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Siete postales del «Valparaíso» de Edwards Bello
Por Joaquín Edwards Bello + Nicolás Rojas Inostroza | Jun 29, 2015
“Valparaíso” es la novela más tardía y extensa de Joaquín Edwards Bello. Apareció por primera vez en 1931 y su última versión, reeditada este año por Ediciones UDP, es de 1963. “Cuando un poco aturdido por su algarabía llega el lector al final, cierra el volumen y lo mira por fuera, experimenta la impresión de hallarse frente a una jaula vibrante de aleteos de pájaros”, escribió sobre este texto el crítico Alone en 1969.
Seleccionamos siete fragmentos de esta novela autobiográfica del hombre descrito por Gabriela Mistral como el hijo más reprendedor de la patria.
1) Tinterillos para las colonias
“El Liceo destruyó las virtudes americanas nativas y nos enseñó los rudimentos de la cultura europea para que pudiéramos servir de tinterillos a las colonias extranjeras (…) El Liceo es la antítesis de la exploración, de la navegación y de la invención. No deja un resquicio al niño para que imagine de su cuenta, ni escoja un oficio con alegría” (página 50).
2) Sonreír a las damas
“Creo que a ningún niño en el mundo le agrada introducirse guarismos y fechas en el cráneo. Sin embargo, es preciso armarnos para las luchas de la vida. ¿Armarnos de qué? De tretas, de sonidos especiales, de dogmas, para poder embaucar mejor a los rivales y vencerlos. El que no estudia será derrotado por los estudiosos; a veces ocurre lo contrario. El mayor experto de arte de Nueva York, millonario en dólares, es un chileno que no cursó más allá de segundo año; pero aprendió a bailar y a sonreír a las damas” (página 57).
3) Se quedan solas
“En esta corta escena se encierra la historia social de Chile. Las mujeres, desde la Conquista y la Colonia, se quedan solas. Los hombres se iban, a veces sin avisarlas. Unos eran soldados, otros revolucionarios o simples aventureros. En algunos casos las mujeres quedaban armadas para defender el hogar” (página 49).
4) Puerto de gas
“Después de las vacaciones, Valparaíso me produjo una impresión muy extraña, como si no fuera la misma ciudad de antes (…) Venía de mirar cerros, caballos y huasos; de pronto me hacían mirar casas, aceras, calles y señoritas muy educadas, estilizadas, peinadas, estiradas por el corsé y el tacón Luis XV. Poco a poco volvía a las costumbres de la ciudad, a la simetría, a la luz nocturna del gas incandescente” (página 186).
5) Padres, no amigos
“Pocas veces los padres antiguos trataban a los hijos como si fueran amigos. Entre padres e hijos se alzaba la barrera de la respetabilidad; cuando mi padre decía que le hablara con franqueza, su rostro se ponía terriblemente severo y mataba el deseo de decir la verdad (…) Cuando un padre deja de ser perfecto, los hijos pueden dar gracias a Dios” (página 192).
6) Develando Bolivia
“Después de bajar en el tobogán, dando vueltas y revueltas, divisamos La Paz en un hoyo de celajes. ¡Inolvidable espectáculo! Al fin llegábamos. El último peldaño de Los Andes nos dejó en la capital de Bolivia. No había sufrido de la puna ni del sorocho. Después de despedirme de los viajeros quedé solo en el andén confundido con un público en que dominaban los indios (…) Cuanto había oído decir de Bolivia era mezquino, falto de verdad o equivocado” (página 377).
7) Tristeza de domingo
“Los domingos me entristecen. Recuerdo a Perpetua cuando era joven, cuando hacía empanadas de domingo y me ponía ropitas de realce para llevarme a la misa de once. Escribo estas líneas en mesa de madera de álamo. Llega la noche. Las ranas arrullaron al día como a un niño” (página 437).