En su libro más reciente, Racionalidad, el reconocido intelectual y lingüista canadiense Steven Pinker combina una introducción al pensamiento crítico, la lógica y las probabilidades con otra batalla en las guerras culturales. Pero Ted McCormick lo considera un tratado sobre la racionalidad que, sin embargo, tanto condena como explota el cinismo y la credulidad.

El hombre ha nacido inteligente y, sin embargo, por todas partes muestra que carece de cerebro. Así, sin el lenguaje de género presente en El contrato social, podría Steven Pinker haber abierto Racionalidad. Profesor titular en Harvard, psicólogo cognitivo, autor de best-sellers y presunta víctima de la cultura de la cancelación, Pinker en estos días pasa mucho tiempo luchando en guerras culturales. Para continuar donde terminó su último libro, En defensa de la Ilustración, toma como problema el contraste que él ve entre la racionalidad innata de la humanidad y nuestro perceptible gusto por lo irracional.

Trad. P. Hermida, Editorial Paidós, Barcelona, 2021, 536 pp.
Sin embargo, donde su último libro defendía la “Ilustración” como fuente de valores, Racionalidad introduce un conjunto específico de herramientas lógicas y estadísticas, “puntos de referencia” de los argumentos razonables, como armas en la lucha contra “el rumor, la sabiduría popular y el pensamiento conspirativo” que, considera Pinker, envenenan nuestra política y ponen en peligro nuestro mundo. ¡Ocupe estas herramientas, nos exhorta Racionalidad, y defienda “la mentalidad realista” contra las fuerzas de la “mentalidad mitológica”!
En Racionalidad, Pinker se propone realizar un truco imposible. Resonará el contraste que dibuja entre nuestras capacidades racionales y nuestra situación actual. Tenemos vacunas efectivas contra el Covid-19, pero muchas personas —a pesar de los argumentos razonables— se niegan a aplicárselas. El cambio climático nos amenaza a todos, pero a pesar de la creciente evidencia, no actuamos. Una y otra vez, la razón no logra dominar nuestras motivaciones ni movilizar nuestro poder. Pero, dado que las personas a ambos lados de estas cuestiones afirman tener la razón de su lado, es difícil ver cómo el simple hecho de defender la racionalidad, como Pinker promete, puede sacarnos de este dilema.
De manera reveladora, el propio Pinker muestra signos de duda. Más allá de ofrecer herramientas para pensar, periódicamente Racionalidad insinúa intervenciones más puntuales, incluso una especie de lo que el autor llama en un momento “contrato social”, como un paso adicional. En un mundo que distorsiona, retiene o nos inunda con datos, escribe, hacer que las decisiones racionales sean difíciles y las malas decisiones racionales, nosotros los razonadores a veces debemos ser engatusados, presionados y constreñidos por amigos, empleadores y gobiernos para tomar las decisiones correctas.
Si esto suena pesimista para el autor de Los ángeles que llevamos dentro y agresivo para el autor de En defensa de la Ilustración, Pinker escribe que “no podemos imponer valores desde arriba en mayor medida de lo que podemos dictar cualquier cambio cultural”. Demonios, ni siquiera podemos “implementar un impuesto a las falacias” —una broma, con un fuerte olor a pensamiento ilusorio detrás suyo. Sin embargo, el deseo de dar a la razón una ayuda social o política es ineludible, porque está arraigado en una paradoja que Pinker nota desde el principio y luego ignora selectivamente: la racionalidad, como la define Racionalidad, es una cualidad instrumental. Ella sirve para ciertos fines pero no puede elegirlos. Tampoco puede justificarse a sí misma. Si nos dirigimos en la dirección equivocada, nuestro modo de transporte puede no ser el único problema.

En lugar de argumentar en favor de sus propias metas liberales y tecnocráticas, Pinker, sin embargo, deja que su supuesta superioridad influya en su uso de “racional” e “irracional” en todo momento. Esto crea una disonancia recurrente, ya que lo que es irracional (o “disparatado” o “estúpido”) desde su perspectiva a menudo resulta ser eminentemente racional según su definición inicial: es decir, sirve a los propósitos de quienes se aferran a eso de manera efectiva. Resolver el problema de la “irracionalidad”, entonces, requiere más que difundir el evangelio de lo zweckrational o de la instrumentalidad racional. Significa elegir unos valores e imponer unas metas. (Pinker lo admite cuando aboga por los de la “Comunidad de la Racionalidad”, para cuya membresía refiere a los lectores, en una nota al pie, a una publicación de blog de 2017 en el sitio lesswrong.com).
A un lector casual se le puede perdonar que se pierda esta paradoja. Habiendo introducido la racionalidad como un rasgo universal en su viñeta inicial sobre cómo los cazadores san o bosquimanos (del deserto de Kalahari) evalúan la probabilidad de que las huellas parciales pertenezcan a un animal antes que a otro, Pinker la define como «un juego de herramientas cognitivas que puede alcanzar objetivos particulares en mundos particulares”. Todo el mundo tiene racionalidad; todo el mundo la usa. ¿Entonces, cuál es el problema? Entran los escépticos y los que odian: “movimientos académicos de moda como el posmodernismo y la teoría crítica” que ven la razón como una mera construcción social. Por su parte, el valiente Pinker no teme ser pasado de moda: “Aunque no sea capaz de argüir que la razón es guay, súper, genial, la bomba, la leche o el no va más” —esa ya legendaria línea aparentemente es un intento de hablar el lenguaje de la teoría crítica— todavía “deberíamos seguir a la razón”. ¡Tomen eso, antropólogos culturales!
En lugar de argumentar en favor de sus propias metas liberales y tecnocráticas, Pinker deja que su supuesta superioridad influya en su uso de “racional” e “irracional” en todo momento.
Pero la mayor parte del libro es menos una abierta campaña de guerra cultural que un desfile del Primero de Mayo del arsenal de la racionalidad. Aprendemos los mecanismos de la lógica proposicional, de las falacias formales e informales, de la probabilidad, del razonamiento bayesiano, de la teoría de la elección racional, de la teoría de la decisión, de la teoría de juegos, del análisis de regresión y de más cosas. Pinker explica los conceptos clave con ejemplos de la vida real y ficticios de sus usos y abusos, mientras lamenta su ausencia o mala aplicación en el discurso público y la vida política. Esto puede ser entretenido, incluso si algo le resulta familiar (el problema de Monty Hall, la “tragedia de los comunes”) o anticuado (no menos de tres caricaturas de la tira cómica Dilbert aparecen como ilustraciones de sus puntos).
Ajustando las muestras escogidas de Racionalidad a medida que se avanza —esto se llama “p-hacking” o “dragado de datos”, por cierto—, se puede encontrar un libro informativo y enérgicamente escrito sobre los tipos de razonamiento y sus aplicaciones. El problema comienza cuando se leen todas las palabras. Pinker no puede abrazar la polémica abiertamente (porque esto se trata de racionalidad, no de valores) ni dejarla pasar (sus valores son, por supuesto, los racionales). Entonces, en lugar de enfrentar a sus blancos de frente, los capítulos intermedios se involucran en una especie de guerra cultural indirecta, extrayendo a los enemigos como ejemplos aparentemente incidentales de irracionalidad o de razonamiento motivado. Donde encaja el zapato, entonces está bien. El hecho de que ni los votantes demócratas ni los republicanos, como él señala, comprendan la ciencia del cambio climático es vergonzoso pero importante. Sería bueno pensar que podemos hacerlo mejor.
Pero Pinker deja que sus propias solidaridades y enemistades moldeen su preocupación por los hechos y la argumentación. Esto da como resultado afirmaciones desmedidas y sin fundamento, como cuando un artículo de opinión del periódico Politico que coescribió en defensa de Bret Stephens es su única fuente puesta en nota a pie de página para la afirmación de que las falacias lógicas son “moneda corriente” en la academia y el periodismo. También produce algunas afirmaciones desconcertantes, tales como que el asesinato de George Floyd en 2020 llevó a “la adopción súbita de una doctrina académica radical, la teoría crítica de la raza” —y que tanto la teoría crítica de la raza como el movimiento Black Lives Matter están atizados por una sensación exagerada de la gente afroamericana ante un riesgo estadístico de morir a manos la policía. Si bien Pinker pronto retrocede ante lo que sugiere que puede ser un recuento “psicológicamente obtuso” de los orígenes de Black Lives Matter, el sinsentido cronológico de la afirmación y la caracterización de la teoría crítica de la raza como una “doctrina” se mantienen sin pruebas ni argumentos. Después de todo, él podría decir, son solamente ejemplos.
Tal vez. Pero, como Pinker escribe en otro contexto, “el contenido de un problema lógico es relevante”. Y a medida que se acumulan los ejemplos, uno se pregunta qué se está defendiendo: ¿los adornos formales y retóricos del argumento lógico o la sustancia del compromiso reflexivo? Pinker trata el artículo de opinión de Mariame Kaba publicado en 2020 en The New York Times a favor de la abolición de la policía como un ejemplo de confusión entre “causalidad imperfecta” y “no causalidad”, porque se basa en el hecho de que, bajo el sistema actual, pocos los violadores son procesados. “La editorialista no consideraba”, escribe, que, sin la policía, aún menos de ellos podrían ser procesados. De hecho, el argumento de Kaba no estaba principalmente basado en la violación; ella comienza hablando de cuánto tiempo dedica la policía a infracciones de tránsito y denuncias por ruido, y avanza a lo largo de un siglo de historia de intentos fallidos de “reforma” policial (el punto central de su artículo). ¿De qué sirve semejante tergiversación?
Este es un tratado sobre la racionalidad que tanto condena como explota el cinismo y la credulidad, a veces en la misma página. Al culpar al “asfixiante monocultivo izquierdista” de las universidades por la desconfianza popular en los expertos, Pinker menciona dos ejemplos en el texto: el profesor de la Universidad del Sur de California, Greg Patton, fue suspendido de un curso después de usar la fórmula china ne ga, la cual puede sonar como la “palabra con n” (el insulto nigger) y también el testimonio de cartas personales dirigidas a él por corresponsales no identificados. (En una nota al pie, invita a los lectores a buscar en la Academia Heterodoxa, en la Fundación para los Derechos Individuales en la Educación y en la revista Quillette —todo eso— más ejemplos). El siguiente párrafo advierte sobre las “ilusiones instiladas por la caza sensacionalista de la anécdota”. ¡Doctor, cúrese a sí mismo!
Esta paradoja de definir la razón como un medio universal mientras se la invoca como una norma específica, que es en lo que se especializa Pinker, tiene ahora implicaciones políticas más amplias, al igual que lo tuvo en la Ilustración. ¿Recuerdan a los cazadores san? Una cosa era apreciar sus finos cálculos cuando el punto a dejar claro era la universalidad de la razón como herramienta humana. Pero para el momento en vuelve el tema de la realidad versus la mitología, más adelante en el libro, la racionalidad tiene nuevos héroes: las personas que Pinker identifica como W.E.I.R.D. (no “raro”, sino acrónimo de: occidentales, educados, industrializados, ricos, democráticos), los “hijos de la Ilustración”. A diferencia de los cazadores san —en realidad, a diferencia de cualquier otra persona—, estos campeones no sólo poseen las herramientas de la racionalidad, sino que “abrazan el credo radical del realismo universal” (énfasis mío). A ellos les pertenece un “mandato imperialista… conquistar el universo de las creencias y empujar la mitología hacia los márgenes”, para que un “Estado tecnocrático” pueda actuar sobre sus creencias racionales. Bienvenidos al Reino de los fines de Steven Pinker.
[Artículo aparecido en la revista “Slate” (30-10-2021). Traducción: Patricio Tapia.]
Ted McCormick

Ted McCormick es historiador, profesor en la Universidad de Concordia (Canadá). Se interesa en las relaciones entre la ciencia, la tecnología, la economía política y los imperios. Es autor de William Petty and the Ambitions of Political Arithmetic (Oxford UP, 2009) y está próximo a publicar Human Empire: Mobility and Demographic Thought in the British Atlantic World (Cambridge UP, 2022). Ha publicado en las revistas “Osiris”, “History of Science”, “Journal of British Studies”, entre otras.