Hubo otro Roberto Calasso antes del legendario editor de Adelphi. Es el gran lector que desde niño se enamoró de la novela y del cine y que más tarde enamoró a otros lectores con su editorial. En el breve libro de memorias “Memè Scianca” (Anagrama, 2021), Calasso cuenta algunas de sus primeras lecturas y también de su pasión por el cine.

Anteayer, Memè Scianca estaba recién salido de la imprenta sobre el escritorio. Bueno, sobre el sofá: la sorpresa de leer algo autobiográfico de Roberto Calasso requería la máxima comodidad, a lo más un lápiz para subrayar. Era una sorpresa, porque la leyenda contaba que un Calasso había nacido muy ilustrado. A una edad que haría palidecer a cualquiera se decía que había leído todo Adorno en alemán, incluso los libros que Theodor Adorno no había escrito.
Pero antes, en Florencia, existió Cumbres borrascosas. A los doce años, en una edición popular con Merle Oberon y Laurence Olivier en portada, Cathy y Heathcliff en la película de William Wyler, 1939. Probablemente rebautizada con el título italiano de la película, La voz en la tormenta, como lo será más tarde en la edición de la Biblioteca Universal Rizzoli. La insana curiosidad de lanzarse sobre las primeras lecturas de los escritores se fortalece en el caso del editor que llenó nuestros días con el mismo éxtasis, aunque fuéramos ya mayores. Desde el remoto William Carlos Williams de En las venas de América hasta la más reciente Shirley Jackson, que escribía historias de terror mientras horneaba galletas con chispas de chocolate para los más pequeños (e imaginando que en su cocina que un paño de cocina mirase con envidia el tostador).

Roberto Calasso.
Trad. E. Dobry. Editorial Anagrama, Barcelona, 2023, 120 pp.
Gracias a la editorial Adelphi de Roberto Calasso leemos a Robert Walser, con predilección por El ayudante y Los hermanos Tanner. Descubrimos Planilandia, un relato fantástico multidimensional escrito en 1884 por Edwin Abbot Abbott, con intenciones satíricas y pedagógicas. Habla de un mundo bidimensional, el narrador es un cuadrado y las mujeres son líneas, desde cierta perspectiva, simples puntos, por lo tanto, obligadas por ley a moverse para señalar a los hombres —al menos figuras geométricas triangulares— su presencia. Hemos leído a Christina Stead, con Letty Fox: podría ser un “Sex and the City” ambientado en la Nueva York de los años 40. En las lecturas del joven Calasso estaban las historias irracionales del Cavoli a merenda de Sto, el Sergio Tofano del Signor Bonaventura (pasado de la revista Corriere dei Piccoli al catálogo de Adelphi, desprovisto al principio de escritores italianos y aún más de mujeres escritoras: una de las primeras fue Rosa Matteucci con Lourdes).
Antes de Memè Scianca, el nombre que Calasso se dio a sí mismo cuando era niño (el pequeño volumen sale al mismo tiempo que Bobi —si tiene que agregar el apellido, no está entre los lectores que se apresurarán a comprarlo—) nos habíamos divertido con las Allucinazioni americane, el capítulo “The Guild Gauntlet” en particular, que celebra el cine estadounidense conformado por Géneros y Convenciones, divinidades que desaparecieron del teatro y la literatura para migrar a Hollywood. Sunset Boulevard y Olympus tienen algo en común, en el guante que Rita Hayworth se quita lentamente en Gilda hay una pizca de mito.
Incluso el atormentado Franz Kafka (aunque los primeros lectores se rieron de sus historias) tiene una chispa de cine. De musicales, para ser exactos. Citamos: “Una de las formas más altas, irrepetibles y encantadoras inventadas por el siglo XX”. No un musical cualquiera, un musical de Busby Berkeley, bien descrito en El desaparecido (título original de la novela inacabada América). El emigrado Karl Rossmann ve “cientos de mujeres vestidas como ángeles, cada una en un pedestal, tocando cientos de trompetas doradas y brillantes”. Ciertamente no es una feria de campo. Sugiere Calasso, un editor enamorado de los libros y del cine: los comentaristas han atormentado estas líneas de diversas maneras, bastaba con tomarlas al pie de la letra.
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