Humanismo reprogramado

En su último libro, el autor de Postcapitalismo (2015; Paidós, 2016), Paul Mason presenta una reflexión ante la crisis económica, política y tecnológica que está atravesando el mundo, que afecta desde la política a la economía y desde los derechos humanos a la Inteligencia Artificial. Para Mason, el modelo neoliberal es incompatible con el humanismo, pero ¿es compatible su propuesta con un programa radical? Escribe Oliver Eagleton.

Para los críticos del neoliberalismo, las políticas del thatcherismo y el reaganismo fueron un asalto ideológico a varias protecciones sociales, incluyendo el estado de bienestar, los derechos de los trabajadores y los controles regulatorios. La erosión de estas ortodoxias económicas fue más que solamente un intento de aumentar el poder del capital sobre el trabajo; también fue un intento de hacer retroceder la actividad cooperativa en nombre de la competencia y el individualismo. En Por un futuro brillante, Paul Mason realiza una afirmación aún más amplia: que el objetivo final del neoliberalismo no es cambiar leyes o valores específicos, sino destruir a la humanidad misma. Su libro es una descripción expansiva y ambiciosa del capitalismo tardío que pretende destacar su carácter irreconciliable con la naturaleza humana (o «ser genérico», como la llamó Marx). Para Mason, el momento político actual únicamente puede entenderse como una lucha entre el ser humano y un sistema económico que nos despoja de nuestros atributos integrados fundamentales. Podemos defender estos atributos —y usarlos como base de un proyecto emancipatorio— o podemos rendirnos a las fuerzas “antihumanas” que han llegado a dominar la política del siglo XXI. La elección es dura e ineluctable, y Mason nos insta a encararla de manera frontal.

Por un futuro brillante. Paul Mason.
Trad. A. Santos, Editorial Paidós, Barcelona, 2020, 500 pp.

Los seres humanos, en opinión de Mason, son singulares en su capacidad para el «trabajo consciente e imaginativo»: ellos “difieren de los animales en que pueden imaginar cosas en su propio ambiente… y hacerlas efectivas mediante el trabajo». Esta capacidad de poner en acto el cambio nos convierte en criaturas completamente históricas, imbuidas del potencial único de determinar nuestro propio destino. El poder que ejercemos sobre nuestro futuro es comunitario, no individual, ya que los humanos tienen una aptitud sin igual para el trabajo colaborativo. Nuestras estructuras lingüísticas y cognitivas nos hacen especialmente buenos para trabajar juntos hacia metas creativas. Por lo tanto, mientras que otras especies no pueden trascender la experiencia inmediata de su entorno, nosotros podemos reflexionar sobre él desde la distancia, formular y comunicar alternativas y realizarlas a través del esfuerzo colectivo.

Los humanos demuestran otra característica exclusiva de ellos cuando proyectan significado sobre los objetos que producen. Durante miles de años, las personas han invertido partes significativas de sí mismas —sus creencias, emociones, tradiciones e ideales— en productos culturales. Artefactos como el hombre león sumerio o la Torre Eiffel no son bultos inanimados de materia, sino lienzos vibrantes pintados con los valores de sus creadores. Lo que significa que el ser humano tiene un claro interés en apoderarse y controlar las cosas que crea, porque cuando se pierde la soberanía sobre el objeto de su trabajo, se pierde más que un objeto: se renuncia a una parte de uno mismo.

Si reconocemos estas cualidades intrínsecas e inimitables de la vida humana, escribe Mason, podemos identificar las formas en que el neoliberalismo las transgrede. El carácter histórico del ser humano  —la agencia que ejerce sobre su futuro— es negado por un sistema que pretende marcar “el fin de la historia”, el vértice último del progreso y el desarrollo. Este discurso fukuyamiano, junto con la doxa neoliberal de que “no hay alternativa” al capitalismo de libre mercado, intenta abolir la reflexión imaginativa sobre el mundo exterior. Su ataque a la historia es también un ataque a la humanidad, si entendemos la manipulación creativa de nuestro entorno como un aspecto esencial de ésta.

En Por un futuro brillante, Paul Mason afirma que el objetivo final del neoliberalismo es destruir a la humanidad misma.

La misma negación de la naturaleza humana se manifiesta en los efectos atomizadores de nuestro modelo económico. Al minimizar el alcance de la cooperación —destruyendo sindicatos, alimentando el surgimiento de un “precariato” fragmentado, destruyendo comunidades a través de la gentrificación, etc.—, el neoliberalismo despotrica contra la propensión humana al trabajo comunitario. Mason afirma que, en el nivel más básico, todo el mundo nace con la capacidad de colaborar en proyectos de beneficio mutuo. Sin embargo, el capitalismo contemporáneo reemplaza la colaboración por la búsqueda de estrechos intereses individuales. Rechaza el concepto universal e igualitario de la naturaleza humana por una visión nietzscheana de conflicto perpetuo y despiadado —uno en el que se espera que los fuertes y poderosos triunfen por sobre de los débiles e impedidos. Esta filosofía, que insiste en que ciertos humanos son naturalmente superiores a otros, está incrustada en la lógica neoliberal: si el libre mercado es un mecanismo justo y neutral, entonces aquellos que tienen éxito financiero deben hacerlo porque poseen mayores capacidades que sus pares, lo que hace de la desigualdad un fenómeno natural e inevitable. El análisis de Mason es hábil al exponer este esencialismo biológico en el corazón del neoliberalismo. Argumenta que, cuando uno acepta la justificación neoliberal de la desigualdad, solamente se necesita un pequeño paso para abrazar el populismo neofascista: otro discurso que afirma que algunas personas (hombres blancos heterosexuales) son intrínsecamente mejores que las demás, y que su posición social privilegiada es una expresión de jerarquías biológicas. Por un futuro brillante sostiene que se necesita por lo tanto un concepto universalista de la naturaleza humana para combatir tanto el impacto económico del capitalismo global como los efectos sociales del resurgimiento de la misoginia, la homofobia y el racismo. El capitalismo “socialmente liberal” no puede combatir al fascismo, ya que estas ideologías comparten la creencia de que la desigualdad es un hecho esencial de la humanidad.

Por un futuro brillante sostiene que se necesita un concepto universalista de la naturaleza humana para combatir tanto el impacto económico del capitalismo global como los efectos sociales del resurgimiento de la misoginia, la homofobia y el racismo.

Los teóricos anteriores a Mason han señalado que el neoliberalismo socava nuestros profundamente arraigados impulsos al erradicar la historia y la comunidad. Pero el capítulo más original de su libro explora la tensión entre el avance tecnológico en una economía capitalista y el ser genérico marxista. Si, como afirmó Marx, nos vemos a nosotros mismos en los objetos que hacemos —y si esto crea una necesidad humana de comprender y controlar esos objetos— entonces el surgimiento de la inteligencia artificial es una amenaza para la libertad humana. “Estamos a punto de dar un paso más allá de la rutina de los últimos 40.000 años”, advierte Mason. “Pronto seremos capaces de crear herramientas que sepan más que nosotros y que tal vez desarrollen enseguida atributos que nosotros no podremos controlar, ni siquiera observar”. El peligro es que, a medida que la tecnología se vuelve más compleja y menos comprensible, aumentará la alienación de la humanidad con respecto a sus propias creaciones. Nuestra capacidad de usar la tecnología para fines humanos se erosionará a medida que las máquinas adquieran metas e intereses autónomos. En ese momento, el escenario está listo para que aceptemos el dominio de la IA, externalizando las decisiones sociales y económicas a algoritmos avanzados cuya preocupación por la vida humana es insignificante. En este escenario distópico, ya no usaremos las máquinas para mejorar nuestras vidas; remodelaremos nuestras vidas para servir a las máquinas.

Mason describe cómo el neoliberalismo nos ha condicionado a someternos al control de las máquinas. Si el sujeto neoliberal no puede elegir su propio destino, entonces se debe encomendar a un ser dotado de una racionalidad superior en la toma de decisiones sociales importantes. Si le han enseñado a rendirse a la lógica inexpugnable del mercado, entonces también debe inclinarse ante la suprema inteligencia de la tecnología. Si la competencia sin restricciones ha reemplazado a la cooperación horizontal como principio rector de la sociedad, entonces es correcto que los bots de IA —inteligentes, resilientes, adaptables, amorales y egoístas— deban arrebatarles el poder a sus insignificantes contrapartes humanas. La “ofensiva antihumanista” del neoliberalismo nos priva del marco intelectual para defender a la humanidad contra la automatización. La exaltación del mercado a fines del siglo XX dará paso a la deificación de la máquina en el XXI, a menos que, dice Mason, forjemos un movimiento humanista que proteja nuestro derecho a controlar la IA, asegure que las máquinas nos sirvan (antes que lo contrario), y reestructure la sociedad para reflejar las cualidades humanas básicas que el neoliberalismo ha sitiado.

Al presentar esta hipótesis, la convicción de Mason de que ciertos principios políticos fluyen del ser genérico (tales como el igualitarismo, la cooperación y la propiedad común) es una posición firmemente marxista. Pero rechaza el precepto de que estos ideales únicamente pueden realizarse a través de la actividad revolucionaria del proletariado, que él ve como un dogma obsoleto del siglo XIX. En cambio, Por un futuro brillante propone un nuevo agente de cambio histórico: “el individuo en red”. Este es un sujeto “conectado y educado”, en constante conexión con miles de canales de información y comunicación, para quien “toda la inteligencia humana está a un dedo de distancia”. La explotación capitalista y la tecnologización maligna solamente pueden evitarse, en opinión de Mason, cuando los individuos progresistas utilizan las redes digitales para generar un cambio social. Si la tecnología tiene el potencial de esclavizarnos, también tiene el poder de liberarnos, siempre y cuando creamos en nuestra capacidad de aprovecharla para el florecimiento humano. En este sentido, Mason tiene razón al presentar el futuro automatizado como políticamente indeterminado, listo para ser secuestrado por la izquierda o por la derecha, por los “humanistas” o sus oponentes. Su miedo a la supremacía de la IA no contradice su visión tecnoutópica del “poscapitalismo”, como han afirmado algunos críticos. Es más bien que el potencial dual para una era jerárquica de las máquinas y para una sociedad emancipada existe dentro de nuestras coordenadas tecnológicas actuales. Depende de nosotros, como individuos en red, decidir cuál hacemos realidad.

Inevitablemente, cuando se diseña una teoría de tan amplio alcance como la de Mason, es difícil mantener de manera consistente la calidad del análisis. Hay varios puntos en Por un futuro brillante donde los intrincados eventos, textos, tradiciones y pensadores son aplanados para que encajen en la tesis general. Esto es particularmente evidente cuando el autor intenta el rol de historiador intelectual, describiendo movimientos filosóficos complejos en términos que a menudo son demasiado superficiales o convenientes. Por ejemplo, Mason proporciona una genealogía de brocha gorda de la política de la posverdad, que él ve como una de las fuerzas «antihumanas» que infestan nuestra sociedad. Afirma que el desprecio de Trump por los hechos y la razón es una excrecencia del posmodernismo, que fue permitido por el rechazo de la Ilustración por parte de Nietzsche. Si bien este recuento tiene cierta validez, sus pinceladas amplias y superficiales llevan a Mason a una conclusión simplista: que el racionalismo de la Ilustración fue un discurso empoderador y humanista, mientras que sus detractores son responsables del desencanto de extrema derecha contemporáneo. Tal argumento, digno de Steven Pinker o Richard Dawkins, no puede ser defendido por ningún pensador dialéctico. Por un lado, ignora hasta qué punto la crítica de Nietzsche a la Ilustración se basa en una filosofía materialista que tiene importantes similitudes con el ser genérico marxista. Así como el neoliberalismo está “fuera de contacto” con los instintos humanos, la razón abstracta de la Ilustración era, en la estimación de Nietzsche, irreconciliable con las energías y pasiones humanas. De hecho, el valiente intento de Mason de proteger a la humanidad de la lógica distanciada y tecnocrática del capitalismo tardío sería posiblemente imposible si no fuera por la defensa previa de Nietzsche de lo humano (en toda su irracionalidad, creatividad y bestialidad) contra el raciocinio frío y aburrido del pensamiento del siglo XVII. También vale la pena señalar que, al vincular a Nietzsche con el fascismo, Por un futuro brillante ignora que él también fue una figura fundamental en el movimiento existencialista moderno, cuyas credenciales marxistas y humanistas son innegables. Por el contrario, el fascismo se apropió del legado de la Ilustración europea que Mason considera “progresista” para justificar un gobierno rigurosamente ordenado, teorías raciales pseudocientíficas, el nacionalismo y el neocolonialismo. Así, al repasar la historia de la filosofía, es fácil contraponer Nietzsche, posmodernismo y populismo al racionalismo, marxismo y humanismo; pero es igual de fácil enfrentar a Nietzsche, el existencialismo, el marxismo y el humanismo contra el racionalismo, el liberalismo, el neoliberalismo y el fascismo. No estoy afirmando que ninguna de estas narraciones sea más “precisa”. Pero ambas deben ser consideradas si el humanismo de Mason quiere evitar convertir la razón occidental en un fetiche reduccionista al estilo de Dawkins.

Sin embargo, el principal problema del libro de Mason no es su filosofar brusco, sino la confianza con la que divide sus objetos de estudio en dos categorías binarias: pro o antihumano.

Sin embargo, el principal problema del libro de Mason no es su filosofar brusco, sino la confianza con la que divide sus objetos de estudio en dos categorías binarias: pro o antihumano. Como hemos visto, la Ilustración es pro mientras que Nietzsche no lo es; el Marx temprano lo es, pero el Marx tardío no lo es; Aristóteles lo es, Kant no lo es; Alasdair MacIntyre lo es, Foucault, Althusser y Latour no lo son. La primera pregunta que debe hacerse, dada la gran cantidad de fenómenos antihumanos que identifica Mason, es la siguiente: si se puede decir que existen necesidades y tendencias humanas intrínsecas, ¿por qué no son más evidentes en la vida humana? ¿Cómo explicamos la brecha entre nuestro supuestamente “natural” estado de ser y nuestras estructuras políticas, nuestra cultura intelectual y nuestro orden económico? Por un futuro brillante no tiene respuestas convincentes. Pero más preocupante que esta omisión es la decisión de Mason de enmarcar la política contemporánea como un choque directo entre el humanismo y el antihumanismo. Al poner “lo humano” en el centro de su política —en lugar del proletariado—, Mason se vuelve vulnerable en dos frentes.

Primero, corre el riesgo de replicar el esencialismo biológico que él identifica en el neoliberalismo. Si la “humanidad” está constituida por varias propiedades naturales que deben traducirse en estructuras socioeconómicas, entonces nuestra agencia política se ve disminuida, no mejorada. La política, en este análisis, se convierte en la realización de cualidades humanas preexistentes, en oposición a la generación de otras nuevas. En el caso de que nuestra “naturaleza” tienda hacia una forma específica de organización social (una dudosa afirmación como para empezar), nos encontramos con una camisa de fuerza política, una que, aunque es más cómoda que su contraparte neoliberal, es igualmente inmovilizadora y tal vez igualmente sexista.  Mason escribe que “el humanismo tiene que integrar una idea femenina de la libertad que diverja en ciertos aspectos de la idea masculina”, una frase que debería despertar la sospecha de cualquier feminista. ¿Está diciendo que existen distinciones biológicas innatas entre los sexos que significan que deberían recibir un trato social diferente? ¿No podrían los misóginos apropiarse de esta “idea femenina de la libertad” para justificar la “emancipación” de las mujeres de la fuerza laboral, su “libertad” para quedarse en casa y criar a los hijos? Mason argumentaría que esto distorsiona su posición. Pero no hay duda de que su apelación a la “naturaleza” crea una inflexibilidad política que reproduce el fanatismo esencialista y el fatalismo fukuyamiano que pretende socavar. El segundo problema con el humanismo de Mason es su tendencia reformista. Aunque su confianza en “lo humano” puede caer en un determinismo rígido, también puede servir como excusa para diluir sus principios izquierdistas. Una vez que hemos descartado el marxismo por el humanismo, y expulsado al proletariado por el “individuo en red”, hemos perdido los cimientos de la praxis revolucionaria. En el esquema marxista, hay una tensión estructural entre el proletariado y la burguesía que estallará cuando el primero tome conciencia histórica de sí mismo, se apodere de los medios de producción y establezca una sociedad socialista. Dígase lo que se quiera sobre la relevancia de este modelo hoy, pero su receta para la acción política siempre ha sido clara y radical: la clase subalterna debe enfrentar y derrotar a sus oponentes dialécticos. Mientras tanto, la visión de Mason carece tanto de la lucidez como de la valentía de la de Marx. La tarea ya no es promover un interés de clase particular, sino promover los intereses de la “humanidad” misma. La nueva protagonista histórica no es elegida por su posición estructural, sino por su estatus vagamente delineado como un “individuo en red” que podría pertenecer a cualquier clase (excepto, a los marginales con acceso limitado a los canales de comunicación). El programa revolucionario de Marx —basado en una evaluación concreta de los intereses y posiciones sociales— se reemplaza así por una relajada oposición entre el humanista en red (que podría ser un ejecutivo del grupo Goldman Sachs o un manifestante del Parque Gezi, en Turquía) y la ofensiva antihumanista (que abarca figuras que van desde Althusser hasta Trump). La decisión de Mason de poner en primer plano a “lo humano” rechaza la imagen marxista de la sociedad como una serie de intereses materiales en conflicto con algunos destinados a triunfar sobre otros. En su lugar, cambia la oposición primaria por fundamentos filosóficos, enfrentando a los que creen en la humanidad contra los que no. Claramente, cuando el foco está en creencias abstractas en lugar de antagonismos estructurales, esa es una ruta clara para salir del socialismo hacia el liberalismo, y del materialismo hacia el idealismo.

Cuando consideramos esta incompatibilidad entre la teoría de Mason y el socialismo revolucionario, su giro hacia la derecha en los últimos años parece más fácil de entender. Su apoyo a la OTAN, las armas nucleares, las fronteras duras y la Unión Europea, así como sus ataques al círculo íntimo de Corbyn, pueden entenderse como iteraciones de la tensión antimarxista que atraviesa Por un futuro brillante. Su suposición de que se necesita una fe renovada en la humanidad para aprovechar las posibilidades de la automatización es consistente. Pero su conclusión de que la política debe reorientarse totalmente hacia el ser genérico es políticamente ineficaz. Depende de los lectores de Mason combinar los elementos redimibles de su humanismo con un programa verdaderamente radical.

[Artículo aparecido en “The Oxonian Review” 27-06-2019. Se traduce con autorización de su autor.Traducción: Patricio Tapia.]

Oliver Eagleton

Oliver Eagleton trabaja como editor en “The New Left Review” y ha escrito sobre cultura y política para medios como “The Guardian”, “TLS”, “The Literary Review”, entre otros. Es autor del libro The Starmer Project (Verso, 2022).

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