No hay un largo camino por recorrer

La quinta novela de Donal Ryan, “Flores extrañas”, comienza cuando la única hija de una pareja de irlandeses se marcha inesperadamente y no se sabe más de ella hasta muchos años después. Pero en este libro, como señala el reseñista, cada detalle es provisional, ningún punto de vista, absoluto.

Tipperary, ciudad Irlandesa.

Condado de Tipperary, 1972. Moll Gladney, de veinte años, se levanta de madrugada y sube a un autobús con destino a Dublín. Cuando sus padres se dan cuenta de que ha partido, es demasiado tarde: ya está cruzando el Mar de Irlanda, decidida a escapar de su villa insular —donde todo el mundo conoce a todo el mundo y la presencia de la Iglesia pesa tremendamente. Cuando Moll llega a Londres, es sorprendida por su vasta proporción y su cultura liberal. A ella le resulta “más fácil no sentir cada minuto como si estuviera condenada al infierno”, y muy pronto su compañero de trabajo —Alexander Elmwood, un hombre de ascendencia jamaicana de voz suave— le pregunta si puede acompañarla a casa, iniciando un romance que resulta en un embarazo inesperado y una boda organizada apresuradamente. Moll da a luz a un niño de piel pálida, una “flor extraña” llamada Joshua, a quien comienza a criar con Alexander y los padres de él en su vecindario exclusivamente negro. Una mañana, Alexander se despierta y descubre que su esposa ha desaparecido, dejando atrás a su hijo. Él la sigue de regreso a Tipperary y la familia comienza una nueva vida en la ciudad natal de Moll.

Flores extrañas. Donal Ryan. Trad. Ana Crespo, Editorial Sajalín, Barcelona, 2023, 248 pp.

La premisa de la última novela de Donal Ryan conjura una serie de expectativas: el provincianismo irlandés se encuentra con el cosmopolitismo británico; una comunidad atrasada lucha por aceptar una pareja interracial; un niño lucha con su compleja herencia cultural. Pero Ryan es un artesano demasiado inventivo para darnos lo que esperamos. Su novela debut, Corazón giratorio (2012; Sajalín, 2019), utiliza múltiples narradores para volver a contar los mismos eventos desde ángulos oblicuos, creando una atmósfera de comprensión constantemente subvertida. Flores extrañas logra un efecto similar, pero en lugar de un conjunto caleidoscópico de historias en primera persona, obtenemos un narrador omnisciente que lentamente alimenta por goteo la información, estableciendo lo que parecen verdades estables antes de socavarlas de manera despiadada.

La razón por la que Moll se fue de casa siempre se le ocultó a su familia: ella se había involucrado sentimentalmente con Ellen Jackman, su vecina casada que es propietaria de la cabaña de los Gladney y emplea al padre de Moll como cuidador. Una vez que hemos procesado esta revelación, la conexión entre Moll y Alexander se altera como una superficie iridiscente. Lo que parecía ser una historia de amor ilícita —y una postura contra el prejuicio y el provincianismo— se reconfigura como un acto de autonegación, una represión del deseo queer. La cautela de Moll con Alexander no se debía a un exceso de anhelo prohibido sino a una escasez de atracción sexual; su abrupta decisión de abandonar Londres no fue una huida del amor, sino un regreso a él.

Este giro de la trama también perturba la lógica espacial que considera a Inglaterra como un lugar de escape e Irlanda como su opuesto. Cuando la señora Elmwood regresa a Tipperary, se ve bañada por la mística del “continente”. No solamente ha adquirido un marido, sino también una nueva seguridad en sí misma que hace que el pueblo vibre con especulaciones sobre sus emocionantes años en el extranjero. Sin embargo, las aventuras de Moll no ocurrieron en ultramar; ocurrieron a cinco minutos de la casa de su familia. La blancura de Joshua representa esta tensión entre estasis y movimiento. Esperamos que la llegada del niño marque una ruptura en la vida de Moll, sin embargo, su tono de piel hace que parezca como si su transgresión al enamorarse de Alexander (quien es rápidamente absorbido por la heteronormativa unidad familiar en Tipperary) nunca hubiera sucedido, lo cual, por supuesto, no fue así.

Tal desvío narrativo infunde cautela en el lector: cada detalle es provisional, ningún punto de vista, absoluto. Al leer la ágil prosa de Ryan, con sus ritmos fluidos y vernáculos, mantenemos una actitud crítica constante, incluso cuando el propio autor parece abandonarla. Nos preguntamos, ¿es la relación idealizada entre Moll y Ellen tan pura como parece, dado su enorme desequilibrio de poder? ¿Y los problemas en el matrimonio de Moll y Alexander se repiten en la vida amorosa un tanto sensiblera de Joshua? Ryan no aborda estas preguntas, pero su aguda e inquisitiva novela nos da los recursos para plantearlas.

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