El poeta y escritor chileno Thomas Harris (no confundir con el escritor norteamericano del mismo nombre, creador de Hannibal Lecter) es un experto en literatura de terror. No sólo ha publicado cuentos macabros—Historia personal del miedo (Planeta, 1994)—, sino que también ha dictado cursos sobre este género en distintas universidades de Chile. Su fascinación por las historias oscuras, que lo persigue desde niño, queda clara en su nuevo libro, Pequeña historia del mal (Austrobórea Editores), donde escribe de vampiros, de cine de terror, de la muerte. En este artículo, Harris elige los que considera los 5 libros más terroríficos que ha leído.

«Carmilla», ilustrada por el inglés David Henry Friston (1820–1906)
Si bien es cierto que el terror, o el fantasy –que siempre va ligado a él- en literatura, no sólo está situado en el género que conocemos como tal, o en el gótico del siglo XVIII, sino también transmigra de una manera rizomática en otros textos que no tienen porqué adscribirse al género (en la edición sin editar por Roger Callois de El manuscrito encontrado en Zaragoza; o, para acercarnos más a nuestro tiempo y lengua, en El obsceno pájaro de la noche de José Donoso o Farabeuf (La crónica de un instante) de Salvador Elizondo), he escogido acá cinco textos que para mí, por lo menos, serían imperdibles si aceptamos que hay un género dentro de la novela o la narrativa, que podemos adscribir al terror sin darle más vueltas teóricas a la cuestión: relatos que nos dislocan de nuestra realidad cotidiana, que construyen espacios y situaciones siniestras y aterradoras, que, a fin de cuentas, hacen que entre sus páginas deambulen y asomen sus cabezas monstruosas los sueños de la razón de que hablaba Goya, y suspendan nuestra incredulidad moderna y nos hagan vivir en sus constructos discursivos mundos oníricos o de pesadilla, infiernos tan temidos, encuentros pulsionales con lo otro. Claro que faltarán nombres y libros: desde ya me excuso con E.T.A Hoffman, Maturin, Lovecraft, Quiroga, Barker, King, Rice y un largo y sentido etcétera.
1. El Monje (1794), de Matthew G. Lewis
Si bien es cierto que la novela gótica se inaugura con El castillo de Otranto de Horace Walpohle, en 1768, donde se fijan de manera definida los rasgos que constituyen su verosímil (espacios siniestros y atemorizantes como castillos medievales, locus considerados exóticos o alejados de la civilización europea central, la pulsión erótica y la violencia determinando las relaciones entre los personajes, la construcción en abismo que permite incluir historias dentro de la trama principal que se ramifican para incorporar cierto folclor nacional, que proviene sobre todo de la tradición oral alemana, como el judío errante, la monja sangrienta, el doble maligno, etcétera), es en El Monje de Lewis, donde realmente asistimos a una construcción gótica donde todos sus elementos se conjugan con una maestría casi inigualable en su época y en textos posteriores. La historia del orgulloso monje Ambrosio y su víctima propiciatoria Antonia, como toda novela gótica o de terror que se precie, se asoma, y muchas veces, desborda todo límite. La crueldad sexual y la transgresión de los interdictos en términos bataillianos llevan en El Monje la tensión y el desgarro romántico frente a la represión de las luces a niveles disfóricos casi comparables al del Marqués de Sade, del cual el gótico romántico tardío es sin duda deudor un hijo bastardo. También la novela desarrolla el tópico fáustico del pacto con el demonio, que termina destruyendo al maligno protagonista, en un vuelo luciferino alucinante por sobre unas escarpadas montañas.
2. Carmilla (1871), de Joseph Sheridan Le Fanu
Le Fanu, tras la muerte de su joven esposa por una extraña enfermedad mental, el año 1858, se recluyó en su casa de campo a las afueras de Dublín, y se entregó a los estudios místicos y de psiquiatría de la época. De su último libro, Oscuro en un espejo, que consta de cinco nouvelles basadas en las memorias clínicas del imaginario Dr. Martin Hesselius, alienista alemán, surge el bello relato de amor vampírico lésbico, referido por una paciente del médico. La historia se sitúa en la Alta Estiria, en un castillo en los lindes de un solitario bosque, donde la bella Carmilla (Anagrama de Mircalla, una maligna vampira) seduce a la joven adolescente hija de los dueños del castillo. El relato es eróticamente sutil, muy plástico en sus descripciones, y narrado como tras un velo de irrealidad permanente, que sitúa el relato en primera persona de la joven víctima de Carmilla / Mircalla en un ámbito de ensueños y pesadilla.
3. Otra vuelta de tuerca (1898), de Henry James
Esta novela breve e intensa, inscrita en género del ghost story, por su estilo, precisión y forma de tratar el relato, definitivamente transforma el modo de narrar historias de fantasmas, sumiendo todo el texto en una ambigüedad que es lo que la hace más inquietante y aterradora. El elemento que posibilita esta ambigüedad en su recepción y su efecto en el lector es la del tratamiento de la narradora (subjetiva y única testigo de los hechos), una institutriz que nos lleva hacia el corazón de la historia. Un corazón reversible que nos pone ante la trama de dos hermanos que viven solos en una casona de la campiña inglesa y que son acosados por los fantasmas de la antigua institutriz y su amante el antiguo jardinero, muertos en circunstancias trágicas. Los fantasmas, según la versión de la institutriz, quieren involucrar a los niños en su amor perverso más allá de la muerte. Pero ¿hasta dónde el relato de la narradora es confiable, en tanto es confiable para el lector, la psique de la que surge, que, mientras avanza el relato, va mostrando inquietantes, por lo sutiles, síntomas de enajenación? Hay una excelente e inquietante adaptación cinematográfica (entre muchas) titulada The Innocents, de Jack Clayton (1961).
4. Frankenstein o el moderno Prometeo (1831), de Mary Shelley
Es poco lo que se puede decir, brevemente, de esta genial novela epistolar, clasificada como gótica, pero que supera el género en múltiples aspectos, y que narra las desventuras del doctor Víctor Frankenstein, joven médico Suizo, al tratar de emular a Dios, creando vida, es decir animando la materia (la carne) muerta, mediante métodos supuestamente científicos. Que es una novela de terror gótica; es una gran alegoría político / discursiva de la Revolución francesa; que es una tragedia familiar; que funda un mito moderno, que pervive hasta nuestro siglo; que es un texto inaugural de la ciencia ficción. Todo lector lleva en su inconsciente el arquetipo de la Criatura del Dr. Víctor Frankenstein, ya sea una cabeza de cartón piedra creada por el director de La novia de Frenkenstein, James Whale, y personificada por Boris Karloff o el horrible ser junto a la cama que el lector, como Víctor, al despertar, descubre que ha apartado las cortinas y le mira con sus ojos amarillentos, aguanosos, pero pensativos…
5. El gato negro (1843), de Edgar Allan Poe
The Black Cat fue publicado por primera vez en el periódico Saturday Evening Post de Filadelfia en su número del 19 de agosto de 1843. Me parece que entre todos los relatos de terror de Edgar Allan Poe, maestro de maestros, entre tanto texto donde el mal y la perversión humanas son diseccionados con precisión y genialidad incomparables, y a pesar de “El corazón delator”, “Berenice”, “Leonora”, “El barril de amontillado”, y para qué seguir, “El gato negro” despoja a su protagonista de toda humanidad, y esta confesión hecha a los pies de la horca con resignación y estupor, se puede leer casi como un miserere.