Entrevistas
Miguel Rojas Mix: «Chile es un país xenófilo, prefiere al extranjero que al nacional»
Por Ana Rodríguez + Francisca Palma Arriagada + Miguel Rojas Mix | May 07, 2017
Escritor, historiador, académico. Miguel Rojas Mix ha vivido y trabajado gran parte de su vida en Europa desde que tuvo que salir de Chile luego del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Aunque su quehacer siempre ha estado enfocado en el arte, el urbanismo y la historia de las colonias americanas, además de las representaciones que sobre éstas han construido los países del primer mundo. En esta entrevista, realizada el 2015 a propósito de la reedición de su mítica obra América Imaginaria (Pehuén, Erdosain), una exhaustiva recopilación y reflexión sobre la imaginería que sobre nuestro continente se ha construido desde su descubrimiento, Rojas Mix se refiere a sus tópicos preferidos, los que han guiado su crítica perspectiva: Latinoamérica, el poder de las imágenes y los saberes hegemónicos.
La primera edición de América Imaginaria (1992) casi no se vio en Chile. Circuló en fragmentos, de mano en mano, en algunas fotocopias de mala calidad en blanco y negro. Más de veinte años después, el libro que Miguel Rojas Mix (1934) escribió volvió a ser editado en un formato de lujo, a todo color. “Es un libro que pudo haber sido maldito pero hoy día se reivindica”, dice el autor. El historiador, que a fines de los sesenta cursaba un doctorado en historia antigua en Alemania, cambió el rumbo de sus investigaciones para volcar su propia experiencia de “sentirme alienado en Europa” al elaborar este texto. “Sentí en qué medida yo era visto de otra manera, que yo no era un alemán, pero había toda una serie de estereotipos que eran la imagen que Alemania tenía de América Latina”, recuerda.
Esta serie de visiones preconcebidas, dice Rojas Mix, dificultaban mucho el entendimiento entre personas de países desarrollados y uno proveniente de un lugar que aspiraba al desarrollo, como Chile. “Yo siempre tuve un sentimiento muy latinoamericanista. Estoy convencido todavía hoy que tenemos un destino continental, el que todavía no sabemos concretar”, asegura. Eso lo llevó a remontarse a los orígenes, preguntarse cómo surgió la imagen de América desde la llegada de los españoles. En su investigación se encontró con textos como el de Sacro Busto, que describe a los americanos como seres azules de cabeza cuadrada; también con monstruos sin cabezas, caníbales. A medida que avanzaba en la cronología encontró monstruos del barroco, correspondientes a la ideología del neoclásico.
«Nosotros estábamos siendo vistos desde una perspectiva que era ideológica y estética. Hasta llegar a la época actual, que es la imagen que nosotros encontramos de América Latina en los medios de comunicación de masa, en el cine, los cómics, etcétera», asegura.
—¿Cuál es la importancia de esta figura del monstruo, por qué la figura de la monstruosidad como elemento de trabajo?
—El monstruo somos nosotros, de alguna manera, y es una forma de exorcizar una parte de nuestra personalidad. Cada época tiene un monstruo: el monstruo en la antigüedad es una creencia, en la Edad Media es un mito y actualmente es una metáfora, y esas metáforas se dan incluso con monstruos que tienen que ver con una serie de funciones que son literarias; el tema de La Bella y la Bestia: hay una monstruosidad que se encuentra con la belleza y la belleza finalmente triunfa sobre el monstruo. La idea de Frankenstein, de Drácula, todos estos personajes que son del romanticismo negro, que son monstruos que surgen como una metáfora, incluso como una metáfora paisajística. El paisaje de repente es un monstruo. Cuando tú lees los cuentos de Green que se hacen en la selva negra, es la selva negra lo que produce ese temor, donde aparece de repente el lobo que se va a comer a Caperucita.
El monstruo somos nosotros, de alguna manera, y es una forma de exorcizar una parte de nuestra personalidad.
—¿Cuánto de ese imaginario que hay en este libro está todavía vigente?
—Muchísimo. Durante los tiempos en que fui profesor en la universidad en París hice un curso en la Escuela Nacional de Administración. Hice un curso sobre la imagen de América Latina en el cómic. Tenía 20 estudiantes y al terminar el curso les pregunté: ¿cuál es la imagen, con una palabra, que para ustedes aluda a América Latina? Y así empezó un chico que dijo “señorita”, y luego salió otro que dijo “tiranía”, el otro dijo “dictadura”, el otro dijo “corrupción”, etc. Fuimos anotando y cuando termina la lista les pregunto: ustedes que van a gobernar este país, ¿harían negocios con gente que tiene estas características? Y me dijeron categóricamente que no. Esto está implícito en la historia y se reproduce justamente por los medios de comunicación de masas. Si tú lees determinadas historietas, cómic, si tú ves la forma en que se presenta la comunicación… No sé si una vez escuchaste hablar del informe Mac Bride, que es un informe que hizo la UNESCO y que demuestra la cantidad de mitos negativos que se recibían en países periféricos que venían del control de las grandes empresas de información, por ejemplo, desde el humor. Hay figuras de humor que uno se ríe, que uno puede encontrar muy simpáticas, pero en realidad son mitos negativos. Por ejemplo, la siesta. Este personaje que siempre duerme la siesta en alguna palmera, es un símbolo de lo que es el deseo de trabajo y de actividad en América Latina.
—¿Cuál es la importancia que le da usted a las imágenes en las investigaciones que hace?
—A mí me importa mucho la necesidad de crear métodos. Quiero incluso crear aquí un centro de estudios del imaginario. Tengo una biblioteca enorme sobre esos temas. El pensamiento hegemónico se reproduce a través de la metodología. Existe una cantidad de gente que va con becas al extranjero, trabaja con un profesor que le enseña una metodología y que vuelven a sus países y empiezan a utilizar esa metodología, y en definitiva a robustecer el pensamiento del profesor que les enseñó. Hay que ver otras formas de generar pensamiento autónomo. Para mí la imagen me permite cambiar completamente de rumbo. No escribo desde los textos, sino desde las imágenes. Con la imagen y habiendo hecho esa escritura, confronto con los textos.
—¿A qué se refiere cuando nos dice que hay un destino continental que no se ha alcanzado?
—No se ha alcanzado por muchas razones. Es difícil, incluso Europa que lo ha logrado ahora está con serios conflictos porque hay presiones internacionales. Esto crea problemas que en determinados momentos parece que se defienden mejor desde una perspectiva nacional que desde una perspectiva continental. Entonces, en el caso europeo hoy día se están planteando la idea de volver a un control de fronteras nacionales. En Europa una vez que tú entras en el mundo, en la Comunidad Europea viajas sin ningún control por el resto de los países. Pero el terrorismo genera una sensación de intranquilidad y hay mucha gente que está por una política de control de fronteras nacionales que además favorece los movimientos de extrema derecha.
—Es parte de una mitología también
—Es parte de la mitología, es parte del temor al otro. Hay políticas erradas. Yo creo que gran parte de lo que está ocurriendo ahora es que no ha habido una política de acogida y de integración necesaria, porque son chicos que han quedado siempre en una especie de gueto que son las ciudades de tránsito. Todo ser humano necesita un reconocimiento para existir y ese reconocimiento no lo encontramos en la sociedad francesa, en cambio lo encontraron en lo que se llama el radicalismo musulmán.
—Pero nos fuimos del latinoamericanismo
—Y el latinoamericanismo por una razón muy simple: Europa tenía condiciones económicas más favorables para la integración que las que tenemos nosotros en América Latina, pero no tenía esa condición fundamental que nosotros tenemos, una unidad cultural. Culturalmente, es mucho más perceptible nuestra integración que la integración de Europa porque no sólo es cuestión del idioma, es en lo que nos hemos formado. Los referentes que tenemos de nuestras nacionalidades son referentes continentales.
—Hay una comunidad, una cosa en común
—Hay una comunidad, desde luego compartimos el idioma. El idioma es un elemento fundamental. Hemos compartido vicisitudes políticas, hemos tenido trayectorias más o menos semejantes, todos hemos sufrido más o menos las dictaduras. Algunos las vivimos mejor, otros las recuerdan más.
Chile es un país xenófilo, prefiere al extranjero que al nacional porque lo encuentra rubiecito, blanco, ojos azules. Y esta sociedad, lo digo sinceramente, es la más clasista que he conocido en el mundo.
—Al menos en Chile hay una aspiración europeizante, no tan latinoamericanista, un intento de desmarcarse de eso
—Siempre ha habido. Chile es un país particular. Se critica mucho a los países europeos por su xenofobia; Chile es un país xenófilo, prefiere al extranjero que al nacional porque lo encuentra rubiecito, blanco, ojos azules. Y esta sociedad, lo digo sinceramente, es la más clasista que he conocido en el mundo. Y yo hace tiempo que no estoy en Chile. No sé si ha cambiado demasiado pero no tengo la impresión. Recuerdo que cuando se buscaba un trabajo en estas páginas que aparecen en los periódicos, se decía “se necesita secretaria que sepa dactilografía, que sea ordenada y que tenga buena presencia”. Buena presencia quiere decir lo más blanquita posible, no quiere decir otra cosa. Se ha configurado aquí una especie de clase de poder que considera primos, parientes, que establece lo que podríamos llamar la aristocracia chilena. Pero es tan claro ese sistema que incluso la ciudad está dividida en clases.Hay barrios de clase alta, hay barrios populares, hay barrios de cáscara dura como se decía en el siglo XIX.
—No hay una integración a pesar de que algunas políticas lo han intentado
—Hay una integración relativamente cultural, pero no hay una integración social. La integración social es mayor en Europa, un rey se puede casar con una mujer que no tiene ningún título. Aquí es más complicado. La familia se preocupa mucho de cómo mantener los matrimonios del mismo origen social, incluso hay colegios que son colegios de clase. Pero esto no tiene que ver con lo que yo estoy escribiendo ahora, así que no me metan en historias paralelas.
—Hablemos de la democracia chilena, de la identidad chilena en cuanto a pueblo democrático o no democrático, a los tipos de reforma que se ha tratado de hacer ahora
—¿La democracia a partir de cuándo?
—Del retorno a la democracia
—¿Cuándo es el retorno a la democracia?
—Se supone que en 1990
—Mira, a mí me dijeron eso, yo estaba en esa época viviendo en España y me tocó tener un gran debate con el que era embajador de Chile en esa época y que hablaba del retorno a la democracia. Había españoles y cuando él termina le dije, mire, yo a los españoles les voy a hacer una pregunta, ustedes me van a decir si es así o no. ¿Los españoles podrían haber creído que España retornó a la democracia si hubiera habido un gobierno civil que tomara el poder y Franco hubiera continuado como comandante en jefe del ejército? Me miraron y me dijeron rotundamente: no. Pero en Chile la gente cree que es un retorno a la democracia mientras Pinochet continuaba siendo comandante en jefe del Ejército. La democracia viene después de todo ese periodo.
Estoy convencido como base de principios de que sin educación gratuita y sin salud social no puede haber democracia
—En una entrevista usted señalaba que no puede existir democracia mientas no estén consagrados los derechos como la educación y la salud, entonces, ¿qué tenemos?, ¿cómo definir la actual situación?
—Estoy convencido como base de principios de que sin educación gratuita y sin salud social no puede haber democracia, porque no existen las mismas posibilidades ni las mismas oportunidades. La Constitución dice que garantiza la igualdad de oportunidades, pero cómo va a haber igualdad de oportunidades entre un hombre que tiene fortuna y un hombre que está en la miseria, que sobrevive. Cómo va a haber democracia en un país en que te puede costar la educación secundaria mil dólares mensuales, cuando el salario mínimo son 400 dólares. A lo mejor estoy contando mal.
—Son los rangos, más o menos
—Bueno, entonces no cerremos los ojos, de qué democracia estamos hablando. Hay mitos de que esta es una sociedad avanzada, que es una sociedad civilizada, pero cuando un escarba en el fondo encuentra que hay tal cantidad de precipicios de desigualdad donde la gente se rompe el alma, que es muy difícil. La universidad en mi época era gratuita. Yo no sé si yo hubiera podido estudiar en la universidad ahora.
—¿Cómo ve usted a las universidades chilenas y latinoamericanas en ese deber de formación de ciudadanos críticos?
—Depende de los países. Hay países que han tenido mucho más sentido americanista en su educación, no son países con los que yo puedo estar de acuerdo en todo. Es evidente que Cuba hasta hace poco tenía una dimensión americanista. Hay países que tienen un sentimiento nacional más fuerte, por ejemplo Argentina, donde la educación pasa por ese sentimiento nacional. Cuando yo estudié en el colegio, cuando estudiaba historia, yo recuerdo haber estudiado los griegos, los egipcios, los romanos, y casi nada de la historia de Chile, porque estaba al final del programa y el profesor no llegaba nunca. Y yo salí con una gran ignorancia, me di cuenta que sabía mucho más de Grecia que lo que sabía de Chile. Yo fui profesor y trabajaba en colegios públicos, también me tocó donde había chicos que podíamos decir, del pueblo, mestizos. Y yo empezaba a hablar de la belleza griega, de los ojos azules, rubios, y me di cuenta que estaba haciendo un trabajo de alienación terrible con los niños porque estaba creando un complejo. Ellos no eran así, tenían otros valores, otra belleza. Hay mucha alienación en la educación. No se trata de hacer una educación nacionalista, pero se trata de hacer una educación humanista que pasa por comenzar a comprender la situación en la cual vivimos y de ahí proyectarse a la dimensión mundial. El humanismo es mundial, son valores que el hombre ha ganado a lo largo de la historia y por lo tanto es necesario saber cómo los ha ganado.
Hay mucha alienación en la educación. No se trata de hacer una educación nacionalista, pero se trata de hacer una educación humanista que pasa por comenzar a comprender la situación en la cual vivimos
—Y qué imaginarios se instalan…
—Y qué imaginarios se instalan, evidente. Con todos esos criterios, los imaginarios nacionalistas son muy fuertes hoy en día. ¿Por qué prospera el nacionalismo en Europa? Porque hay un problema de inmigración, que es una cosa feroz.
—También crece el nacionalismo acá. Con el tema de las fronteras en el norte o en el sur. La historia de Chile se cuenta de manera bastante selectiva.
—Se cuenta de manera selectiva, evidentemente hay un nacionalismo incluso implícito. Y un racismo y regionalismo. A veces gente que no se considera racista para nada tiene criterios que lo son. Yo leo la «Historia del pueblo chileno» (de Sergio Villalobos) que es estremecedora, piensas que va a hablar del pueblo de Chile y su historia, comenzando por los mapuche. Pero cuando se describen las guerras de la conquista, hablando de la resistencia de los mapuche habla de las “tropelías” de los mapuche, así que lo que es una guerra de resistencia lo pone como un acto criminal. Las palabras están cargadas de sentido.
—¿Podría explicar este paso del paradigma de aprender a citar al aprender a pensar?
—Durante años, muchos años, me ha tocado corregir tesis. Y mi experiencia es que los profesores existen para darle nivel científico a las tesis. Que hagan citas. De repente te encuentras con tesis que están llenas de citas y resulta que el 90% son de autores europeos o norteamericanos. Es decir que todas esas citas conducen a aumentar el valor de lo que podemos llamar el pensamiento hegemónico, que no es el pensamiento nuestro. El tema de las citas es el siguiente: a menudo los estudiantes citan por temor a dar ellos una opinión, porque piensan que su opinión no vale. Entonces delegan la responsabilidad de pensar en la cita. Yo era coordinador de una red de rectores de América Latina y el Caribe. En una conferencia toqué este tema y dije que para mí esto de citar de esa manera era una enfermedad. Que yo lo llamaba “citorrea”. Y que la función de la universidad no era enseñar a citar, era enseñar a pensar. En la medida en que el estudiante elude la responsabilidad de pensar citando estamos desvalorizando nuestro conocimiento y nuestra capacidad de desarrollar una idea propia y generar pensamiento autónomo, estamos sometiéndonos al pensamiento hegemónico.
Fotografías por Alejandra Fuenzalida