobiernan el actuar de hasta el más piñufla de los funcionarios, y donde el sujeto que se anime a desafiar el deprimente estado de las cosas terminará mordiendo el polvo antes siquiera de empezar la pelea, condenados a atontar las frustraciones latentes por medio de vías de escape como el trago, la droga y una sexualidad triste y resignada. Un país muy penca.