Una colección de maravillas naturales

Un conjunto de ensayos que señalan nuestras relaciones con los animales, en especial las aves, es el que recopila la escritora y naturalista Helen Macdonald en Vuelos vespertinos (Anagrama) y comenta la crítica Kathryn Hughes.

Helen Mcdonald

En la introducción a esta colección de 41 “ensayos nuevos y recopilados”, Helen Macdonald sugiere que pensemos en su libro como una Wunderkammer, es decir, uno de esos gabinetes de curiosidades ricamente decorados que se pusieron de moda a partir del siglo XVI. En cada cubículo se encontraría un objeto natural o hecho por el hombre que se colocaba sin tener en cuenta la clasificación formal. En cambio, el placer provenía de detectar continuidades y distinciones entre vecinos improbables: una miniatura de esmalte junto a una pluma, un instrumento musical minúsculo junto a una pieza de coral. Macdonald espera que sus ensayos puedan funcionar de la misma peculiar manera, aunque sugiere una traducción más literal de Wunderkammer. En lugar de una colección impulsada por la «curiosidad», con su codiciosa necesidad de saber, prefiere una “cámara de maravillas” que habla en lugar de un éxtasis receptivo.

Vuelos vespertinos. Helen Macdonald. Trad. C. Ceriani, Editorial Anagrama, Barcelona, 2021, 332 pp.

Eso no significa, sin embargo, que la obra de Macdonald se sienta pasiva o difusa. Uno de los grandes placeres de esta colección de ensayos es ver con cuanta determinación resuelve los enigmas que encontró por primera vez en H de halcón, sus memorias sumamente exitosas publicadas en 2014. En el corazón de ese libro se encuentra su intento de escapar del desordenado mundo del dolor humano entrenando a un halcón para que se elevase por encima de la tierra como su representante en el ámbito de las bestias. Macdonald todavía está probando la posibilidad de cruzar la barrera de las especies. En una ocasión, mientras trabajaba en un centro de cría de halcones en Gales, ella cloquea suavemente ante un huevo que se está incubando y llora cuando el diminuto duendecillo gris dentro del caparazón le responde la llamada. En otra ocasión, más salvaje, adopta un estilo “Gonzo”, de observador convertido en actor, se unta la cara con barro y se arrastra sobre su vientre en un intento de escabullirse en un campo de bueyes.

Piezas viscerales como estas se equilibran con algunos análisis maravillosamente serenos en los que Macdonald aporta su experiencia como historiadora de la ciencia. En “Los pájaros, un asunto pendiente”, describe cómo, durante siglos, las clases terratenientes han creado su propia y particular versión de élite acerca de la naturaleza. Gansos y patos, con las alas parcialmente amputadas para que no puedan volar, continúan nadando en círculos literales y metafóricos de los lagos hechos por el hombre. Y, lo más importante, es que no tenemos problemas con eso. Entonces, ¿cómo es posible, pregunta Macdonald, que cualquier persona de clase trabajadora que insista en tener un pinzón o un periquito en una jaula sea vista como moralmente sospechosa, incluso criminal? Especialmente si optan por el tipo de crianza selectiva que da como resultado un pájaro tan grande como un bebé, o uno cuya voz alterada combina el trino de un cautivo de invernadero con las notas metálicas de los ancestros salvajes. Macdonald nos hace ver que el amor y el orgullo que la gente humilde prodiga a sus pájaros cautivos es tan feroz y contradictorio como el de un gran propietario que observa sus ánades reales con binoculares.

Si la clase irrita a Macdonald, el nacionalismo la llena de pavor. A lo largo de estos ensayos vuelve al punto de que las aves no prestan atención a las fronteras políticas y, sin embargo, aún insistimos en incorporarlas a nuestras fantasías de patria. El ejemplo más ridículo es el picogordo común, que está tan asociado con los edificios ingleses antiguos y preciosos que se ha convertido en un avatar virtual para la National Trust (o Fundación nacional para lugares de interés histórico o belleza natural). Sin embargo, Macdonald revela que estas aves con cabeza de bala no establecieron su hogar en Gran Bretaña sino hasta mediados del siglo XIX, cuando algunas parejas de prospección volaron desde Europa hasta el Bosque de Epping. Desde allí se extendieron por los suculentamente caducifolios condados del sur, dándose un festín con el espino, el cerezo y el olmo de las bien dotadas fincas.

El nacionalismo llena de pavor a Macdonald. A lo largo de estos ensayos vuelve al punto de que las aves no prestan atención a las fronteras políticas y, sin embargo, aún insistimos en incorporarlas a nuestras fantasías de patria.

Luego está el cisne chico o de Bewick, una hermosa ave pequeña que parece llevar delineador de ojos amarillo y se instala cada invierno en los pantanos. Bajo la égida de Peter Scott a mediados del siglo XX, los cisnes de la Welney Wetlands Trust o Fundación de los Humedales de Welney, recibieron nombres como Victoria, Lancelot y Jane Eyre como una forma de convertirlos de bandadas en familias. Esto fue a pesar del hecho de que, a su regreso cada primavera a Rusia, los cisnes chicos podrían, por lo que todo el mundo sabía, responder en realidad a los nombres Anastasia, Pedro y Anna Karenina.

Como ejemplo final, Macdonald nos habla de una cigüeña llamada Ménes a la que se le colocó un emisor de satélite en Hungría en 2013 como parte de un proyecto de seguimiento de la migración de aves. Después de dejar su nido, Menes viajó por el sureste de Europa y Tierra Santa antes de llegar al valle del Nilo, donde fue detenida por la policía. Su “dispositivo electrónico sospechoso” hizo que las autoridades egipcias pensaran que era una espía.

Macdonald hace mucho más que simplemente repetir esto como una anécdota divertida. Volviendo a su tema permanente de los cruces fronterizos, señala que, como cigüeña salvaje, Ménes era completamente libre. Fue solamente en el momento en que se convirtió en un híbrido animal-humano, del tipo que ella misma había anhelado tantas veces ser, que se convirtió en un peligro para el mundo y, por lo tanto, para sí misma.

[Artículo aparecido en “The Guardian” 12-12-2020. Traducción: Patricio Tapia.]

Kathryn Hughes

Kathryn Hughes es una académica y biógrafa británica, profesora en al Universidad de East Anglia. Es autora de The Victorian Governess (1993), George Eliot: The Last Victorian (1998), The Short Life and Long Times of Mrs. Beeton (2005) y Victorians Undone: Tales of the Flesh In the Age of Decorum (2017).

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