Sobre la libertad en la tradición liberal

David Schmidtz y Jason Brennan intentan entregar una “breve” historia de la libertad, mediante una serie de reflexiones sobre ella, desde aproximaciones de la teoría social, política, filosófica, económica e incluso psicológica. Según el reseñista, el filósofo Michael Clifford, también funciona, y quizá mejor, como una breve historia del Estado de Derecho.

Escribir una historia de la libertad es una tarea abrumadora que ha desafiado incluso a los más infatigables de los estudiosos, pero ciertamente es una que vale la pena el esfuerzo. “La libertad no es un medio para un fin superior, es en sí misma el fin político más elevado”, escribió Lord Acton en Historia de la libertad y otros ensayos, publicado originalmente en 1907, cinco años después de su muerte. Acton tenía la intención de escribir una completa Historia de la libertad en varios volúmenes, pero la tremenda enormidad del proyecto lo llevó a renunciar a lo que era “imposible de lograr”. (Desde entonces, el proyecto ha sido asumido por el Instituto Acton). Antes de Acton, otros habían intentado, con diversos grados de éxito, el desafío de escribir tal historia, incluidos Voltaire, Hegel y Samuel Eliot, cuyos dos volúmenes de su Historia de la libertad, publicados en 1853, documentaron el movimiento histórico hacia una libertad inhibida por los “bárbaros”. A partir de Acton, podríamos incluir Los fundamentos de la libertad (1960) de Hayek y Roots of Freedom (2000) de John Danford. Sin embargo, ninguno de estos escritores sufrió la ilusión de que una adecuada historia de la libertad pudiera ser, de alguna manera, “breve”.

Breve historia de la libertad. David Schmidtz y Jason Brennan. Trad. S. Cifuentes, Editorial Fundación para el Progreso, Santiago, 2020, 402 pp.

Sin embargo, eso es precisamente (con las debidas disculpas y advertencias, por supuesto) lo que los autores, David Schmidtz y Jason Brennan, intentan lograr en Breve historia de la libertad. Este libro es un conjunto de reflexiones sobre la libertad —entendida como «libertad personal»— generado, al menos en parte, en el Centro para la Filosofía de la Libertad de la Universidad de Arizona, aunque no está del todo claro para quién está escrito este libro o en qué nivel de compromiso académico. Consta de una introducción y seis capítulos, cada uno de los cuales comienza con una «tesis» y concluye con preguntas de debate, excepto el Capítulo 1, sobre la «prehistoria” de la libertad, que extrañamente carece de las preguntas de debate. Estas preguntas son reflexivas y provocadoras de reflexión.

La Introducción comienza con la tesis: “existen varias formas de libertad; si estas son contradictorias o complementarias es cuestión de circunstancias históricas”.

Los autores afirman que el libro es «la historia de la libertad, no la historia de la teorización de la libertad», pero la distinción no es inmediatamente clara ni expuesta adecuadamente. De hecho, cualquier visión de lo que realmente sea la libertad presupone un modelo teórico sobre cómo interpretar cualquier estado de los asuntos políticos dado, lo que es en sí mismo controversial y problemático. Luego, la introducción intenta “aclarar” el asunto al considerar una serie de teorías (occidentales sin culpa, en su mayoría liberales tradicionales) de la libertad, que van desde Thomas Hobbes hasta Philip Pettit, centrándose en la distinción entre libertad negativa y positiva. Este análisis excesivamente esquemático concluye en última instancia con la afirmación de que las libertades negativas y positivas no están realmente reñidas entre sí y, de hecho, se apoyan mutuamente. Sin embargo, los autores intentan eludir el conflicto teórico al afirmar: “El objetivo general del presente libro es narrar la historia de libertad de manera breve, no argumentar en favor de la libertad ni de alguna forma específica de definirla”.

Esta presunción de muchas maneras estructura el libro completo. De hecho, los autores apelan a una definición de libertad más bien estrecha, etnocéntrica y occidental, incluso algo whig o liberal: “hemos decidido concentrarnos en la libertad desde el punto de vista individual”, en contraposición, por ejemplo, a una casi marxista y comunitaria idea de libertad, en la que la “verdadera” libertad es en gran parte generar más “verdadera libertad de elección” para el individuo, a través del estado de derecho y el “progreso” económico, los cuales “liberan” al individuo del estado de naturaleza hobbesiano y sus inconvenientes relacionados.

Los autores de este libro apelan a una definición de libertad más bien estrecha, etnocéntrica y occidental, incluso algo whig o liberal.

El capítulo uno, “Prehistoria de la libertad: hace cuarenta mil años”, comienza con la tesis: “tanto la mayor amenaza como la más grande de las esperanzas para una mejor vida, a largo plazo, proviene de otros seres humanos. Históricamente, el comercio ha sido un gran libertador”.  Apelando a una comparación antropológica casi de caricatura de los neandertales y el homo sapiens, los autores afirman que los primeros sufrieron la extinción porque carecían de la “creciente propensión a comerciar e intercambiar” de los últimos. De esto extrapolan una conclusión que es un tema central del libro: que la libertad depende del comercio. Los neandertales se extinguieron porque “nunca fueron emprendedores”, dicen los autores, mientras que los precursores del hombre moderno, estos Donald Trump prehistóricos, florecieron precisamente porque comerciaban con otros humanos. Esto, a su vez, facilitó el desarrollo del habla y el lenguaje y, finalmente, el tipo de “rudimentario imperio de la ley” necesario para gobernar sus transacciones, lo que sentaría las bases para el tipo de derechos constitucionales sobre los que se basa y preserva nuestra libertad.

Hay al menos dos problemas principales con este análisis, tal como lo veo. Primero, los autores no proporcionan una base real de lo que es no ser libre. Parecen asumir algún estado de existencia hobbesiano en el que la falta de libertad se identifica con las dificultades que acompañan a la supervivencia básica, dificultades que se alivian mediante el comercio. Pero, la afirmación en la tesis de que el comercio ha sido un “gran liberador” es fácilmente socavada por la observación de que también ha sido un gran esclavizador, que las así llamadas libertades de los regímenes capitalistas son precisamente aquellas que sirven a su perpetuación (las preocupaciones marxistas en este sentido son superficialmente descartadas por los autores; los análisis postestructuralistas sobre la explotación y la privación de derechos capitalista, tales como los de Jameson, Deleuze, Baudrillard, Irigaray y otros, ni siquiera son considerados). Los autores simplemente dan por hecho que los pueblos prehistóricos no eran libres y que la verdadera libertad se logra a través del progreso económico. Sin una definición de base más adecuada de la libertad/falta de libertad, estas afirmaciones no son convincentes. Además, y esto lleva al segundo problema relacionado, ¿por qué deberíamos suponer una identidad o incluso una correlación causal entre la libertad y el comercio? Muchas perspectivas no occidentales ven a una y otro como, en gran medida, antitéticos entre sí. En Ancient Futures, Helena Norberg-Hodge observa: “Yo solía ​​suponer que la dirección del ‘progreso’ era de alguna manera inevitable, que no debía cuestionarse… Yo no lo hago más. La comunidad y una estrecha relación con la tierra pueden enriquecer la vida humana más allá de toda comparación con la riqueza material o la sofisticación tecnológica”.

Los autores simplemente dan por hecho que los pueblos prehistóricos no eran libres y que la verdadera libertad se logra a través del progreso económico. Sin una definición de base más adecuada de la libertad/falta de libertad, estas afirmaciones no son convincentes.

Menciono este punto de vista contrario al de los autores, no en la defensa de aquél, sino para sugerir que ambos puntos de vista son ingenuos si asumen que algo tan complejo, efímero e institucionalmente contingente como la libertad se puede lograr en cualquier escenario. De hecho, no está claro qué significa libertad en ninguno de los dos contextos.

En cualquier caso, esta identificación liberal y acrítica de la libertad con el progreso económico continúa en el capítulo dos sobre “El estado de Derecho: 1075 d.C.”. La tesis de este capítulo es: “La evolución del Estado de Derecho facilitó la base esencial para el explosivo crecimiento económico de los últimos siglos que liberó a Occidente de la extrema pobreza”. Este capítulo rastrea el surgimiento de la libertad desde el feudalismo hasta la Carta Magna, atribuyéndolo a la usurpación del caprichoso gobierno eclesiástico y monárquico por varias restricciones constitucionales que sustentan el Estado de Derecho. El capítulo 3 hace algo similar con respecto a la libertad religiosa. Las discusiones son convincentes, dado el punto de vista adoptado, y, aunque esquemáticas, un estudiante puede aprender mucho de ellas. Encontré que la discusión de Hugo Grocio, menos considerado de lo que debería, es particularmente informativa.

Los autores, citando una anécdota de Nixon y Kruschev de 1959, hacen un intento transparente de sugerir que la prosperidad estadounidense es la medida real tanto de la libertad como de la superioridad capitalista sobre el modelo soviético.

El capítulo 4, “Libertad de comercio: 1776”, comienza con una tesis que afirma, en parte, que la libertad de comercio bajo el Estado de Derecho faculta a las personas para cooperar a gran escala, liberándose mutuamente de la pobreza. El capítulo comienza con una anécdota sobre Nixon cuando le muestra un modelo de una casa estadounidense típica a Krushchev en 1959. Krushchev no lo podía creer. Citar el episodio es un intento transparente por parte de los autores de sugerir que la prosperidad estadounidense es la medida real tanto de la libertad como de la superioridad capitalista sobre el modelo soviético. Luego, el capítulo continúa citando una amplia gama de evidencia estadística sobre la expansión económica desde 1900, sobre la agricultura y la producción de alimentos, la fabricación de acero y el auge de las fábricas, los avances en la medicina, los automóviles, los rascacielos, todas las innovaciones y comodidades modernas de las así llamadas “sociedades de socorro mutuo” construidas sobre una economía de mercado. En un momento, los autores incluso afirman que «el mercado produce» a Mozart y Beethoven (junto con, como admiten a regañadientes, Britney Spears). En resumen, el libre comercio es el motor detrás de nuestras libertades personales y la cultura en la que prospera. El Estado de Derecho permite que estas libertades se ejerzan de manera productiva. Los derechos de propiedad no son simplemente derechos inalienables, sino el lubricante para la innovación capitalista.

Hay tantas cosas mal con este capítulo que no sé por dónde empezar. ¿Con la simplona igualación del crecimiento de los salarios con la calidad de vida? ¿Con el despido casual del trabajador del Tercer Mundo y la explotación de recursos que ayudan a mantener los estándares de vida del Primer Mundo? ¿El hecho de que en las llamadas sociedades prósperas como la estadounidense, los pobres sufran más de obesidad y diabetes temprana que de desnutrición o de hambre? Los autores son tan optimistas sobre la conexión entre la libertad personal y la prosperidad comercial que parecen estar abogando por una especie de neoimperialismo económico. Harían bien en leer un estudio reciente de Anand Giridharadas sobre los efectos de exportar el modelo de mercado occidental. Cuando aparecieron los primeros restaurantes McDonalds en la India, los clientes literalmente se peleaban entre sí para hacer pedidos. Eventualmente, fueron persuadidos para hacer filas. Sin embargo, el saltarse la fila era tan frecuente que los clientes se veían obligados a empujar sus cuerpos con fuerza uno contra el otro. Giridharadas extrapola esa experiencia para arrojar serias dudas sobre la supuesta conexión entre la libertad y el llamado progreso económico. Para generalizar, siguiendo el modelo hobbesiano, pasamos de un estado de naturaleza —Giridharadas se refiere a él como una “melé” o combate cuerpo a cuerpo— al Estado de Derecho que rige la forma en que interactuamos unos con otros. El Estado de Derecho convierte la melé en filas formales, una metáfora de la igualdad de oportunidades; todos tienen que esperar su turno. Pero una economía de mercado crea exenciones de mercado, es decir, aquellos que tienen los recursos para pagar el adelantarse o saltarse la fila. La fila representa la igualdad, presumiblemente, pero ¿representa la verdadera libertad o simplemente la libertad de la melé? Libertad para hacer cola, para seguir órdenes por bien del orden, para adoptar una postura pasiva de sumisión ante un régimen de mercado que determina tus deseos, tus necesidades, tu propia identidad. ¿Y qué clase de libertad es esa cuando se compara con aquellos que son “libres” para escapar del todo de la fila? La promesa del axioma capitalista defendida por los autores es que todos, al menos potencialmente, podemos alcanzar la exención de mercado. Pero la lógica de ese axioma sugiere lo contrario, e incluso si fuera posible, ¿no nos empujaría eso hacia una nueva forma de melé, como hemos visto recientemente en Wall Street y en el “salvaje oeste” del capitalismo ruso?

Los autores son tan optimistas sobre la conexión entre la libertad personal y la prosperidad comercial que parecen estar abogando por una especie de neoimperialismo económico.

La tesis del Capítulo 5, «Libertad civil: 1954», es: “Garantizar los derechos civiles y, en definitiva, la existencia de la sociedad liberal en el marco de un Estado de Derecho depende tanto de una cultura de libertad e individualismo, como de catalizadores individuales heroicos”. Aquí se hace explícito el “culto del individuo” que anima todo el libro. Este capítulo está dedicado a las hazañas heroicas de campeones de la libertad como Thomas Jefferson, Booker T. Washington, W. E. B. Du Bois, Thurgood Marshall y, por supuesto, Rosa Parks, con un saludo al pasar a las feministas y los defensores de los derechos de los homosexuales. Aquí nuevamente la discusión apela a una noción acrítica de individualidad autónoma, un sujeto cartesiano que gradualmente, con heroica perseverancia, logra su libertad. No hay reconocimiento, ni siquiera aparente conciencia, del hecho que estudiosos como Foucault han argumentado durante mucho tiempo que el «individuo» no es algo dado de manera metafísica, sino una construcción históricamente contingente, cuyo surgimiento coincide con la idea de libertad y de derechos, que está al servicio de un régimen de poder al cual está ligada su misma existencia.

El capítulo final, “Libertad psicológica, la última frontera: 1963”, continúa esta caracterización de la libertad personal como una “conquista”: “La libertad de la voluntad no es un interruptor que podamos encender y apagar, algo que sea posible tener o no tener. En contraste, la libertad de la voluntad en el mundo real es una conquista permanente”.

Aquí, los autores se vuelven hacia adentro; los “grilletes” que el individuo debe superar para alcanzar la libertad son psicológicos, como la presión social (citando los trillados experimentos de descargas eléctricas de Milgram), el autoengaño, la confabulación, el descontento (síndrome del pasto siempre más verde), e incluso la “escasez de grilletes” (parálisis causada por tener demasiadas opciones). Las cuestiones metafísicas subyacentes nunca se resuelven, por lo que no está claro exactamente qué es estar encadenando. ¿Es el sujeto cartesiano autoengañado impedido por su propia voluntad, o es la “conquista” de la libertad lo que es (o al menos podría ser) el yo? En cualquier caso, todo el capítulo es tangencial en el mejor de los casos, y podría decirse que se basa en un equívoco de la palabra «libertad». Parece fuera de lugar en un estudio de la libertad política.

Para concluir, podría recomendar este libro para un seminario en el que el profesor lo utilice con cierta distancia crítica, como punto de partida para tratamientos más sofisticados. El libro entreteje una serie de figuras de la teoría social, política, filosófica, económica e incluso psicológica, de una manera que no se encuentra comúnmente, y lo hace con bastante eficacia, si se acepta el énfasis estrecho y casi libertario en el individuo y la apología de la libertad ligada al progreso económico. El lenguaje es atractivo y accesible. El libro podría reemplazar una serie de textos dispares, especialmente si uno está interesado en centrarse en el surgimiento y desarrollo de la idea de libertad en la tradición liberal; pero creo que, en general, tiene más éxito como una breve historia del Estado de Derecho. No hay garantía de que el Estado de Derecho genere libertad personal; por el contrario. No obstante, podemos estar de acuerdo con los autores en que parece ser una condición necesaria, aunque lejos de ser suficiente, y ciertamente vale la pena explorar las formas en que las dos ideas, la libertad personal y el Estado de Derecho, han surgido juntas y dado forma a las instituciones de la política moderna.

[Artículo publicado en “Notre Dame Philosophical Reviews” 9 (2010). Traducción: Patricio Tapia.]

Michael Clifford

Michael Clifford es profesor de filosofía en la Mississippi State University, dedicándose a temas de filosofía política y social, y la filosofía continental europea contemporánea, especialmente Michel Foucault. Es autor de los libros “Empowerment: The Theory and Practice of Political Genealogy” (2013) y “Political Genealogy After Foucault: Savage Identities” (2001).

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