Egon Wolff: «No me emociona mucho el teatro actual»

2016 ha sido un año negro para la dramaturgia chilena. A la partida de Juan Radrigán y de Luis Rivano se suma la de Egon Wolff. Rescatamos esta entrevista realizada en mayo de 2011, con motivo del Día Nacional del Teatro, y cuyo extracto se publicó en el suplemento “Artes y Letras” de El Mercurio.

—¿Podría describir su proceso creativo?
Generalmente, yo parto de algo que me inquieta, algo que está en el aire. Una característica que abarca una cierta cantidad grande de personas y que marca un tipo de actitud. Y eso es lo que a mí me impulsa muchas veces a armar una obra en torno a esa problemática que yo veo en alguna cosa, que me inquieta y que tenga alguna raigambre social y moral fundamentalmente.

—¿Recoge del arte, la literatura o la música alguna inspiración para su proceso de creación? Le pregunto por «La balsa de la Medusa» y el cuadro de Gericault.
En este caso particular, sí. Al ver el cuadro me inspiró muchísimo el concepto de un grupo de gente aislado en una situación de emergencia, como ser náufragos en una balsa, y cómo la relación de esas personas de alguna manera se va descomponiendo, se va alterando, se va enrareciendo con el tiempo y aparecen características de cada una de esas personas, que contribuyen a una situación de conflicto que puede terminar, inclusive, en una situación dramática como lo que sucedió en lo que ahí eternizó Gericault en su cuadro. Más que el hambre a mí me interesa la relación humana que se va produciendo y se va alterando y descomponiendo en una situación de crisis y de aislamiento y de soledad.

—¿Dónde escribe? ¿Cómo es su rutina?
Yo escribo generalmente de día. Me despierto, me levanto temprano. Yo trabajo en las mañanas y en las tardes, después de la siesta, a la hora de once, ahí trabajo unas cinco, seis, siete horas al día en mi escritura. Trabajaba. Debo hablar en tiempo pasado porque ya no estoy escribiendo, estoy dedicado a la pintura. A pesar de que en el horario de la pintura mantengo el mismo. La forma de trabajo mía era así, de ir trabajando etapa por etapa la obra, a medida que va avanzando.

—¿Al finalizar el día deja de escribir porque se agota la inspiración o queda cansado?
Se termina porque entra un cansancio físico. Porque la escritura exige una gran concentración, uno sin darse cuenta se va aislando del entorno sin darse cuenta. Por eso yo a veces me río cuando dicen que los escritores necesitan un lindo panorama con una ventana que tiene una vista al mar para poder inspirarse. Esas son leseras. En el fondo el escritor mira para dentro de sí, está mirando para adentro, de una gran concentración de creatividad. Eso cansa físicamente y uno nota que ahí bajan las fuerzas y uno deja de escribir, sí. Pero si uno escribe una escena que más o menos corresponde a lo que uno ha pensado escribir, uno siente cansancio pero también una gran satisfacción, un placer. Es una forma de placer también.

—¿El dramaturgo cae en la tentación de pensar cómo se montaría la obra?
Evidentemente uno tiene una visión de la obra, del entorno, de la escenografía, del ambiente, de las circunstancias. Y uno se lo imagina de determinada manera de acuerdo a los antecedentes personales que uno tiene. Uno sabe al escribir que eso es un sueño, una ilusión. Porque entre ese momento y el instante en que la obra se monta en un escenario imprevisto que uno nunca ha calculado qué va a ser… porque no es como antes cuando los escritores escribían para ciertos teatros, como Chéjov, que escribía para un teatro en Moscú. En este caso, en Chile es más precaria la cosa porque puede tocar cualquier cosa.

» Y después viene el problema de que el director que le toque a uno puede ser un hermano espiritual de uno o puede ser una persona totalmente distinta y que va a entender las obras de una manera diferente; entonces es un riesgo permanente el que tiene la dramaturgia. Es un problema de que es demasiado mediática la dramaturgia, intervienen demasiados factores que van alterando, de alguna manera, la visión inicial que uno tiene de su obra. Y uno tiene que ser tolerante, pero el resultado final no es lo uno muchas veces ha querido.

—¿Pero hace una evaluación favorable de sus obras montadas?
En un porcentaje mayor son las obras que han salido bien hechas, bien montadas. He tenido algunas obras en las que no he sido en absoluto identificado, pero son las menos. Porque los directores lo consultan a uno cuando está vivo, uno puede intervenir, incidir un poco. Diría que está bien, un setenta por ciento de satisfacción. «La balsa de la medusa» fue un excelente montaje que dirigió Héctor Noguera, con muy buenos actores. Realmente espectacular, porque es una obra con 17 personajes arriba del escenario.

—Dice que cuando comenzó escribía una obra cada seis meses. La productividad era muy grande. ¿Qué sucede ahora?
Estamos viviendo en un mundo en que el factor de multiplicación… todo se ha vuelto a la multiplicación geométrica de las cosas. Cuando yo escribía teatro —en los tiempos que los críticos han calificado como la Generación del 50—, éramos unos 10 o 15 dramaturgos que estrenábamos. Ahora son cientos, aparecen a cada rato. ¿Por qué? Porque han multiplicado las escuelas de teatro. En mi tiempo eran tres las escuelas de teatro. Y cada uno de esos actores que se reciben como actores se tiene que ganar la vida en el teatro. Todo se ha multiplicado: los actores, el número de dramaturgos, la cantidad de obras que se escriben.

—¿Nota algún avance en este recorrido de la dramaturgia chilena?
Uno tiene tendencia a ver el mundo como uno aprendió que es el mundo. Yo vengo de una generación anterior y eso ha sido siempre así históricamente. Uno no se encuentra con las nuevas generaciones. Encuentro que se han perdido algunas cosas fundamentales en la dramaturgia nuestra que las echo de menos en las obras de ahora.

—¿Cómo cuáles?
Por ejemplo, el personaje como integridad, el concepto de personaje. En este momento la gente que aparece en el escenario están en función de una idea, pero no de un personaje que vive esa idea. Es distinto. Ahora ya no se escribe. Las obras son bastante autorreferentes, los autores escriben de su propia problemática, de su inquietud personal, y menos de la investigación del personaje mismo con toda su humanidad. No me emociona mucho el teatro actual; en cambio, sí me emociona el teatro de antes. Hay excepciones, cosas que he visto y que me han gustado como «Neva», como las obras de Calderón, algunas cosas de Barrales. Pero en general no, son disparos al aire.

—¿La dramaturgia se está mirando a sí misma y no a la sociedad?
Yo creo que hay mucho de eso. Se ha perdido mucho la curiosidad humana entre nosotros mismos, nos hemos aislado. Eso naturalmente uno como autor es un mundo que lo desconoce un poco, la interioridad de las personas. Anteriormente teníamos más tiempo, más paz para relacionarnos, había espacio para eso. Se ha perdido esa condición rural que tenía Santiago, una ciudad con menos habitantes, y ahora se ha vuelto muy urbana. La dramaturgia que se escribe corresponde un poco a eso, violenta, deshumanizada, extraña. Cada época tiene su expresión y la que tenemos ahora es la expresión de esta época. Yo me quedo con la otra, yo me quedo con la mía.


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