“Madre e hija como un solo cuerpo”, un comentario sobre “La débil mental” de Ariana Harwicz

En “La débil mental” se ahonda mucho en el cordón umbilical perpetuo que une a la madre con sus hijos; en este caso, su hija. Con ese cordón umbilical que jamás se corta se discuten temas como dónde termina la madre y realmente empieza la hija.

Foto: Catalina García

La débil mental
Ariana Harwicz
Editorial Elefante
2019


Estoy viviendo un momento difícil y pensé que ese era el motivo por el que me costó tanto terminar “La débil mental” de Ariana Harwicz. El libro se sentía oscuro, violento y, a ratos, difícil, porque su lenguaje es magistralmente simbólico: un poema en prosa de 75 páginas.

Pensé que todas las sensaciones que me invadían se debían a mis circunstancias actuales. Me pasa que durante el día la vida parece triste pero soportable; sin embargo, cuando se pone el sol, como si de una maldición se tratase, se me mete adentro la oscuridad, la angustia y el miedo al miedo. Debido el trabajo y la rutina, los momentos en los que más tiempo tenía para avanzar con la lectura eran cuando salía del trabajo o cuando iba camino a él, en las mañanas. El libro podría haber sido una distracción, como lo son los videos ridículos de personas cayéndose de sillas que veo en la micro para no dejarme invadir por pensamientos que me hacen daño. Pero no. En la oscuridad de los momentos que tenía para leer, “La débil mental” era como un agujero negro que se tragaba la poca luz que quedaba. Así que tuve que recurrir a leer durante los fines de semana que no estuvieran nublados, sentada en un rectángulo de sol que entra por la ventana de mi cocina durante las mañanas.

Hoy, sábado 3 de agosto, lo pude terminar y, antes de comenzar a escribir este texto, hice una breve investigación en internet. Resulta que lo que el libro me produjo es lo mismo que le produjo a otros lectores que no parecen haber estado experimentando mayores angustias mientras leían. Al contrario, pareciera ser que así tenía que funcionar: ser oscuro, inquietante, grotesco y muy violento. También, a ratos, efectivamente difícil.

Cada vez que alguien me pillaba leyendo y me preguntaba “¿de qué es el libro?” me costaba muchísimo contestar y sólo terminaba diciendo: “No sé, es muy raro”. Ahora que lo terminé puedo decir que “La débil mental”, publicado en julio de este año por editorial Elefante, es la historia del frenesí que existe en la compleja relación que tienen una madre y su hija. Frenesí. Esa es la misma palabra que usé cuando escribí de “Mátate, amor”, el primer libro de Ariana Harwicz publicado por la misma editorial. Pareciera, entonces, que el frenesí es un rasgo distintivo de la escritura de Ariana Harwicz, como también lo son el desarrollar temas como la maternidad y el sexo, con un lenguaje muy figurativo que con frecuencia recurre a metáforas, analogías, simbolismo y un juego muy interesante con las palabras: en una misma línea, sin demasiadas comas ni puntos, se suceden diálogos, monólogos internos y saltos temporales que ayudan a componer el presente.

En “La débil mental” —con una forma de narrar que hace sentir al mismo lector con cierta debilidad mental, porque la historia se funde como una bruma demasiado homogénea con el diálogo interno de la protagonista— se ahonda mucho en este cordón umbilical perpetuo que une a la madre con sus hijos; en este caso, su hija. Con ese cordón umbilical que jamás se corta se discuten temas como dónde termina la madre y realmente empieza la hija. En qué momento nos transformamos en seres humanos independientes y dejamos de ser un apéndice, un órgano, un pedazo de nuestras madres. Qué pasa con la intimidad y los límites. Qué pasa con el sexo, necesidad humana tanto de madres como de hijas, pero que instintivamente no pueden encontrarse en el mismo espacio porque es un tabú originario. Y qué es lo que hace la crianza con esa instintiva necesidad de independencia, pero que la manipulación maternal puede desencajar de forma tan efectiva e invadir con una violencia tan silenciosa:

“Era la primera vez que me masturbaba de miedo, hasta que la vi. Había estado agazapada en su tapado de piel, con el cigarrillo apagado y el gesto de tirar igual la ceniza. Como un carpincho que no se quiere hacer ver y se vuelve pasto. Y empezó a aplaudir la perversión del amor cada vez más fuerte, bravo nena, sos la luz al final del túnel, te felicito, ya sos una flor de hembra, bravo hija, sos un pedazo de mujer. Me cubrí y salí corriendo” (p. 26).

Otro de los temas que se discuten en “La débil mental” son los hombres —dentro de un marco heterosexual— como un punto de tensión en esta relación donde la madre y la hija son dos pedazos de plasticina hechos una sola bolita, donde los colores amenazan con mezclarse. En el libro, la figura del padre es efímera y sus límites están bien demarcados. En ningún momento se es un apéndice de él. Éste deja una huella genética de una pasión de antaño, un revolcón, que después puede ser meramente cosmética: el pelito rubio, pero no mucho más. En esta relación madre-hija de escasos límites, un hombre ajeno también significa una amenaza para la madre y una liberación desesperada para la hija. Al final, es precisamente en torno a un hombre que la historia se desarrolla. El hombre es el nudo del libro, aunque no el antagonista.

En una entrevista al canal “Lee por gusto”, Ariana Harwicz mencionó que sus personajes en general no están “civilizados”. Tanto “Mátate, amor” como “La débil mental” se desarrollan en el campo y, si bien los personajes están inmersos en una sociedad, no interactúan con ella; están aislados. Es de este aislamiento y de este diálogo interno un poco alienado —esto ya no lo decía Ariana Harwicz, lo digo yo— que, creo, surge el frenesí de su literatura. Podríamos decirle “locura” a este frenesí, pero las novelas de Ariana Harwicz siempre me hacen cuestionarme el concepto de locura. Sus libros me hacen recordar que la vida nos da demasiados motivos perfectamente coherentes para caer en comportamientos erráticos y frenéticos. Al final, ¿no es más loco no volverse loco?

El libro es oscuro, violento, explícito e inquietante porque plantea un frenesí demasiado real. El libro es como un cuerpo vivo: libera calor, olores y fluidos. La prosa de Ariana Harwicz es compleja y hermosa, pero también muy oscura. Recomiendo leerlo de día y, por lo menos, en un metro cuadrado de sol, pero leerlo.

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