¿Es difícil leer poesía?


Laurel Editores publicó recientemente ¿Quién le teme a la poesía?, un libro de divulgación poética (mezcla de ensayo y manual) escrito por los académicos Felipe Cussen, Marcela Labraña y Macarena Urzúa, con la colaboración de Gastón Carrasco y Manuela Salinas. La obra se divide en 50 capítulos temáticos, que muestran los mecanismos y posibilidades de la poesía. Algunos de los capítulos: «Soneto», «Instante», «Epifanía», «Silencio» y «Humor». Presentamos a continuación íntegramente el capítulo «Dificultad», escrito por Cussen, dedicado a cuestionar la dificultad de la poesía.

Juan Luis Martínez.

–A mucha gente le cuesta sangre, sudor y lágrimas entender tu poesía. ¿Desde qué perspectiva de entendimiento dirías tú que el lector debe aproximarse a ella?

–Sinceramente, yo creo que hay que entender que no hay que entender mucho.

(Juan Luis Martínez, entrevistado por Erick Polhammer)

Este es un poema
totalmente accesible.
No hay nada
en este poema
que sea en modo
alguno difícil
de entender.
Todas las palabras
son simples &
van al grano.
No hay conceptos
nuevos, ni
teorías, ni
ideas confusas.
Este poema
no tiene pretensiones
intelectuales. Es
pura emoción.

(Charles Bernstein, «Gracias por dar las gracias»)

Que la poesía es difícil, hermética, oscura, elitista, que los poetas escriben sólo para los poetas, son algunos de los reclamos más frecuentes que se escuchan cuando se menciona la poesía. Y no son recientes, pues a lo largo de la historia muchos han criticado la especificidad del lenguaje lírico, en oposición al habla cotidiana, y el innecesario interés de los poetas por escribir complicado. Otros defienden esta cualidad, y dicen que es precisamente esta diferencia su mayor gracia, la capacidad de convertir las palabras en un discurso exótico o esotérico.

Uno de los choques de opiniones más antiguos sobre este tema es el debate, en pleno siglo XII, entre los trovadores provenzales Raimbaut d’Aurenga y Giraut de Bornelh. Para el primero, es importante lograr un canto que sólo sea apreciado por aquellos que sí saben, mientras que para el segundo no tiene sentido componer si es que nadie va a entenderlo. Estas discusiones van evolucionando y se relativizan, y por momentos las culpas se van repartiendo: quizás no habría que cargarles tanto la mano a los lectores que no están dispuestos a hacer el esfuerzo de concentración necesario para comprender lo que se les está ofreciendo. T.S. Eliot, de hecho, asume que en este proceso juegan en contra numerosos prejuicios: «El lector ordinario, cuando está prevenido contra la oscuridad de un poema, se expone a caer en un estado de azoramiento muy desfavorable a la receptividad poética. En vez de empezar, como debiera, en una disposición de pasiva alerta, ofusca sus sentidos con la obsesión de ser listo y de encontrar algo –no sabe qué a ciencia cierta– o de que no le tomen el pelo». Por eso escritores como Juan Luis Martínez plantean que el lector debería, de entrada, renunciar a entender. Quizás así podríamos acceder a un tipo de relación basada más en el placer, en el gusto gratuito, porque sí no más.


Escritores como Juan Luis Martínez plantean que el lector debería, de entrada, renunciar a entender. Quizás así podríamos acceder a un tipo de relación con la poesía basada más en el placer.

Este problema se mantiene muy vigente y se desarrolla en planos muy diversos. Mucha poesía experimental, por ejemplo, deja de lado el significado de las palabras en pos de su materialidad visual y sonora: se trata sólo de fragmentos o partículas imposibles de leer pero que, a veces, al menos con buena voluntad, pueden producir efectos potentes en el lector dispuesto a dejarse llevar por esos misteriosos ritmos. A la vez, otros escritores vuelven a defender la necesidad de comunicarse de la manera más directa con sus lectores, intentando usar los poemas como una herramienta de confluencia que necesariamente pasa por una comunicación directa.

Es a estos autores a quienes el norteamericano Charles Bernstein alude con su poema «totalmente accesible». En rigor, este texto admite dos lecturas contrapuestas: puede considerarse desde una perspectiva totalmente plana, es decir, como un gesto tautológico, en el que el poema sólo dice lo que dice y nada más, o puede leerse como una ironía, como un perfecto ejemplo de que las palabras ocultan mucho más de lo que dicen. Es, a la vez, fácil y difícil, quizás como toda la poesía.

Del archivo Ojo en Tinta

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