Como especie estamos impulsados a crear e innovar, porque de eso depende nuestra supervivencia. Anthony Brandt y David Eagleman han escrito un libro, La especie desbocada (Anagrama), sobre la creatividad en todos los dominios, las artes, los negocios, la ciencia, la educación, sobre cómo se innova rompiendo, doblando y mezclando lo que ya existe. Comenta el neurólogo y escritor Richard Cytowic.

¿Qué es lo que subyace en nuestra capacidad de innovar, a nuestro impulso para crear? ¿Qué nos convierte en la única especie capaz de rehacer nuestro mundo a la enorme escala en que lo hacemos? Responder a estas preguntas podría ser bastante desalentador, pero el compositor Anthony Brandt y el neurocientífico David Eagleman van más allá en la indagación de dónde proviene la creatividad y cómo podemos aprovecharla para mejorar las escuelas, las empresas, las instituciones y también nuestras vidas individuales.

“Ninguna otra especie se esfuerza tanto en explorar territorios imaginarios”, ni parece estar tan decidida a convertir “lo ficticio en real”. El libro desarrolla esta idea en tres partes. Los autores primero introducen tres principios que llaman “Doblar”, “Romper” y “Mezclar”. La segunda parte explora cómo la mente creativa usa estos enfoques, y la tercera parte explora el cultivo de la creatividad y lo que nos espera como especie.
Doblar es “transformar un prototipo existente a través de alteraciones». Romper es fragmentar. Mezclar “combina dos o más objetos de manera novedosa”: basta pensar en la Esfinge, el Minotauro o una sirena. Hay un pequeño paso desde allí hasta insertar el gen de la seda de la araña, muchas veces más fuerte que el acero, en cabras para que sus glándulas mamarias secreten seda de araña a escala industrial.
El poeta e.e. Cummings (firmaba así, en minúsculas) inventó una nueva forma de usar el lenguaje al dividir los hilos de texto en formas novedosas. Al dividir los hilos de ADN en pequeños fragmentos, los primeros genetistas crearon una forma de leer el código genético. La mezcla ha producido un concreto estructural que puede repararse a sí mismo, también hizo que la traducción de Google sea una cuestión de estadísticas y llevó a las personas a etiquetar millones de fotos en línea mientras las computadoras “hacen la contabilidad”.
Los lectores familiarizados con la escritura de David Eagleman encontrarán ingeniosas analogías que tipifican su estilo. El coautor, Anthony Brandt, profesor de la Escuela de Música Shepherd, en la Universidad de Rice, agrega una enriquecedora textura y alcance a sus especulaciones. No es obvio qué tienen en común la NASA y Picasso. Ni lo que comparten los peinados extravagantes, las bicicletas o los diseños de estadios. Pero las respuestas parecen obvias una vez que se señalan los vínculos.
No es obvio qué tienen en común la NASA y Picasso. Ni lo que comparten los peinados extravagantes, las bicicletas o los diseños de estadios. Pero las respuestas parecen obvias una vez que se señalan los vínculos.
Un pequeño pero molesto defecto es la repetición de frases cliché como “sin darnos cuenta”, “el ADN de su cultura”, “mirar por el retrovisor”, “el espejo retrovisor de la historia” y “el disco duro humano”.
El tema recurrente del libro es cómo el cerebro logra lo que hace con el menor costo de energía, especialmente a través de las fuerzas inconscientes que subyacen en todo el comportamiento humano. Los cerebros se esfuerzan por conservar energía prediciendo lo que viene a continuación, pero al mismo tiempo “buscan la embriaguez de la sorpresa”. La creatividad “reside en esa tensión”, y el punto dulce entre la familiaridad y la novedad “es un blanco móvil, y cuesta acertar”.
El libro es un himno a las interneuronas, las células nerviosas interpuestas entre la entrada sensorial y la salida motora. Ellas constituyen la mayor parte de nuestros cien mil millones de neuronas. Pero más importante que el solo número es su organización. Es una organización que establece “una competición entre el comportamiento automatizado, que refleja hábitos, y el comportamiento mediado, que los obstaculiza”. Con la penetración del estilo Zen dicen: la vida depende de que seamos “capaces de ambas cosas”.
Tener una enorme cantidad de interneuronas nos lleva a crear “más conceptos abstractos”. Nuestra bien desarrollada sociabilidad nos obliga a compartir nuestras ideas con los demás. La maravilla de la creatividad humana “no es que aparezcan nuevas ideas de la nada, sino que dedicamos gran parte del territorio cerebral a desarrollarlas”.
Los autores citan al científico George Washington Carver como ejemplo de por qué generar opciones es la piedra angular de la creatividad. El Congreso estadounidense, en 1921, le dio solamente 10 minutos para presentar su punto para que los agricultores debieran cultivar maní en reemplazo del algodón, él presentó más de 100 formas de preparar maní en un testimonio que duró una hora. De manera similar, Thomas Edison dijo: “Cuando hayas agotado todas las posibilidades, recuerda una cosa: quedan más”.
Brandt y Eagleman se aventuran en una discusión fascinante sobre la extinción y muestran que es una conclusión necesaria e inevitable que resulta de la profusión de la naturaleza. Una rana pone cien mil huevos; 10 sobreviven para convertirse en renacuajos; unos pocos sobreviven para convertirse en ranas. La producción prolífica también se encuentra en el corazón de la mentalidad creativa, cuya disposición requiere asimismo un clima que tolere el fracaso. Google con su idea de un computador corporal, “Google Glass”, no tuvo miedo de dejar caer un producto que no funcionaba.
A lo largo de la historia humana, “las nuevas ideas arraigan en entornos donde el fracaso se tolera”. Las sociedades comunistas que enfatizaron la conformidad han sido mucho menos creativas que las sociedades libres. La innovación “se activa alterando la rutina”, y citan al pintor Willem de Kooning diciendo: “Tengo que cambiar para seguir siendo el mismo”. También muestran el problema con la mentalidad de trofeos para todos común en las escuelas en estos días: elogiar los logros sin crítica reduce el apetito de los estudiantes por tomar riesgos. Mejor elogiar los esfuerzos, no los resultados, y darle sentido al trabajo.
Los autores terminan con un ensayo de sondeo sobre por qué las ciencias necesitan a las artes, «un campo de pruebas para doblar, romper y mezclar». Más que enseñar creatividad, las artes dirigen la cultura. Es por eso que los gobiernos autoritarios las reprimen rápidamente. Con facilidad se comprometen en la crítica subversiva, la sátira y la parodia.
[Artículo aparecido en “New York Journal of Books» 9-10-2017. Se traduce con autorización del autor.Traducción: Patricio Tapia.]
Richard Cytowic
Richard Cytowic (1952) es un investigador pionero en el tema de la sinestesia, es profesor de neurología en la Universidad George Washington. Es autor de “The Neurological Side of Neuropsychology” (1996), “Synesthesia: A Union of the Senses” (2002), “The Man Who Tated Shapes” (2003), entre otros libros.