“La mil pecados”: sobre “Mi amiga Gladys” de Pedro Lemebel

Si me preguntan si vale la pena seguir leyendo a Pedro Lemebel en un país que ha avanzado en “derechos civiles” a las minorías sexuales, debo responder que en una sociedad en la que esta semana acaban de asesinar a alguien por razones homofóbicas, hace falta más política, hace falta más Pedro Lemebel.

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Mi amiga Gladys
Pedro Lemebel
Seix Barral
2016

Las crónicas de Pedro Lemebel llegaron a mi vida de sopetón, por ahí por el 2000 y algo, a propósito de la recomendación de un profesor en la universidad. Llegaron e invadieron por varios años mis lecturas habituales e incluso terminé escribiendo mi tesis de pregrado sobre la creación léxica en sus crónicas. Tuve la oportunidad de conocerlo, precisamente mientras escribía esa tesis. En esa ocasión se mostró entusiasmado y colaborativo con esa propuesta de lectura. Guardo en una libreta el que fue su número se celular y su correo electrónico escritos por su puño y letra, pero esa reunión sobre esa tesis nunca se concretó. Mi lectura no es la de un amigo, pero sí la de un admirador. Creo con firmeza que Pedro Lemebel fue uno de los escritores más relevantes de las últimas décadas. Creo, además, que quien quiera conocer la literatura chilena de fines del siglo XX e inicios del XXI no puede prescindir de la obra de este cronista. Declaro esto antes de comentar «Mi amiga Gladys», su primer libro póstumo, para ser honesto respecto al lugar desde donde lo leo.

Se sabía de este libro, no nos pilla de sorpresa, pero sí es sorpresiva su extensión. Se trata de un librito de 97 páginas, de las que 14 son de fotografías. En la “Nota del editor” se cuenta que este libro se desprende de una sección de Háblame de amores (2012), dedicada a crónicas sobre mujeres que Lemebel admiraba. Siendo un libro tan breve, nos obliga a reflexionar sobre la decisión editorial de publicarla por separado. A mi parecer no hacía falta dividir la obra y no comparto esa decisión editorial. Sin embargo, los textos que conforman esta selección son valiosos en la obra de Lemebel y deben ser leídos.

Este libro tiene un tono nostálgico enorme. Es la voz de un Pedro Lemebel recordando a su amiga Gladys Marín, cómplice y compañera de luchas sociales. El lector, en cambio, revisa el libro con una nostalgia mayor, ya sin Lemebel entre nosotros. En “Inolvidable rareza (o la invitación a «De Pe a Pa»)”, aparece el personaje controversial que incomodó a tantos animadores y cantantes con besos y comentarios. Esta vez, acompañado por Gladys Marín desde el público, el animador que salió trasquilado fue Pedro Carcuro cuando Lemebel al aire le rinde un homenaje a las mujeres torturadas en dictadura y nombra a la hermana del animador: Carmen Carcuro, quien fue militante del MIR. Ese desenmascaramiento a un personaje público fan de Pinochet, “una molotov para la tele de ese tiempo”, como escribió Lemebel, fue parte de su personalidad política.

No logro entender la lógica del orden de las crónicas y la entrevista que constituyen este libro. La enfermedad de Gladys Marín aparece y desaparece, no constituye una cronología y no es que deba constituirla necesariamente, pero no parece haber un disposición de los textos que intente construir sentido, tampoco están ordenados por orden de aparición o a la inversa.

Si bien el tono nostálgico envuelve al libro desde la portada, una foto de Álvaro Hoppe inmortaliza a un Pedro Lemebel travestido besando en la boca a Gladys Marín, lo que hay en su interior tiene una potencialidad mayor. El tono nostálgico no debe opacar el contenido ideológico del libro. Pedro Lemebel y Gladys Marín fueron amigos no por casualidad, hubo una complicidad política e ideológica. A propósito de eso, la selección de fotografías de Paz Errázuriz, Efraín Henríquez Valdés, Pedro Marinello, Álvaro Hoppe y Ricardo Fuentes, constituye un gran aporte al contenido ideológico del libro y a un testimonio de la actividad política de Lemebel y Marín.

La crónica “Navidad en Andacollo” es sobre una fiesta en honor a la virgen de esa comuna a la que lo invita Gladys Marín. Ella lo convence descartando la utilización religiosa y sintiéndose admirada por lo que llama “empeño popular”. Lemebel, como cronista, retrata la festividad desde su experiencia. Él fue a pedir por su amiga Gladys que estaba enferma: “Y ahí, en medio de esa multitud, aquella Navidad, estaba yo, la mil pecados, solicitándole a Nuestra Señora el milagro de sanar a mi amiga a cualquier costo. Pero parece que no me escuchó, entre tanta bulla de pitos y trombones”. El texto recuerda a la crónica “La transfiguración de Miguel Ángel (o ‘la fe mueve montañas’)” de Loco Afán. Crónicas de Sidario, donde también convive la fe con la oración desesperada de la loca que, acostumbrada a los golpes de la vida, pide por si esta vez, de milagro es escuchada.

Varias veces me han preguntado cuál es el libro más importante de Pedro Lemebel. Tenemos como cultura esa costumbre de permitirle un libro a los autores, un solo libro que se vuelva el esencial y postergue el resto de su obra. Sobre Pedro Lemebel el libro que ha ocupado ese lugar es su novela Tengo miedo torero, su única novela, que, como tal, se antepone a las crónicas, una forma de hegemonía editorial de un género sobre otros. En su caso eso es algo inaplicable: su obra literaria es principalmente cronística y tiene una continuidad interesante de revisar, desde «La esquina es mi corazón» hasta el reciente «Mi amiga Gladys».

Pedro Lemebel fue un personaje público, escritor y artista perfomance. También un personaje con peso político, una loca de izquierda, crítica con la izquierda homofóbica, pero con ideales de izquierda. Si me preguntan si vale la pena seguir leyendo a Pedro Lemebel en un país que ha avanzado en “derechos civiles” a las minorías sexuales, debo responder que en una sociedad en la que esta semana acaban de asesinar a alguien por razones homofóbicas, hace falta más política, hace falta más Pedro Lemebel.

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