Un poderoso y cautivador libro sobre sexo

En su libro "El buen sexo mañana" (Alpha Decay), Katharine Angel entrega una serie de consideraciones en torno al consentimiento como requisito del buen sexo, que desactiva las posibilidades de violencia. Sus originales aproximaciones a las complejidades del deseo femenino, también implican, según el reseñista, un desafío político mayor para los hombres.

Katherine Angel, académica y escritora británica. [Fotografía: Stacey Yates]

Esperaba que el libro El buen sexo mañana, de Katherine Angel (doctora en Historia de la Sexualidad y en Psiquiatría por la Universidad de Cambridge), fuera polémico. De extensión diminuta (pero no, como resulta ser, en su sustancia), desde su portada, el libro y su proclamación en el título, tomada de Michel Foucault, parece y suena como si Angel fuera a arrasar algún cuartel u otro en el campo de batalla de nuestra política sexual contemporánea. Afortunadamente, estaba equivocado. Angel es mesurada y meticulosa, lo que hace que su libro sea cautivador, poderoso y valioso. Dicho en términos generales (aunque espero que no polémicos), Angel nos pide que prescindamos de la noción de que las mujeres deben conocer y vocalizar sus deseos sexuales, o que los investigadores deben descubrir y difundir la verdad de los deseos sexuales de las mujeres, para que las mujeres eviten el dolor de género o para buscar el placer erótico. El mandato de que las mujeres deben conocer su yo sexual y su presuposición, que el yo sexual de la mujer es conocible, resultan ser suposiciones compartidas por una variedad sorprendentemente amplia de expertos, investigadores sexuales, feministas y posfeministas. Esto es así, en parte, porque esas suposiciones son adoptadas por pensadores y activistas con agendas tan diferentes que las intervenciones de Angel son más de orden quirúrgico que de mazazos.

El buen sexo mañana. Katherine Angel. Trad. A. Marcos, Editorial Alpha Decay, Barcelona, 2021, 176 pp.

De forma curiosa, para un libro subtitulado “Mujer y deseo en la era del consentimiento”, algunas de las observaciones más visionarias e indispensables de Angel son sobre los hombres y la subjetividad en la era del igualitarismo formal de género (y el pluralismo). Si bien los cuatro capítulos concentran su energía analítica en la sexualidad de las mujeres o, mejor dicho, concentran su energía analítica en por qué tanta energía analítica se concentra en la sexualidad de las mujeres, cada capítulo también incluye una coda no especificada sobre los hombres, sus patologías y situaciones difíciles. Incluso cuando la propia Angel critica la orientación epistemológica y las directivas políticas de la “cultura del consentimiento”, señala que los detractores más miopes de la cultura del consentimiento “juzgan que el desprecio masculino por el placer y la autonomía femeninas es un hecho inmutable, y a la vez consideran imprescindibles las maniobras de la mujer para evitarlo”. Si estamos de hecho (y esto es conceder más a los detractores de lo que yo haría) incrementando cada vez más el sexo lamentable o desagradable a “violador” o “agresivo”, esto no cambia el hecho de que el mal sexo suele ser peor para las mujeres, sobre todo porque “quizá los hombres aprendan que pueden despreocuparse del placer de la mujer y las mujeres aprendan que deben priorizar el placer masculino por encima de su propio placer y disfrute. ¿Quién aprende que su papel es recibir placer a toda costa y quién aprende que tan solo debe pagar las consecuencias del sexo?”. Gran parte del movimiento #MeToo enseña a los hombres sobre lo que no deben hacer, y eso seguramente es para mejor, pero ¿podríamos también capacitar a los hombres sobre cómo hacerlo de mejor manera?

Gran parte del movimiento #MeToo enseña a los hombres sobre lo que no deben hacer, pero ¿podríamos también capacitar a los hombres sobre cómo hacerlo de mejor manera?

Cuando los sexólogos de la posguerra intentaron probar que el deseo sexual de las mujeres estaba estructurado como el de los hombres —“profundo, libidinal, urgente”— su investigación, afirma Angel, descontextualizó, singularizó y mecanizó inadvertidamente el deseo de los hombres, abocándolos “a ellos mismos al fracaso”. Lo “genital es la vía de escape de lo sexual” no funciona para nadie, no importa cuán erecta sea la erección. Y si la “quimera de la autonomía total, de un autoconocimiento absoluto” es “una pesadilla”, son las valoraciones masculinistas de la soberanía y el dominio las que hacen que tener sexo para demasiados hombres sea compensatorio, hostil y adquisitivo en lugar de exploratorio, apasionado y sin un libreto.

Se podría pensar que me he detenido demasiado en los hombres en  El buen sexo mañana, de Katherine Angel, porque la mayor parte de los días yo soy uno, pero creo que es porque el desafío político más profundo del libro es uno para los hombres, incluso cuando ella les pide a las mujeres que acepten su vulnerabilidad en lugar de ser embaucadas para desconocerla o negarla. Para que las lecciones formativas o simplemente instructivas del mal sexo se distribuyan de manera más uniforme entre los géneros, para que las mujeres y las personas de todos los géneros se abran resueltamente a la intimidad y la posibilidad erótica, los hombres deben dejar de ser idiotas, o al menos ser menos “prepotente”. Eso no hará que el sexo vuelva a ser bueno mañana, pero podría hacer que el sexo no sea tan desesperanzado como lo era hasta ayer.

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