¿Qué es?, ¿quiénes lo encarnan? Los movimientos y líderes populistas son tan variados que ya se usa para referirse a casi todos. Jan-Werner Müller ha escrito un libro introductorio y Emile Chabal lo comenta.

Pocos términos puede haber en el vocabulario político actual más polémicos que “populismo”. La palabra se aplica de diversas maneras a partidos, líderes y movimientos sociales de izquierda y derecha, más a menudo como un término de abuso. Al mismo tiempo, los propios populistas han adoptado con frecuencia el término como una forma de describir su auténtica relación con sus partidarios. El hecho de que el populismo signifique cosas muy diferentes en países como Venezuela, Turquía, Francia y Polonia sólo sirve para complicar las cosas. Un historiador concienzudo seguramente evitaría totalmente usar el término: está demasiado cargado, es demasiado impreciso y demasiado fácil de malinterpretar.
Sin embargo, una posición tan sensata es problemática. Para aquellos interesados en los contornos del debate político contemporáneo, ¿tiene sentido eludir un concepto que es tan ampliamente utilizado? Y para los historiadores intelectuales, seguramente debe ser valioso tratar de averiguar de qué se trata el populismo, si es que se trata de algo. Jan-Werner Müller ciertamente lo piensa así. Es un especialista desde hace mucho tiempo en el cambio democrático en Europa, las circunstancias políticas lo empujaron claramente a publicar este breve ensayo, ¿Qué es el populismo? (Grano de Sal, 2019) después de la victoria de Trump y su intervención debe leerse como una contribución a una conversación en curso sobre cómo los moderados deberían responder a un contexto político cada vez más volátil.

Jan-Werner Müller.
Editorial Grano de Sal, México, 2019, 162 pp.
La definición de populismo de Müller es asombrosamente simple. Como dice a lo largo del libro, el populismo es la “sombra” de la democracia representativa. Su característica central es “una forma moralizada de antipluralismo” que incesantemente habla “en nombre del pueblo en su conjunto”. Esta definición extremadamente espaciosa permite a Müller reunir bajo la etiqueta populista una notable gama de movimientos políticos (el Frente Nacional en Francia, el FPÖ en Austria, Jobbik en Hungría, el PiS en Polonia, el AKP en Turquía) y personalidades (Donald Trump , Hugo Chávez, Marine Le Pen, Racep Tayyip Erdogan, Viktor Orbán). Al hacerlo, rompe uno de los problemas clásicos en el estudio del populismo, a saber, la diferencia entre derecha e izquierda. Para Müller, esta distinción es fundamentalmente irrelevante. Lo que importa es la forma en que los populistas conceptualizan la política, no su orientación ideológica.
Usando su definición como columna vertebral de su análisis, Müller desarrolla sus argumentos a lo largo de tres breves capítulos. El primero analiza lo que dicen los populistas. En lugar de tratar el populismo como un producto de la «ira» o como la voz de las masas privadas de sus derechos, se toma en serio la afirmación de los populistas de hablar por el pueblo y contra las élites. La forma de distinguir a los populistas de otros que hacen afirmaciones similares es que los populistas operan a un nivel “moral y simbólico”. Por tanto, lo importante, en la práctica, no es a quién representan los populistas, sino a quién dicen representar.
¿Qué es el populismo? debe leerse como una contribución a una conversación en curso sobre cómo los moderados deberían responder a un contexto político cada vez más volátil.
El segundo capítulo se ocupa de lo que hacen los populistas una vez que están en el poder. El análisis de Müller es menos claro aquí. Su afirmación de que los populistas “distorsionan el proceso democrático” al modificar las constituciones y acabar con la disidencia parece bastante justa. Pero también él está tratando de señalar un punto más amplio sobre la democracia como un indeterminado espacio político de conflicto y desacuerdo. Müller utiliza esta idea, que tiene sus raíces en el trabajo del teórico político francés Claude Lefort, para explicar cómo los populistas pueden retener los adornos formales de la democracia como las elecciones y seguir siendo tan corrosivos para el ideal democrático.

Finalmente, en el tercer capítulo, Müller intenta ofrecer un modelo sobre cómo lidiar con el populismo. Este es incluso menos coherente que el segundo capítulo. Nuevamente, la premisa es simple: que el populismo sólo puede prosperar dentro de los sistemas democráticos, ya que se alimenta de las “promesas incumplidas” de la democracia. Pero la verdadera estructura del capítulo ofrece dos estudios de caso muy contrastantes —el populismo estadounidense de finales del siglo XIX y la Unión Europea del siglo XXI— que no encajan bien. La conclusión más bien suave, que obviamente no se deriva de los estudios de caso, es que el poder de los ricos debe restringirse (¿cómo?) y que los “excluidos” (¿quiénes son?) necesitan reintegrarse en el “contrato social”. El libro termina con siete tesis sobre el populismo, que proporciona resúmenes concisos, y muy citables, de los puntos principales.
Debería estar claro en este punto que Müller es mejor analizando el populismo que proponiendo soluciones de políticas públicas. Lo que quizás sea más interesante para los historiadores intelectuales es el grado en que su argumento se basa en la interpretación revisionista clásica de François Furet de la Revolución Francesa como una crisis de representación, en la que los jacobinos estaban obsesionados con encarnar una nación indivisible. Müller parece darse cuenta de esto, ya que los jacobinos hacen varias apariciones en su libro. Pero vale la pena repetirlo de todos modos: su argumento central se basa en gran medida en una interpretación simbólica, moral y lingüística de la política. De hecho, Müller rechaza repetidamente los análisis de clase del populismo o las explicaciones socioeconómicas de su éxito.
Hay una gran cantidad de cosas valiosas en la posición de Müller. Él tiene razón en que el poder retórico del populismo es lo que le da un gran atractivo. También tiene razón en que las apelaciones a argumentos “empíricos” o “técnicos” (tales como resultados electorales, pronósticos económicos o periodismo de investigación) tienen poco efecto en los movimientos populistas porque sus afirmaciones operan en un campo discursivo completamente diferente. Probablemente el argumento más convincente del libro es que en el populismo, al igual que en el totalitarismo, todo se trata de eliminar el espacio ambiguo de la disputa que está en el corazón del proceso democrático.

Pero Müller comete un error al enfatizar la forma a expensas del contenido. Su loable deseo de ofrecer un marco global para el populismo significa que deja a un lado lo que están efectivamente hablando los populistas. Es importante, por ejemplo, diferenciar entre aquellos que reclaman explícitamente la autoridad religiosa (como el PiS, el AKP o el BJP en India); aquellos que ocasionalmente manipulan el simbolismo religioso pero no obtienen su fuerza de él (uno piensa en el Frente Nacional francés); y aquellos que no tienen nada que ver con la religión (el ejemplo obvio sería el caso de Chávez). Sí, la forma de generar exigencias morales puede ser similar en todos estos casos, pero la fuente de legitimidad no lo es. Los movimientos de inspiración religiosa refuerzan sus pretensiones morales a través de un lenguaje de piedad y de fe trascendental, mientras que los predominantemente seculares deben apoyarse en construcciones como la “nación” o la “revolución”.
Probablemente el argumento más convincente del libro es que en el populismo, al igual que en el totalitarismo, todo se trata de eliminar el espacio ambiguo de la disputa que está en el corazón del proceso democrático.
Esto tiene consecuencias sobre cómo los populistas definen su comunidad. Obviamente, existe una diferencia entre representar a una mayoría religiosa (católicos, hindúes) y representar a una nación (húngaros, estadounidenses), incluso cuando los dos se superponen. Además, las afirmaciones morales de los populistas sólo pueden tener éxito cuando convergen con la comprensión popular de lo que es el pueblo. En el siglo XXI, rara vez es suficiente que los populistas simplemente afirmen que hablan por el pueblo; la gente también debe creerles. De manera que, aunque Müller ofrece un marco poderoso y persuasivo para comprender la función del populismo, no es tan bueno para explicar sus éxitos recientes. Si no otra cosa, una atención más acuciosa al contenido de las ideologías populistas le habría recordado que el populismo en las democracias contemporáneas siempre depende de una colusión voluble entre los líderes populistas y las fantasías de las personas a las que dicen representar.
[Artículo aparecido en Intellectual History Review 27-4 (2017). Se traduce con autorización de su autor. Traducción: Patricio Tapia.]
Emile Chabal

Emile Chabal estudió en las universidades de Cambridge, Rice, Harvard y la École Normale Supérieure de Paris. Actualmente es profesor en la Universidad de Edimburgo. Gran parte de su investigación se ha enfocado en la cultura política francesa de posguerra y ha escrito sobre ciudadanóa, nacionalidad, el legado del imperialismo. Entre sus libros se cuentan A Divided Nation (2015) y France (2020). Su otra gran pasión es la música (y enseña guitarra clásica).