Aparece en Chile y traducida por una filósofa chilena, la versión completa de “Filosofía de la redención”, de Mainländer, a quien el reseñista, el gran conocedor de la filosofía alemana muerto tempranamente, Franco Volpi, llama un “Hegesias moderno”, recordando al filósofo griego que sostenía que el fin supremo del hombre sería la indiferencia ante la vida y la muerte y que la muerte podría ser placentera.

El 31 de marzo de 1876 Philipp Batz tuvo finalmente en la mano el primer ejemplar, recién salido de la imprenta, de su amplia Filosofía de la redención, en la cual había trabajado con febril dedicación. El filósofo, de treinta y cuatro años, presentaba bajo el pseudónimo de Philipp Mainländer, la summa de su propio pesimismo, y sugería, como solución a todos los problemas del universo, el suicidio.
La publicación de la obra era el último acto que el joven filósofo estaba esperando para unir de modo definitivo su vida a su pensamiento, mostrando con el ejemplo que, de las cosas verdaderamente importantes, tal como era para él la doctrina del pesimismo, no se debe dar únicamente demostración sino también testimonio. Con teutónica coherencia, en la noche entre el 31 de marzo y el 1 de abril se ajusta una soga al cuello y se ahorcó.

Philipp Mainländer.
Trad. S. Baquedano, Editorial FCE, 2021, 516 pp.
La obra suscitó de inmediato el interés del público, pero luego fue rápidamente olvidada. Se pudo releer más recientemente en la edición de los escritos de Mainländer al cuidado de Winfried Müller-Seyfarth (Schriften, Olms, 4 volúmenes), autor también de una presentación de conjunto del filósofo (Metaphysik der Entropie, VanBremen) y de una historia de su fortuna (Die modernen Pessimisten als décadents, Königshausen & Neumann). Una cautivante invitación a la lectura de Mainländer es también la brillante, casi novelada, historia de la Nada de Ludger Lütkehaus (Nichts, Haffmans).
Mainländer, último de los cinco hijos de un empresario, había asistido las escuelas comerciales y fue enviado a Nápoles para una pasantía. Permaneció allí durante casi seis años, desde 1858 a 1863, teniendo las dos experiencias cruciales que lo llevaron a la filosofía y a la poesía. En 1860 descubrió en una librería El mundo como voluntad y representación, se entusiasmó y se convirtió en schopenhaueriano. De manera análoga, mientras tanto, había aprendido el italiano a la perfección, se enamoró de Leopardi e imitando los versos, sacó a la luz la vena poética que escondía dentro suyo.
Diseñó un sistema filosófico en el que concentró el pesimismo de sus dos maestros: una ontología negativa, una metafísica negra, basada en el principio según el cual “el no ser es preferible al ser”. Como Schopenhauer, Mainländer piensa que nosotros no conocemos la cosa en sí, sino sólo las apariencias, y que por eso el mundo no es sino una representación. Sin embargo, mientras para Schopenhauer la cosa en sí es una “voluntad de vida”, concebida como una fuerza ciega, universal, supraindividual, Mainländer sostiene en cambio que ella es una “voluntad de muerte” individual, presente en todos los seres. En cierto sentido, anticipa la pulsión de muerte freudiana.
Pero ¿de dónde surge tal impulso desintegrador? Mainländer propone una atrevida conjetura teologico-metafisica: se genera del proceso mediante el cual la sustancia divina originaria —término que él recupera de Spinoza, otro descubrimiento hecho en Nápoles— pasa de su unidad trascendente a la pluralidad inmanente del mundo. Y afirma: “Dios ha muerto y su muerte fue la vida del mundo”, acuñando por primera vez la expresión que será hecha famosa por Nietzsche. Quien mata a Dios no fue, sin embargo, el hombre, como afirmó Nietzsche, sino que fue Dios mismo quien se da la muerte, siguiendo el impulso inherente en él de pasar del ser a la nada.
En realidad, Mainländer intenta ser fiel a la inmanencia, y niega, con Kant, que podamos conocer la naturaleza del principio divino trascendente. Profesa así un “ateísmo científico” para el cual la esencia de Dios es incognoscible. Sin embargo, cree que nosotros podemos pensar el origen del mundo “como si fuera el resultado de un acto de voluntad motivado”, por así decirlo el efecto de una acción de la trascendencia, de lo contrario incognoscible para nosotros, y precisamente como el acto por el cual la trascendencia, es decir, el “super-ser” que está más allá del ser y que precede al mundo, se disuelve en la inmanencia del mundo, por lo tanto, en el no ser.
La génesis del mundo tiene su origen en la voluntad divina de pasar del super-ser, a través del ser del mundo, hasta la nada. Es el suicidio, la “autocadaverización” de Dios. Lo que vemos en el mundo es la manifestación de tal voluntad de la auto-aniquilación de Dios. Mainländer transforma y radicaliza el pesimismo schopenhaueriano en una “metafísica de la entropía”, de la cual obtiene coherentemente todo su pensamiento: su física, su filosofía de la historia sujeta a la ley universal del dolor, su política, su ética, su defensa de la virginidad y del suicidio como negación de la voluntad.
En esta elección radical él ve la posibilidad de una “redención de la existencia”, con la desilusionada esperanza de poder al final “mirar a los ojos a la Nada absoluta”. Esperanza que él se apresuró a satisfacer por sí mismo, sin esperar el capricho de la madre naturaleza.
Hubo un epílogo de su historia, que la hizo aún más triste. La hermana Minna, que lo había seguido en sus estudios de filosofía, y que con él había compuesto el drama Los últimos Hohenstaufen, recopila los ensayos dejados por su hermano, entre ellos uno sobre el budismo y uno que desarrolla la ética schopenhaueriana de la tolerancia y de la solidaridad en un socialismo filantrópico, y los publicó en 1886 como segundo volumen de La filosofía de la redención. Entonces, se suicidó también ella.
A fines del siglo XIX Mainländer era considerado, junto con Eduard von Hartmann y Julius Bahnsen, uno de los grandes exponentes de la “Escuela de pesimismo”, nacida de la filosofía de Schopenhauer, entonces muy seguida. Pero a la vuelta de unos pocos años, terminó por ser olvidado.
Su obra ha sido, sin embargo, objeto de solitarias pero significativas visitaciones. No sólo Nietzsche, quien, impresionado por La filosofía de la redención, escribió: “Hemos leído mucho a Voltaire, ahora le toca a Mainländer”. También Alfred Kubin, Borges y Cioran estuvieron interesados en la obra de este Hegesias moderno, “persuasor de la muerte” teutónico.
En la actualidad, el mayor promotor de su culto es el mencionado Müller-Seyfarth, quien escribe en su propia tarjeta de visita: “doctor en filosofía, tanatólogo”. Dirige en Berlín, en efecto, la principal empresa funeraria de la capital, con una cuarentena de colaboradores, interpretando su profesión con devoción casi religiosa según la filosofía de Mainländer, es decir, ayudando a sus clientes y sus familiares, con las técnicas del consuelo y el arte del bien morir, a gestionar de la mejor forma la dolorosa transición del ser al no ser.
[Artículo publicado en el diario “La Repubblica” (7-04-2001). Traducción: Patricio Tapia].
La fortuna de un libro
La traducción en Chile de la “Filosofía de la redención”, por Sandra Baquedano Jer, constituye, en realidad, una continuación de la primera traducción al castellano de Mainländer que realizó ella misma en 2011 como una antología de la obra completa (siguiendo el criterio antológico de Ulrich Horstmann). Desde entonces, han aparecido en castellano otras traducciones y antologías de esta y otras obras del autor. Al logro de haber sido al primera en traducirle se une ahora el de haber traducido “Filosofía de la redención” en su totalidad.
Franco Volpi

Franco Volpi (1952-2009), uno de los más reconocidos estudiosos de la filosofía alemana, especialmente Heidegger. Profesor en la Universidad de Padua y colaborador habitual del diario “La Repubblica”, entre sus obras se cuentan: “Heidegger y Aristóteles” (1984), “El nihilismo” (1996), “Los titanes venideros” (1997; junto con Antonio Gnoli). Fue traductor al italiano de Gadamer y Heidegger, entre otros. Dirigió la “Enciclopedia de obras de filosofía” (2005).